Buscando mitigar la inflación idiomática generada por la "neohabla progre", el escribiente creyó del caso sustituir las vocales que denotan género ("o" y "a", y los respectivos "os" y "as") por una ubicua letra x. Nos encontramos así con esta maravilla del humor en lengua española, en clave inclusiva: "existirá una instancia de devolución a los concursantes que hayan sido eliminadxs en la instancia de evaluación, comprometiéndose sus miembrxs...". O esta, que debería ameritar una precandidatura al Premio Cervantes: "El incumplimiento de todo lo aquí previsto resultará en la descalificación del Ganador/a o Ganadores/as, y un/a Ganador/a sustitutx será elegido".
Claro que nada de esto es divertido. Las bases del concurso son una expresión desfachatada del disparate de reglamentar el humor, por naturaleza libre y rebelde, "en clave" de lo que sea. Tenemos entonces dos organismos públicos que convocan a un concurso artístico en el que se le da un puntaje tres veces mayor a la sumisión ideológica ("adecuación al tema" reparte 60 puntos) que a la creatividad o la originalidad (20 puntos cada una), un hecho revelador de la grave situación en la que nos encontramos.
Los organizadores buscan promover un humor que brinde "señales claras que podemos reírnos sin discriminar por cuestiones de etnias, de género, de orientación sexual, o de discapacidades". El dedeo sería suficiente mérito como para concursar en un certamen de humor en clave de Idioma Español para estudiantes de 5to. de escuela, pero hay algo más inquietante.
Las bases no lo dicen a texto expreso pero habrá un tribunal inquisidor de fallo inapelable, que descalificará a quienes no cumplan con "los requisitos de no discriminación, dado en la definición inicial". De cómo lograrán los jueces determinar el contexto, la polisemia y la decodificación de cada texto interpretado por su creador frente a un público heterogéneo, los organizadores no dan cuenta.
Este engendro dizque humanitario se sustenta en el supuesto de que hay una mirada única y excluyente (¡vaya paradoja!) de asimilar un hecho comunicacional, incluyendo el intrincado vínculo entre artista, obra y público. No es de extrañar que la terapéutica (adecentar el humor, forzar puntajes, regenerar personas, clausurar bailes, deformar el idioma) sea también única y excluyente; y lo que es peor, se instrumente con recursos públicos, como si se tratara de una verdad revelada o un mandato constitucional.
El buenismo progre no nos hace mejores ni más progresistas. Por el contrario, nos adocena en clave de autómatas, nos convierte en unos ladrillos más en la pared del nuevo discurso dominante que, en lo sustancial, se muestra tan reaccionario como el viejo. Si no vinieran por nuestras libertades, habría que considerarlos unos verdaderos chantxs.