Lo que en esta época no faltan son motivos y temas para escribir. Comencemos por las buenas. En Paraguay triunfó Fernando Lugo y terminó con 61 años de gobierno del partido más corrupto, más nefasto de toda América Latina. El Partido Colorado, el mismo de Stroessner y de todas las mafias que hundieron ese país. Sólo los que conocemos la realidad de esa estructura de poder que utilizó las prebendas, el aparato en el sentido más degradante, que tejió una red de cobertura capilar y nacional, que se aprovechaba de la gente de manera infame, puede valorar lo que es el triunfo de Fernando Lugo y el fin del gobierno colorado.
Mientras en Paraguay siguieran gobernando los colorados en cualquiera de sus variantes – una peor que la otra – nuestra América latina no podría superar una etapa de opereta trágica. No se lo merecían los paraguayos, ni los latinoamericanos. ¡Se terminó!
Todavía me cuesta despertarme del sueño. Los colorados son ese tipo de poder que siempre reserva para último momento una sorpresa feroz. No pudieron hacerlo, la ventaja fue tan neta y clara que no lo lograron. La batalla que tiene Lugo por delante es enorme, por la crisis social, por el latrocinio como método, por la cultura extendida de la corrupción y porque quedan enquistados en el poder muchos de los viejos personajes. A todos los niveles. Pero el salto ha sido enorme, y la gente crecerá en su reclamo de un cambio auténtico.
La iglesia católica suspendió “ad divinis” a Fernando Lugo y el pueblo paraguayo le dio un lugar en la tierra para luchar por una porción de justicia, de decencia, de modernización y sobre todo de humanidad. Una de las peores expresiones de la deshumanización de las relaciones humanas, es la codicia, la avidez a costa de la miseria, de la infelicidad de su propio pueblo. Paraguay era un paradigma de esa codicia sin límites morales, ni humanos.
Los latinoamericanos nos despertamos este lunes más y mejor gente, comenzando a borrar de nuestro mapa tan lleno de maravillas y tan enchastrados de manchas oscuras y viscosas ese oprobio que es un gobierno como el del partido Colorado de Paraguay. Una bendición para todos los latinoamericanos. De la mano de Fernando Lugo...
Hay una sola enorme sombra sobre este día radiante. Los colorados y sus socios estarán allí agazapados, tratando de utilizar las armas que mejor conocen: la corrupción y el poder.
Malas, muy malas noticias
Estuve dos días en Buenos Aires. Una ciudad impresionante, cada día más impresionante. Crece en todas las direcciones, hacia arriba con edificios interminables, hacia los shopping, hacia la farándula y la diversión. Una sociedad un país, una ciudad que debería ser radiante y sobre la cual cada día más incumbe una enorme nube, negra y amenazadora.
No me refiero sólo al bochorno de una zona donde viven 15 millones de habitantes en Argentina y Uruguay cubierta durante varios días por una nube de humo que hacía irrespirable al aire, que produjo accidentes con muertos, cierre de carreteras, de subterráneos, de aeropuertos y de puertos, sino a lo que esa nube representa y adelanta.
Si no fuera tan serio, sino tuviera que ver con millones de personas sometidas a respirar durante más de una semana en esas condiciones, habría que tomarles el pelo. Viendo a Romina Picolotti tan compungida me preguntaría ¿que estaría haciendo la “custodia del medio ambiente” si su provincia, Entre Rios sufriera la invasión de una cortina impenetrable de humo que viene del Uruguay? ¿Nos estaría denunciando ante el tribunal penal internacional? ¿ Cuantos millones de dólares en aviones privados estaría gastando la señora “medio ambiente” si los pirómanos fueran orientales? ¿ A cuantos piqueteros estarían convocando? No se le mueve un pelo.
Pero nosotros tenemos que mirar más allá, y preocuparnos por otra espesa, densa y peligrosa humareda que tiene que ver con un país como la Argentina, con el que nos unen lazos obligatorios, estrechos, entrañables, e indisolubles. Para muchos de nosotros para bien y para otros para mal. Pero nos unen.
El humo no fue ni es un accidente, no se les fue la mano a un grupo de locos, es la síntesis de la ferocidad y la irresponsabilidad de la avidez. Cuando la codicia llega a esos niveles, en el campo o en la ciudad, no hay nada que la detenga, ni los 300 focos de incendios, ni el peligro de contaminar a millones de personas, nada. La prueba está a la vista, negra, espesa, irrespirable.
Y no es un cambio de viento lo que trajo el humo, es un cambio de aire, la soja está desplazando la ganadería, salvajemente; está desplazado todo, la lechería y si pudieran hasta las avenidas y las calles y por lo tanto corren los ganados hacia las islas del delta en Entre Ríos y necesitan hacerle espacio y el método más barato y rápido: enganchar una cubierta vieja llena de nafta a un tractor y prenderle fuego a todo. Campos, montes, a todo. Eso sí, los muy “ecologistas” se cuidan muy bien que no se prenda fuego un solo vacuno. ¿Ustedes escucharon en las noticias algún información sobre que los incendios afectaran casas, animales en esos predios? No, esos son incendios premeditados, planificados y alevosos.
No fueron hechos por un par de desprevenidos, en esos incendios participaron cientos de productores, son una manifestación social, son un termómetro moral. Me viene a la memoria la frase de Struntruppen, “un idiota, es un idiota, dos idiotas son dos idiotas, mil idiotas son una fuerza histórica”
Lo que asusta estando en la Argentina, mirando la televisión, viendo al poder que se demoró una semana para reaccionar después que se desataron los incendios, es la superficialidad, la pérdida de referencias de parte del poder a todos los niveles. Viven al día, corren detrás del último episodio, si se les prende el rancho tratan primero de explicarlo, luego de pasar las responsabilidades y recién luego hacen algo para frenarlo.
Lo angustiante es asistir nuevamente a una sociedad que en medio de la bonanza, de la riqueza de una parte importante del país, de la explosión de los gauchos ricos y los urbanos todavía más ricos desconoce las señales de una sociedad, de un país que vive sobre resortes. Esa es la base económica, social, cultural y anímica de la sociedad argentina: los resortes.
La inflación es un resorte que nadie sabe hasta cuando soportará el maquillaje, a los indicies oficiales nadie le cree, pero todos se hacen los desentendidos; la moneda, la única sobre el planeta que se mantiene en relación al dólar, es otro resorte; el campo y ese tejido de complejas relaciones entre el fisco y el sector productivo donde conviven los monstruos transnacionales y los pequeños y medianos, todos revolcados en el mismo lodo, ese es otro resorte; y un Estado que en demasiados temas está ausente, y cuyo único rostro visible, estridente y avasallante es el poder, es el máximo resorte.
No sólo de poder vivimos las mujeres y los hombres, también y necesariamente vivimos de la convivencia, del respeto y de las normas.
El humo se lo llevará la lluvia y el viento hacia esa pampa fértil e inmensa, pero los resortes están allí, comprimiéndose cada día más. No nos hagamos los desentendidos, esas campanas si suenan, también nos harán doler a nosotros, como el humo.