Pragmáticos del mundo
Uníos
Por Esteban Valenti (*)
Un fantasma recorre el intelecto universal. Y naturalmente a Europa, cuna de nuestra civilización. En su expansión planetaria promete liberarnos de las ideologías, de esas antiguallas a las que se aferran sólo los nostálgicos, los que le dan la espalda al nuevo tiempo.
No se trata del choque entre corrientes filosóficas. Válgame dios. No se trata de contraponer el aporte de Destutt de Tracy que concebía la ideología como la ciencia que estudia las ideas y las relaciones entre los signos que las expresan. Ni la definición más actual de que una ideología es el conjunto de ideas sobre la realidad, sistema general o sistemas existentes en la práctica de la sociedad respecto a lo económico, la ciencia, lo social, lo político, lo cultural, lo moral, lo religioso, etc., y que pretende la conservación del sistema o su transformación más o menos revolucionaria, confrontada con la doctrina fundada por el filósofo norteamericano William James. Ese pragmatismo que reducía "lo verdadero a lo útil" negando el conocimiento teórico en diversos grados; para los más radicales sólo es verdadero aquello que conduce al éxito individual, mientras que para otros, sólo es verdadero cuando se haya verificado con los hechos.
Es demasiado complejo, los pragmáticos actuales lo reducen todo a concentrarse en la práctica en cosas simples, llanas y alcanzables, evitando las complicaciones y las especulaciones teóricas de cualquier tipo.
Los pragmáticos hace tiempo han sacrificado todo en el altar de la cotidianidad. Ellos van a lo sólido, a resolver los problemas cada mía más complejos de nuestras sociedades, de la relación entre sus diferentes componentes productivas, culturales, o con la naturaleza a través de la práctica más concreta e inmediata con la práctica.
Los pragmáticos modelo XXI son los que en los diversos países que enfrentan una sucesión de crisis financieras y económicas cada día más graves recurren a los técnicos, a la versión “pragmática” de un gobierno, a los profesionales de la economía. Y cuanto más lejos estén de los políticos, esos personajes que en algunos casos se atreven a desafiar la práctica más despiadada, mejor es.
Son los pragmáticos los convocados a salvarnos del caos, de las finanzas, de los bancos usureros y devoradores, de los políticos limitados por sus preocupaciones sobre el impacto de los actos de gobierno en la sociedad.
Las cosas útiles, las que dan resultado, no necesitan de la política. Al contrario.
El pragmatismo y sus variantes y mimetismos es el pensamiento más reaccionario y peligrosos de nuestros días. Como no se atreven o directamente no pueden a desnudar el alma ideológica de fondo que sostiene al sistema, lo envuelven en la mortaja del pragmatismo.
Caído el muro de Berlín, la ruta ideológica del sistema parecía una larga alfombra blanca hacia la eternidad. El problema es que debajo de esa alfombra estaban: Goldman Sachs Group, Inc, Enron, Berlusconi, las hipotecas basura, la deuda soberana más basura todavía de algunos refulgentes modelos como Portugal, Irlanda, Grecia, Italia, Islandia y los gastos militares de Estados Unidos para mantener su “paz”. Y otras miles de cosillas que carcomían las bases de la luz ideológica única.
Todavía ni ellos han logrado explicarse cual es la causa del desastre, ni como detenerlo, ni cual será el impacto en las ideas de esta época y el alcance del enojo de los indignados. En sus actos y sobre todo en sus ideas. Por eso para este recreo, para este impasse en su ideología refulgente, la de la codicia y la acumulación del mercado como el motor de la civilización, se han replegado en el pragmatismo. Son todos pragmáticos.
Este atajo ideológico tiene sus variantes, uno es la técnica. Hay que elevar la técnica al nivel de una religión, de un designio superior. Técnica para todo, para comunicarnos, producir, curar y muchas otras cosas, pero sobre todo para resolver las tensiones sociales y culturales, por ejemplo entre la globalización y las identidades locales. Mucha tecnología.
La tecnología tiene su carga ideológica en el pragmatismo. Sirve de ejemplo, de símbolo y de respuesta. Lo que las imprecisas ciencias sociales no logran explicar de una vez para siempre, las tecnologías lo harán. ¿Acaso la economía no debería manejarse también como una tecnología? Y de esa manera nos evitaríamos todas estas tensiones, estas crisis, estas dudas y las pesadas interrogantes de los ciudadanos, cada día más indignados.
El sentido común trafica ideología, decía Roland Barthes, imaginemos lo que es capaz de traficar el pragmatismo.
Lo que es un grave error es responsabilizar de todo a los cultores del pragmatismo, en realidad todos nosotros cargamos con una pesada responsabilidad, en particular los que no estamos de acuerdo con este sistema, el del mercado como regulador de toda la vida económica y social, el de las desigualdades planetarias y locales, el del capitalismo.
Lo hemos observado, valorado, analizado, discutido y confrontado. Es posible que Carlos Marx haya sido el mayor investigador del capitalismo, el ojo más profundo que investigó en sus entrañas. Ahora lo descubren algunos de los mayores economistas del propio sistema. Hasta los banqueros, tan pragmáticos.
Los que no creemos que el capitalismo es el destino eterno de la civilización terrícola hemos ayudado a parir el pragmatismo. Cuando nos aferramos más a los signos que a los contenidos profundos de las diversas ideologías del cambio, los ayudamos.
Cuando hemos reducido la crítica como la base del progreso de las ideas y nos refugiamos en las verdades eternas que por su carga científica y religiosa serán capaces de superar la realidad y explicarla aunque nos golpee en la nariz con pesados muros derrumbados, estamos fabricando una variable del pragmatismo. El nuestro.
Estamos reduciendo una idea a un conjunto de recetas pragmáticas, como por ejemplo que la estatización de todo es la seguridad del paraíso social y del fin de la explotación humana cuando en realidad es sustituir el hombre como lobo del hombre, por el aparato, la burocracia como la loba de los hombres, estamos aportando de manera invalorable al pragmatismo, a los que vociferan sobre el fin de las ideologías. Estamos matando el alma de una ideología.
Cuando reducimos todo a un discurso moral sobre la justicia social y al fin de la lucha de clases capaz de justificarlo todo, incluso la renuncia a la democracia, a la libertad descargamos enormes camiones de frustración para construir el monumento y la práctica del pragmatismo.
El ejercicio excluyente del poder, colocándolo por encima de todas las cosas es la mejor síntesis del pragmatismo, del peor pragmatismo. ¿Qué puede haber de más pragmático que el uso del poder y su elevación a la vara con la que se miden todas las cosas? El poder – así concebido – no requiere de ideologías, sino de tecnologías y de reducir las barreras de la moral a los niveles más bajos.
El pragmatismo no tiene moral, no la necesita, siempre tendrá el repliegue de nuevas exigencias pragmáticas, más pragmáticas, más egoístas, más despiadadas. Que importa lo justo si lo que lo domina todo es que sea útil.
¿Útil a quién? Seamos prácticos, no hagamos preguntas inútiles, no pretendamos que Alcibíades le responda a Sócrates.
(*) Periodista, escritor, coordinador de Bitácora, director de www.uypress.net. Uruguay
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