No tengo la menor idea de si las tragedias pueden sintetizar una época o es pura casualidad, pero el naufragio del Costa Concordia es una escenificación perfecta de una época, de un continente, de ciertos seres humanos y sus miserias.
Una nave de ultra lujo, 114 mil toneladas de piscinas, salones de baile, ascensores, restaurantes y enormes cocinas, equipado con las más modernas tecnologías de navegación se estrella en una noche de juerga contra una antiquísima roca encallada a pocos metros de una islita frente al Argentario. Hasta el nombre parece elegido.
Tres mil europeos en pleno invierno y en la plena crisis se toman el buque para visitar algunos puertos del Mediterráneo comandados por un capitán cobarde, inútil y miserable hasta la vergüenza, no pueden dejar de evocarnos la otra realidad, la del continente a la deriva, sin liderazgo y sin puerto.
El Costa Concordia, 11 veces más pesado que el Graff Spee y el doble del Titanic (para tener una simple proporción); la orquesta del mismo Titanic tocando en la helada noche mientras el “inhundible” paquebote de su majestad se frota contra un iceberg, se sumerge en su primer viaje y arrastra a más de 1500 vidas a las profundidades del océano. Ahora en Europa las víctimas son millones de ahogados por la crisis, de esos que ahora solo podrán jubilarse a los 67 años pero no logran trabajar a los 30, ni a los 40 años. Chocaron contra el escollo y no ven barcos de salvamento en el horizonte y los capitanes saltaron a tierra firme. La de ellos.
La gigantesca y desnuda ballena acostada a pocos metros de un faro, de un puerto que ha sido recorrido, conocido, cartografiado, señalado durante miles de años por los navegantes y que un idiota con cara de más idiota, al que cualquiera con un mínimo sentido de responsabilidad no lo dejaría navegar ni la bañera de su casa, la estrelló, la encalló, se cayó en un bote salvavidas, llamó por teléfono e hizo el ridículo universal a costa de 13 muertos y 23 desaparecidos.
Gigantesco mamífero marino que reflotarán al módico costo de 400 millones de euros. Nada, si se considera que otros monstruosos devoradores, como los bancos, se comieron en un año casi 400 mil millones de euros. Mil veces más. La diferencia es que no hay un comandante estúpido y cobarde al que echarle la culpa. No hay ni siquiera el consuelo de Lehman Brothers. El naufragio del 2008 tenía nombre el del 2011-2012 lo llamarán Costa Concordia.
La farsa no termina allí. A la conversación dramática entre el comandante del puerto de Livorno y el desertor Francesco Schettino exigiéndole que volviera al bordo para ayudar a los pasajeros en la evacuación de la nave, le pusieron música y se ha transformado en un notable éxito en YouTube.
En estos momentos los guionistas de Hollywood deben estar trabajando febrilmente para hacer varias películas sobre el naufragio. Últimamente este rubro del espectáculo se había quedado corto de argumentos. La única duda es quién interpretará el papel de Schettino.
El continente europeo se hunde – y lo decimos con dolor, no sólo por humanidad sino porque de allí vinimos unos cuantos y no precisamente en el Costa Concordia - pero el circo sigue funcionando a todo vapor, hacia los escollos de la Isla del Giglio. Otra ironía, “el giglio” es la flor de lis, del lirio, símbolo heráldico de los Luises franceses y de Florencia pero sobre todo, en el sentido figurado es cosa o persona purísima. Y en todo este episodio, de puro no hay nada. La flor de lis simboliza además el árbol de la vida...
La Torre del Sarraceno o las ruinas de la imponente Villa Rimana nunca se imaginaron que tantas cosas naufragarían todas juntas a pocos metros de sus muros en esa pequeña islita del Mediterráneo.
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