Proporcionalmente a nuestra población creo que fue el más grande de los muchos actos que se realizaron en los diversos países. Y se repitieron estas manifestaciones en diversos puntos del territorio nacional.
¿Lo registraremos seriamente, profundamente?
Eran varias decenas de miles de personas, con una muy fuerte presencia de mujeres y de jóvenes de ambos sexos, pero también participaron muchos hombres maduros. Había además gran cantidad de niños, lo que le da un significado pedagógico: madres y padres que quisieron que sus hijos vivieran esa experiencia. Fue una manifestación fundamentalmente de la gente común, aunque hubo muchos personajes conocidos y famosos, sobre todo famosas.
Los 8 de marzo siempre se realizan actos ¿Por qué?, ¿cuáles fueron las causas de una convocatoria tan masiva?
El principal factor fue la alerta que se vive hoy en la sociedad uruguaya sobre la violencia y el asesinato de las mujeres; este año en solo dos meses se produjeron siete asesinatos de mujeres por sus parejas o ex parejas, y uno que se investiga. Ese hecho le dio a esta convocatoria un significado especial, porque genera una alerta en toda la sociedad.
Segundo, porque la convocatoria era mundial, con más de 50 países, donde había programadas manifestaciones reclamando casi exactamente lo mismo: respeto por la vida, contra el maltrato e igualdad de derechos.
Tercero, hay un factor de acumulación; las organizaciones de mujeres, feministas y otros colectivos sociales trabajan y se esfuerzan desde hace mucho tiempo por colocar los temas de los derechos de las mujeres en la agenda nacional. Han ido avanzando, paso a paso pero incansablemente. Lo del 8 de marzo del 2017 fue un gran salto de calidad. Hay que evitar que se retroceda. ¿Cómo hacerlo?
Partamos de la base de que, aunque todos, casi de forma unánime, resaltan la importancia de la manifestación, no todos tenemos ni el mismo enfoque, ni todos están tan eufóricos ni tan sensibilizados. Así como hay que reconocer que, en su gran pluralidad, el acto del pasado 8 de marzo también expresó diferencias importantes y alentará posiciones supuestamente radicales. Incluso hubo carteles y materiales que pretendían culpar genéricamente a los hombres de la situación.
Esas posiciones serán utilizadas por las fuerzas reaccionarias que se enfrentan silenciosamente o en forma expresa a la batalla por la igualdad entre mujeres y hombres para tratar de encapsular esta causa, que es la más amplia que hoy existe en el Uruguay.
Si quieren tener un buen ejemplo explícito de visiones reaccionarias sobre el tema, vean el discurso del presidente de Brasil, Michele Temer, el pasado 8 de marzo sobre el papel de la mujer: "está en el hogar y en el supermercado".
La única posibilidad de avances importantes en la igualdad de derechos es que se comprometa la gran mayoría de la sociedad. Estamos hablando de cambios que son civilizatorios, que implican romper columnas sobre las que se edificaron los diversos niveles del patriarcado y los mil matices del machismo. Y no se logran contra la otra mitad de la humanidad y de la sociedad, sino entre todos. Por eso la importancia de una manifestación tan amplia y tan representativa.
¿No hay una contradicción entre la capacidad de respuesta de la gente en un acto como el del 8 de marzo y el crecimiento del número de asesinatos de mujeres? Puede ser una pregunta retórica, pero en realidad es para insistir en un tema que me parece fundamental: el avance que han tenido las mujeres, sobre todo las jóvenes y sus madres, rechazando ser un objeto de propiedad de sus parejas o sus ex parejas, su resolución a ejercer sus derechos, son irreversibles. Y representan uno de los principales avances sociales y culturales del país.
En el otro extremo hay un grupo de hombres, sobre todo en los sectores socialmente y culturalmente más pobres, que viven anclados en un pasado de dominación y de machismo. Y ese choque es el que genera una de las mayores tensiones de nuestra sociedad. El maltrato o el destrato a las mujeres es bastante transversal en la sociedad uruguaya, el asesinato, si se analizan los casos, tiene además una fuerte componente social y cultural.
Por ello la importancia decisiva de afrontar el problema de forma integral, pero con una fuerte atención a la batalla educativa y cultural.
La promoción legislativa, institucional, política de la igualdad de derechos de las mujeres no puede separarse del fenómeno más patológico, el asesinato machista. Uno de los principales frentes de esa batalla es empoderar a las mujeres. Crear redes sociales y familiares de contención de las víctimas posibles y potenciales, de promoción de sus derechos laborales, educativos e incluso políticos y sociales.
El Uruguay debe recuperar esa posición de avanzada que durante muchos años ostentó a principios del siglo XX por los derechos civiles, sociales, reproductivos, familiares, económicos, laborales, salariales, educativos, políticos de las mujeres. Esa sería una auténtica revolución.
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