Dos partidos mejoraron nuestra situación y nuestra imagen. Primero, y luego de 44 años de no ganarle a una selección europea en una Copa del Mundo, triunfamos sobre Inglaterra; segundo, Costa Rica le ganó a Italia, y más allá de la conveniencia en puntos, quedó demostrado que no perdimos en la primera fecha con un equipo menor, sino con flor de selección. Estamos mejor de ánimo y tenemos a Luis Suárez, que además les clavó dos pinos a los ingleses.

No voy a emular a los cronistas, analistas o comentaristas deportivos; no tengo la menor intención ni posibilidades de hacerlo. Voy a tratar de responderme una pregunta que me surge cada día con más prepotencia: ¿por qué el fútbol es tan importante en el Uruguay?

Es una pregunta que me hizo por teléfono un amigo italiano este fin de semana. Es un ex viceministro de Relaciones Exteriores, con muchos años de conocimiento y experiencia en América Latina, que debía escribir un artículo para una publicación, previa al partido entre Uruguay e Italia.

La pregunta surge de la historia del fútbol y el desproporcionado papel que ha tenido el Uruguay si lo referimos, por ejemplo, al tamaño de su población, pero surge de otros "detalles". Partamos de la historia:

A nivel de selecciones, Uruguay fue dos veces campeón del mundo, dos veces fue cuarto y dos veces fue campeón olímpico en campeonatos organizados en 1924 y 1928 por la FIFA en coincidencia con los Juegos Olímpicos. Obtuvo 15 veces la Copa América (Argentina 14 y Brasil 8), incluyendo la última realizada en Argentina.

A nivel de clubes, Peñarol obtuvo 3 Copas Intercontinentales y Nacional otras 3; Libertadores de América 5 Peñarol y 3 Nacional. De eso hace bastante tiempo. Un solo dato: Brasil tiene más de tres millones de futbolistas federados, es decir, lo mismo que tiene Uruguay de población total. . .

Un "detalle": si ustedes observan la transmisión de los partidos de este mundial verán que cuando las cámaras muestran en la pantalla gigante de los estadios a un grupo de hinchas todos saltan y saludan a las cámaras, independientemente del resultado de su equipo. Los uruguayos jamás, están totalmente concentrados en el partido y solo saludan si van ganando. Si están perdiendo o empatando nadie ni siquiera se mueve, como en el caso del gol que nos marcó Inglaterra, en el que lo único que se veía era una profunda preocupación.

La cantidad de banderas en edificios y en autos en esta primera fase o los festejos por el triunfo ante Inglaterra son superiores a cualquier otro país que yo haya visto durante la celebración de un mundial. Doy fe. Y me refiero a países futboleros.

Nosotros recibimos a nuestro equipo al retorno de Sudáfrica con cientos de miles de personas y salimos cuartos... ¿Qué hubiera pasado si ganábamos ese mundial? Ojalá pueda verlo algún día, no solo por mi fanatismo deportivo por la celeste, sino porque sería una gran curiosidad y no tengo dudas que conmovería el mundo. Sería la apoteosis.

Andre Malraux decía que "el arte oculta algo más profundo que el arte"; en el Uruguay el fútbol oculta algo más profundo que el deporte más popular del planeta, hace aflorar cosas más profundas. Volviendo a citar al mismo Malraux: "El arte es una rebelión contra el destino".

Es nuestra rebelión contra el destino de nación pequeña entre gigantes, de un país que tuvo que construir su identidad amalgamando pueblos tan diferentes, muchos de ellos llegados de experiencias bélicas y de duras confrontaciones y donde los aborígenes nos sirven para darle mística a una sola cosa: al fútbol. El mito de la garra charrúa es despiadado porque surge de un exterminio, de un pueblo sacrificado por entero al borde de las supuestas alambradas del progreso, pero que renace en las canchas ataviado con camisetas celestes.

El fútbol es una pasión democrática, cruza toda la sociedad e impacta a todos los niveles sociales y culturales, pero es la gran reivindicación de los sectores más humildes. El Uruguay es el mayor exportador de jugadores en proporción a su población de todo el planeta. Y por lejos y a los más altos niveles.

Pero esa ruta de salida y ascenso no puede explicar la pasión que los uruguayos y las uruguayas le ponemos al fútbol. Sería interesante contar con una investigación académica profunda sobre el tema, porque posiblemente permitiría racionalizar procesos profundos que tienen que ver con nuestra identidad y con nuestras posibilidades, pero también con nuestras frustraciones.
Asumamos que así como festejamos mucho con el fútbol, sufrimos demasiado. Yo aprendí a sufrir el fútbol en Uruguay. Y recorriendo el mundo nunca vi tanta felicidad nacional y popular ni tanta frustración como en este país. Son dos cosas inseparables: para alcanzar esas cúspides de devoción por la celeste, hay que acostumbrarse a sufrir proporcionalmente.

