Lo histórico es que, por primera vez, una multitud le reprochó a un gobierno del Frente Amplio que sus políticas les resultaban injustas e inadecuadas. Como se comprenderá, no resulta fácil aceptar tales reproches por parte de gobernantes que se jactan de haber obtenido resultados excepcionales. Tampoco para quienes pertenecen a una cultura política que presume encarnar la quintaesencia del bien, la justicia y el sentido de progreso.
Legítima y multitudinaria, la movilización de Durazno extendió el certificado de defunción a una pretensión así de desmesurada, por lo que no debería llamar la atención que las respuestas del gobierno y el Frente Amplio estén aún en el tránsito entre la ira y la aceptación, como corresponde a cualquier luto que se precie. Pero ocurrieron otras cosas.
El martes pasado se expresó una multitud que no fue agredida por los gritos de sus disertantes. Nadie levantó un puño ni amenazó a ningún adversario (real o imaginario) ni se expropió la razón en beneficio de un sector económico contra otro. Y esto porque la voces que se escucharon representan unos valores y una perspectiva de los fenómenos sociales, diferentes a los que se expresan, mayoritariamente, en el ámbito metropolitano.
Algunos dirigentes políticos se niegan a aceptar esta realidad por temor a que se esté exacerbando la grieta entre el campo y la ciudad, acaso sin observar que el verdadero riesgo no es el planteo sino la reacción frente a los problemas. La mochila del prejuicio, al que hizo referencia Eduardo Blasina, es un peso muerto en ambas espaldas.
Pero además, en Durazno se superó el trauma de la motosierra, aquella propuesta del ex presidente Lacalle en la campaña del 2009 de un recorte masivo del gasto estatal, que se volviera en su contra como un búmeran. Desde entonces y hasta el martes pasado, nadie se animó a plantear seriamente el tema.
Pues sí, compañero; entre la motosierra y el actual status quo, existen otras perspectivas sobre la dimensión del Estado y el manejo de los dineros públicos, que el oficialismo ni siquiera está dispuesto a considerar. El tiempo de silenciarlas con el sambenito del neoliberalismo o la motosierra ha llegado a su fin.
Después de Durazno, el sistema político deberá dar respuestas coherentes y consistentes, alineadas con la sensibilidad de aquellos que lamentan cómo los gobernantes se aprovechan del dinero que tanto trabajo le cuesta generar. A propósito, ¿piensa acaso la oposición que el reclamo de austeridad y decencia no alcanza a las administraciones departamentales?
La demanda de terminar con los acomodos, el despilfarro, el gasto superfluo, la mala administración, el clientelismo o la adoración del Estado como objetivo en si mismo, interpela a los gobernantes de cualquier nivel y de todos los partidos. Si estos reclamos no se atienden en tiempo y forma, la protesta volverá a aparecer, acaso de una forma menos educada y menos constructiva. Ojalá se entienda a tiempo.
Por Gerardo Sotelo