Rita Lorenzo
Navegaciones debería ser una columna optimista, con empuje, con ganas. Me lo propuse. No es fácil. A veces las cosas de la vida nos golpean con la helada fuerza del dolor y nos obligan a mirar el lado oscuro. Este es uno de esos casos.
La semana pasada murió Rita Lorenzo, tenía 75 años, fue obrera buena parte de su vida y era la viuda del ex senador y ex secretario general del Partido Comunista, Jaime Pérez. Falleció en el hospital Maciel por una infección generalizada, dos semanas después de una operación de cáncer de cólon. Son episodios que suceden todos los días, que más allá de dolor personal de sus familiares, amigos y compañeros, no deberían tener otra trascendencia. Yo quiero, necesito hablar de ella.
Sobre las causas de su muerte, una infección generalizada luego de una intervención quirúrgica de las más normales, cuando la enviaron de regreso a su casa luego de 3 días de internación creo que merecería ser investigada. No soy de los que sospecho de todos las muertes como un caso de mala praxis médica, pero todos los que conocen a fondo esta situación hablan con mucha rabia de este caso. Aún en el peor de los casos, es parte de una realidad, a la que no debemos acostumbrarnos, pero que ocuparía un espacio en la crónica, más que en este tipo de análisis.
Hay otros aspectos que quiero resaltar, fue la esposa de un senador de la república, de uno de los máximos dirigentes de un gran partido político, de un luchador que sufrió las peores torturas y bajezas de la dictadura, de alguien al que todos los uruguayos y no sólo sus compañeros le debemos mucho y le reconocemos tan poco. Y se fue a operar sin lujos, sin apoyos a un hospital público. Algunos se deberían tragar la lengua y parte del alma. No lo harán, no tienen ni dientes para eso.
Si Jaime Pérez pudo sobrevivir integro, salir y incorporarse a la lucha, a la vida, a su familia, a su partido fue por un conjunto de causas. En primer lugar por su entereza, por su moral y su actitud, pero creo que hubiera sido muy difícil que hubiera sobrevivido cuerdo y sano sin Tita. Los muchos meses de desaparición, los interminables años de cárcel, los meses de su enfermedad posterior los superó porque allí estuvo siempre Tita golpeando puertas de cuarteles, armando el bolso y visitándolo en el penal de Libertad y apoyándolo.
En los tiempos terribles del olvido, de la enfermedad que le quitó la memoria a Jaime al final de su vida, visitarlo en su casita era en realidad una larga y tierna conversación con Tita. Los hombres y las mujeres no somos ángeles asexuados y vegetales, somos este amasijo imperfecto de amores, de odios, de lealtades y vergüenzas, de sueños y realidades, de pasiones y de olvidos. Detesto las santificaciones post mortem, prefiero mil veces los recuerdos verdaderos con todos sus colores y matices. Y me alegro mucho de haber conocido a Tita, de haber compartido con ella algunos instantes de amistad y compañerismo. De esos compañerismos y amistades chapados a la antigua, sin palabras ni gestos de más, trenzados con luchas, y sobre todo con sueños compartidos.
No hubo velorio porque Tita donó su cuerpo a la facultad de medicina. No me extraña. Lástima que el bisturí no podrá encontrar su alma, sus amores, el sutil rastro de una vida llena de luchas, de fuerzas, de amores por Jaime y por su familia. Ni siquiera pudimos cumplir el rito de las despedidas. Simplemente se fue.
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