Una nueva interpelación en el Senado, esta vez por el caso Pluna, revela una vez más que el juego carece de atractivo si el resultado por anticipado (el oficialismo jamás va a votar contra sus ministros) pero también si impera el principio de la chicana y la negación.
Los ministros niegan que el asunto por el que son interpelados merezca siquiera el esfuerzo de hablar y escucharse durante horas. Nada hay para ocultar ni nada de qué arrepentirse. La oposición hace todo lo contrario, es decir, lo mismo: nada de lo que digan los ministros ni sus legisladores explica sus múltiples interrogantes.
El mecanismo del llamado a sala y la interpelación constituyen una de las claves de la cristalinidad y el contralor del sistema democrático. Esta virtud no disminuye sino que se agiganta cuando el gobierno maneja una mayoría parlamentaria disciplinada. La banalización de esta herramienta termina generando en los ciudadanos la sensación de que los legisladores gastan tiempo y dinero inútilmente.
Por cierto, aunque todo suele terminar en casi nada, algo pasó. Si la oposición sale insatisfecha y sin poder censurar por estar en minoría, puede comprenderse que para eso está: para controlar y reclamar explicaciones, lo que la pone en circunstancia de capitalizar el descontento que, este tema u otro, pueda generar en la ciudadanía. El problema no es tanto ese sino la percepción generalizada de que, se diga lo que se diga, unos y otros van repetir su discurso impermeables a los argumentos ajenos.
Si Sócrates procuraba alcanzar la verdad eliminando las ambigüedades a través de las preguntas adecuadas, parecería que los parlamentarios uruguayos se las ingenian para hacerle probar de nuevo la cicuta al gran filósofo ateniense. Es que las interpelaciones constituyen lo contrario al fomento del pensamiento crítico, es decir, a ese compromiso intelectual de guiar nuestras acciones basados en el hábito de reunir información y procesar conocimientos.
Si es cierto que el método socrático es más útil para “demostrar la complejidad, la dificultad y la incertidumbre que para obtener datos sobre el mundo", como decía Wilhelm Reich, los legisladores uruguayos no están tan descaminados. Es tal el fárrago de razonamientos, argumentaciones y retruécanos que si algo queda en limpio al final de la jornada, es que los temas de la agenda pública son extraordinariamente abstrusos.
Sin embargo, un ciudadano activo y maduro debe ser instruido por sus dirigentes, no confundido en su vocación cívica. Pensar críticamente requiere la capacidad de hacer preguntas cruciales con claridad y precisión pero también la de pensar libre y abiertamente, construir juicios bien razonados y alcanzar conclusiones y soluciones prácticas.
Las interpelaciones, al menos en régimen de mayoría absoluta, expresan facilitan lo primero y dificultan lo segundo. Parecería más bien un canto a la chicana y la necedad. Cualquier argumento o elusión es permitida porque el objetivo no es alcanzar el brillo de la verdad sino la derrota dialéctica del adversario, o en todo caso, evitar la propia.