Sé tu mismo.
¿Qué te hace sentir esa frase? Quizás pensás que podés ser como realmente sentís que sos. O quizás te angustia no saber bien quién sos. O qué significa ser uno mismo. ¿Te hace sentir más libre o te sentís obligado a una definición? ¿A quién se le ocurre que rebelarse contra los supuestos mandatos podía convertirse en una imposición angustiosa?
Hay algo de todo esto que rebota en la cabeza mientras leemos “maquillada: ensayo sobre el mundo y sus sombras” (Blatt&Ríos) que escribió la canadiense Daphné B. y tradujo la poeta argentina Cecilia Pavón. En este libro nos lleva por un subibaja emocional a partir del análisis de su propia adicción —no sé si llamarlo así de todos modos— al maquillaje. Ni siquiera al maquillaje. Al consumo de maquillaje: es una compulsión por el click, por llenar el carrito virtual y seguir el trackeo de la mercancía que está llegando a destino. Cuando llega la adrenalina se va disipando y se reagrupa en el próximo carrito. En la próxima promesa.
El consumo deviene promesa: Daphne B. pone el ojo en varios puntos: en la industria y el uso de animales, en la destrucción del planeta, en la concentración de riqueza y la industria del influencer, que se nutre y nutre más aun a la industria, pero desnutre a los que consumen (me refiero en términos económicos) y analiza ese universo desde lo filosófico y lo poético.
Pero el punto nodal, creo, está en ese mandato de mostrarnos reales. Empezó a emerger con fuerza hace unos años y fluye bajo la apariencia de ser inocuo. Paradójicamente, una corriente que proponía librarnos de los mandatos del aparentar, pero que debió alertarnos desde el vamos: ninguna libertad se logra con imperativos. “Mostrate tal como sos” dejó de ser propuesta para ser un deber: hashtag no filter.
Hasta hace unos años predominaba (bah, predomina aun y dos corrientes aparentemente contrarias no tienen porque ser contradictorias) la idea de que había que ser felices a toda costa. Todo está al alcance de la mano, todo es asequible, todo moldeable a partir del esfuerzo personal. La meritocracia como bandera y como manto de fondo de un mundo sin coyuntura en el que cada quién es lo que ha decidido ser.
Sara Ahmed analizó ese mandato de ser felices en su “Promesa de la felicidad” (Caja Negra), donde alertó de ese aparente beneficio como una técnica disciplinaria. Acá emerge otro foco que Daphné B. quizás ni siquiera pensó: la vulnerabilidad y el roto. Hace unos días hablaba con la escritora y psicoanalista Alexandra Kohan y coincidíamos en que estamos todos un poco rotos. Especialmente en la pospandemia, andamos llenos de cicatrices psíquicas, y el mundo tuvo que poner el foco un poco ahí, pero aún estamos en una aparente normalidad que niega los traumas vividos: pasamos 3 años en estado de excepción y emergencia y volvimos (ya casi nadie dice que mejores) a lo mismo de siempre. Una tontería.
En el fondo, detrás del maquillaje que tapa todo, está lo real: pero resulta que el capitalismo y su brazo armado, el consumo, pueden aprovechar tanto lo real como lo impuesto. Se impone el éxito y la felicidad: vende. Se impone lo real y vulnerable: también vende.
Les dejo un fragmento del libro de Daphne B., que también sirve para tratar (o no) de entender a nuestros espejos y modelos 2.0, los influencers:
“Cualquier ser vulnerable es susceptible de volverse objeto de un meme porque nos permite identificarnos con él. Son nuestros propios moretones los que se pueden ver en su carne azulada. Compartimos nuestra vulnerabilidad en nuestras redes, porque nos reconocemos en ella. Es una forma de saludar, de decirles a los demás quién eres”.
La idea de la vulnerabilidad opera entonces como un efecto contagio y un efecto identificación. Amamos a los influencers porque son reales, son como nosotros, nos muestran que cualquiera puede tener una vida de canje y consumo a partir de su cámara del celular. Y también porque se muestran con o sin filtro, mejor aún: con y sin filtro. Y ambas nos seducen. Pero todo esto tiene, también su lado b. La idea de la cultura de la cancelación hace vulnerables y eventualmente cancelados a los influencers. Los lleva al límite. A bordear lo políticamente correcto como el modo de sostenerse entre algodones. Además, dice Daphné B. (y trae un poco de luz), la cultura de la cancelación es como carcelaria: busca apagar, esconder lo indeseable, dejarlo fuera de la vista.
Sé como los demás esperan que seas: sé feliz, sé real, sé exitoso y, a la vez, vulnerable. Sé tu mismo.
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