Uruguay construyó a través del fútbol una épica que va mucho más allá del fútbol. Tiene mucho de mito y los mitos se alimentan también de muchos relatos, de muchas tapas de publicaciones en todo el mundo, de admiraciones diversas.

No es solo habilidad con la pelota o capacidad táctica de un determinado equipo, es más un culto a la guapeza, que no hay que confundir con la brutalidad. Es el mito que se alimenta de dos goles convertidos por Suárez tras regresar en tiempo récord de una operación de rodilla, pero también de un rodillazo en la cabeza de "Palito" Pereira que se aferró a la cancha para quedarse hasta el final o de un "loco" que hace 4 años se animó a picar un penal que luego de muchas décadas nos depositó en los cuartos de final. Los mitos a veces no tienen explicación. Habrá que resignarse.

Lo que es indiscutible es que los mitos no son comerciales.

Para agregar una perla al collar del mito les copio una breve columna de Jorge Valdano, en El País de Madrid.

"A la uruguaya" por Jorge Valdano

LOS DE TABÁREZ DEMUESTRAN QUE SE TRATA DE UNA SELECCIÓN CON UNA TRADICIÓN QUE HUNDE SUS RAÍCES EN EL TIEMPO, Y EL FÚTBOL DE ESTE PAÍS SE LLEVA BIEN CON LA PALABRA HISTORIA.

Para que Uruguay sea Uruguay no necesita una final en el Maracaná sino un partido en la primera ronda en donde la vida y la muerte se den la mano. Si es contra Inglaterra, mejor, porque se trata de una selección con una tradición que hunde sus raíces en el tiempo, y el fútbol uruguayo se lleva bien con la palabra historia.

La selección perdió contra Costa Rica "por no jugar a la uruguaya" y le ganó a Inglaterra (Cavani dixit) "porque jugamos como Uruguay". No piensen en un estilo definido. Así como del cerdo se aprovecha todo, Uruguay juega sin despreciar ninguna de las posibilidades que ofrece el juego. Si van ganando sabrán defenderse; si van perdiendo atacarán con desesperación; si el partido se pone brusco trabarán con los dientes; si hay que perder tiempo lo harán con inteligencia; si juegan contra 200.000 personas las desafiarán a todas... Juegan a ganar, pero nunca se volvieron locos con el cómo. Deben pensar que para debatir sobre el estilo hay que vivir en un país de más de 40 millones. En un paisito de menos de cuatro millones, el fútbol es antes un problema de supervivencia y hasta de honor, que una cuestión estética.

Maravilla ver que el primer país que conoció la gloria futbolística mundial sea el último en perder la humildad. Da igual el nombre del jugador, todos reman con la misma fuerza y en la misma dirección. En eso consiste jugar a la uruguaya. Pero si queremos hablar de sacrificio, tomemos como ejemplo a Luis Suárez, operado días antes del Mundial y llamado a servicio frente a Inglaterra. En el minuto 85, cuando los calambres ya lo estaban amenazando, fue detrás de una pelota con la desesperación de un ahogado y sacó un tiro con la potencia de un cañón para gritar el gol con la emoción de un uruguayo. Pero Suárez nos hizo reflexionar sobre el talento. Jugaba frente a compañeros con los que ha convivido y contra rivales que lo han sufrido durante la última temporada. De modo que lo conocían de sobra y le temían como a una maldición. Sin embargo, no encontraron antídotos para contrarrestar su extraordinaria capacidad para buscar espacios en el área y rincones a la portería. Un cabezazo ajustado y hasta burlón buscando el contrapié del portero en el primero; un fusilamiento en el segundo. Y detrás, el equipo con su espíritu solidario, con su sentido práctico y con una entrega innegociable que convierte a una figura mundial como Cavani en delantero de toda la cancha.

Miles de uruguayos festejaron el triunfo como si fueran jugadores y todos los jugadores festejaron como si fueran hinchas. Una comunión impresionante de un país que le debe al fútbol un buen porcentaje de su orgullo identitario, feliz ahora de estar viviendo un capítulo más de una historia incomparable: porque era Inglaterra, porque Suárez hizo un prodigio, porque la selección sigue con vida... Porque Uruguay jugó como Uruguay. Y porque los que no somos uruguayos les miramos con una admiración que dura casi un siglo.