No nos engañemos. Esta pandemia tuvo muy poco de peculiar. Me atrevo a decir que solo un factor fue único de este tiempo y jamás vivido en la historia de la humanidad. Consciente de pecar de exagerada, en esta primera columna para Montevideo Portal quisiera reflexionar sobre ese factor y un aprendizaje que debemos hacer si queremos una sociedad mejor preparada para lo que seguro vendrá.
Veamos: Pandemia mundial ya hubo, por ejemplo, en 1918, y entonces murieron cerca de 50 millones de personas. En ese tiempo también surgió un virus desconocido (hoy se sabe que fue el de la gripe) que a los pocos años se transformó en un patógeno casi inocuo. Hubo temor, confusión e incertidumbre en la población, y también hubo desconcierto científico. Se dudó sobre el origen del patógeno, se señaló para un lado y para el otro, se cometieron errores y algún acierto. Incluso hubo tapabocas y distancia social. Ahora, 100 años después, convengamos que lo vivido ya no suena original.
Bajo esa luz, tal vez no parezca tan extraño decir que lo único excepcional en esta pandemia fue la forma y la velocidad en que se compartió la información científica, la vertiginosidad, la multiplicidad de medios, la infinidad de voces, y con todo ello, la dificultad de pensar y tomar decisiones. Por supuesto, en 1918 también hubo medios de comunicación que oficiaron de encuentro entre la sociedad y el conocimiento científico, pero su alcance acotado demoró y limitó la circulación de la información.
Ahora, sin embargo, de buenas a primeras y desde múltiples plataformas, surgió un bombardeo continuo y desenfrenado de información (científica). Todos querían informar y todos querían saber ya. ¿Los periodistas estaban preparados para desempeñar esta tarea desde los medios masivos? ¿El público estaba preparado para recibir y comprender la explosión de “información” en las redes sociales?
Para aquellos profesionales que día a día informan sobre muchas cuestiones, la ciencia era un área ajena y lejana a los temas políticos, económicos, culturales o deportivos. ¿Estaban preparados para hablar diariamente con científicos en general desacostumbrados a la naturaleza del trabajo periodístico, su inmediatez, su necesidad de conceptos concluyentes, inequívocos y “especiales” para cada medio?
¿Estaban al tanto, los periodistas, de las características del proceso de hacer ciencia, de la lentitud e incertidumbre intrínseca que involucra, del inexorable cambio que experimenta el conocimiento a medida que avanza?
Todo eso y más debía manejarse para saber transmitir información con profesionalismo. Pero la realidad es que los periodistas que usualmente cubrían otras áreas (política, información general, sobre todo) tuvieron que aprender sobre la marcha a informar sobre diferentes cuestiones siempre unidas a la ciencia. El desafío, en Uruguay, se sorteó medianamente bien, sobre todo porque el periodismo es una profesión que aún se moldea y ejerce como un oficio. Pero lo curioso es que en pleno siglo XXI, y luego de décadas de avances científicos y tecnológicos que rompen los ojos, que transforman la vida radicalmente, la pandemia encontró a un periodismo que aún no da lugar a la ciencia como área de cobertura imprescindible.
Aún es una rareza que en los medios haya periodistas especializados en cubrir ciencia. La pandemia llegó entonces para evidenciar aún más esa carencia, para poner en relieve el trabajo de los pocos periodistas científicos que tuvieron las herramientas para responder a la coyuntura. Quizás no tenían el músculo desarrollado para cubrir información que exigía novedades minuto a minuto, porque la noticia científica no es contrarreloj, pero sin dudas contaban con todo lo demás.
Así, mientras la ciencia aceleraba a semanas lo que hubiera llevado años de estudio, era esencial que la comunicación ayudara a que la sociedad entendiera esa realidad. Que comprendiera que la ciencia podía equivocarse, pero que trabajaba sobre décadas de conocimiento acumulado y que, en definitiva, el foco estaba puesto en el bien común, en salvar vidas, en volver a estar sanos, aun sabiendo que la urgencia podría tener un costo.
Ahora el periodismo debería quedarse con el aprendizaje de que la ciencia ya no puede ser una sección detrás de otras más “prestigiosas” o incuestionables. En el siglo XXI, si un medio mantiene ese sesgo, si no da a la ciencia el valor de área de cobertura, está mirando hacia el pasado. Y por qué no, el aprendizaje podría ser extensivo a la currícula de las carreras universitarias y de posgrado en Comunicación.
Y en tanto, para la población, ¿cómo prepararse para recibir la avalancha de información desde las redes? Una respuesta puede venir, precisamente, desde el periodismo. Sin dudar del innegable aporte de las redes para acercar a la población la voz de expertos y contribuir a democratizar el discurso científico, estas plataformas entrañan el riesgo potencial de la dificultad de verificar el origen, la fuente y la fiabilidad de los mensajes. En ese escenario, el trabajo periodístico de identificar la información confiable y verificar datos redundará en beneficio de la sociedad, que podrá tomar mejores decisiones.
Me resta mencionar la importancia de la comunicación para la comunidad científica, pues la pandemia dejó claro la necesidad de un mayor contacto entre quienes generan conocimiento científico, quienes pueden transmitirlo con profesionalismo y quienes podrán beneficiarse de ese conocimiento. Estar dispuestos —preparados— para dialogar con periodistas y comunicadores; entender que la comunicación es un saber en sí mismo, que no alcanza con que los científicos divulguen, sino que es necesario que sean partícipes de la comunicación masiva, son aspectos que observo, con alegría, cada vez más presentes entre investigadores
Trabajo en periodismo científico desde 1999 y uno de mis anhelos siempre fue que los científicos fueran actores sociales, que sus voces tuvieran importancia no solo por un estudio puntual sino como referentes del conocimiento científico que hoy permea en la vida cotidiana. La pandemia de algún modo cumplió ese anhelo, amplificando las voces que antes estaban encerradas en páginas de Ciencia o en charlas de divulgación en escuelas.
Por eso, es importante entender que es la comunicación científica de calidad la que nos permite estar mejor preparados para el mundo de avances científicos en que ya vivimos hace décadas, la que le da voz a los investigadores para respaldar la información que nos ayuda a decidir, y la que puede permitir que el trabajo periodístico colabore en construir una sociedad informada.