Esteban Valenti (*)


¿Recuerdan el famoso dicho? Si millones de moscas comen basura (para ser delicados...) todas no pueden estar equivocadas. Sí, pueden. Y cómo.

No será una reflexión ideológica, política o cultural pero al menos tiene relación con la vida cotidiana y los molestos insectos. La izquierda uruguaya se acostumbró durante demasiado tiempo – me incluyo – a revolotear sobre materias de dudosa nobleza y a considerar todo como lo más normal del mundo. Y la sociedad uruguaya también.

Tomemos un solo tema: las políticas sociales y la sensibilidad hacia los pobres y la redistribución de la riqueza. ¿Qué persona de la izquierda uruguaya, incluso de sectores más amplios que el propio Frente Amplio, no están de acuerdo con esos conceptos? Son básicos, elementales, están en nuestro ADN.

Dudar de esas definiciones es asumir que dentro de la izquierda hay gente sensible y progresista y otros que piensan y actúan preservando al régimen más injusto y explotador y que sólo pretenden retocarlo, maquillarlo para dormir tranquilos. Podemos y seguramente discrepamos con las formas, con los instrumentos, pero tenemos objetivos comunes. Si no admitimos eso, las bases de la unidad y de la comunión de objetivos son demasiado endebles.

Cuando algunos pretenden que ellos son los depositarios de la sensibilidad hacia los pobres, de los trabajadores o los defensores de la educación popular y el resto, la gran mayoría del país, la abrumadora mayoría del país queremos “chilenizar” la educación pública, nos están insultando y agrediendo. En general a esa gente les importa muy poco insultarnos y basta ver el nivel de sus balbuceos televisivos para aquilatar su nivel político, cultural y ni que hablar pedagógico.

Pero lentamente las cosas, los olores a los que nos quieren acostumbrar, emergen, vaya si emergen. Quieren que el Plan Promejora no se discuta con el Consejo de Enseñanza Secundaria, sino con el Ministerio de Trabajo porque afecta sus condiciones laborales. ¡Hubiéramos empezado por allí! Lo que no quieren es perder ciertas condiciones, ciertas prerrogativas y sobre todo ciertos niveles deplorables de ciertos sectores docentes que sólo pueden sobrevivir en medio de la mediocridad más absoluta y total. Es la corporación de los mediocres.

No todos los docentes, sino los que sobrevuelan una educación secundaria en decadencia y se agrupan para defender su total resistencia a los cambios, y mucho más a los cambios que los coloquen en condiciones de concursar para ascender, o a relacionarse con cierto liceo o instituto y demostrar su verdadero nivel docente, su compromiso, sus estudios, su profesionalidad y su amor por la docencia.

No logran explicar en sus balbuceos un solo aspecto en que el plan Promejora – que es una gota en un océano de cambios necesarios – tenga algo que ver con la educación chilena. Ellos que en otras esferas seguramente viven hablando de descentralización y de participación, cuando el precio de aplicar esos conceptos tiene que ver con sus condiciones laborales, gritan "¡al lobo! ¡al lobo!". Y ocupan.

Pero hay muchos otros aspectos semejantes, no nos concentremos sólo en este espinoso y urticante problema de la educación. Aunque la educación además de su valor concreto tiene un valor simbólico.

Tomemos la política económica. Si a esos mismos sectores y a algunos más, ustedes los interrogan sobre la política económica y social de este gobierno verán que las respuestas son unánimes: no entienden mucho, no les interesa entender mucho más, pero son férreos opositores del actual rumbo. Los sueldos aumentaron en forma constante, hay un nivel record de ocupación, la pobreza bajó en forma permanente y sigue bajando, todos los indicadores sociales y en inversión social mejoraron desde hace siete años. Eso naturalmente es el resultado del Espíritu Santo, de la voluntad de los astros o de la coyuntura internacional. Los mismos argumentos que la derecha.

La educación, la salud pública, la cultura, la investigación, las políticas sociales tienen los presupuestos más altos de la historia gracias a la providencia y en todo caso siempre se puede y se debe reclamar más y echarle la culpa del desastre educativo a la “chilenización” o a la partidización de la educación.

Lo que sí queda claro es que en la reforma de la educación lejos de ser restrictivos fuimos demasiado desprevenidos y que había que asegurar el pleno funcionamiento de las instituciones con mayorías adecuadas de los representantes políticos. Y del gobierno democráticamente elegido.

No le vayan a preguntar a alguno de esos locuaces declaradores sobre el “mundo del trabajo” en oposición al “trabajo” como funciona la autonomía de la educación en alguno de los países que ellos toman como referencia y guía imperecedera.

La política económica que fue siempre el talón de Aquiles de los gobiernos de izquierda, sobre la que se concentró siempre el fuego de la más pesada artillería de la derecha es la que hay que torcer a toda costa, para estos iluminados.

Sí, las moscas pueden estar equivocadas y no importa cuántas sean ni cuánto griten; si fuera por ellas a la izquierda la habrían sacado del gobierno a patadas y seríamos unos pacíficos eunucos gritones de consignas bien alejados del poder, pero mucho más alejados de cualquier posibilidad de mejorar la calidad de vida de los trabajadores, de los jubilados, de los productores, de los profesionales, los sectores medios y de los que invierten y se la juegan por este país.

Siempre nos quedará el recurso de replegarnos en enjambre esmirriado sobre las tentadoras montañas del escepticismo, del nihilismo y de las frases más radicales. Hay quienes lo practican regularmente y sobreviven.

Tomemos otro ejemplo. A mí la reforma del Frente Amplio que se votó por el Plenario me parece un avance casi insignificante. Me compadezco de los compañeros que tuvieron que votarla. Por la elección del presidente con voto secreto y a padrón abierto tenemos que pagar el precio de que estructuras totalmente superadas y no representativas del pueblo frenteamplista sigan intactas.

Que un Congreso de bases que cada día – y con números indiscutibles a la mano – representan menos a los independientes y a los frenteamplistas de a pie y son simplemente muy respetables mecanismos de algunos partidos de dominar la estructura del Frente Amplio se mantenga incólume para que en la próxima instancia puedan aprobar la nacionalización de la industria de los arándanos y la creación de un monopolio estatal del capuchino. Es un precio demasiado elevado por cierto.

Uno de estos días, si la lenta caída en la intención de voto y el peligro de hipotecar la hermosa aventura de cambiar y construir nos aviva a tiempo, es posible que nos demos cuenta que tenemos que cambiar por nosotros mismos, por la gente, por el proyecto, porque cambiar es nuestra vocación y que por este camino algunos se quedarán a custodiar la añoranza de bellas épocas y explicar nuevas derrotas y derrumbes.

Lo que sí es difícil de tragar, no es masticable, es la vieja idea de que si todos no nos alineamos detrás de ellos siempre nos pueden empujar o arrastrar hacia sus posiciones. Eso sí, democráticamente, porque los enjambres de moscas son el Gotha de la democracia. Y a quién le importa la democracia, si al final de cuentas se le puede agregar algún adjetivo y sobrevolarla alegremente. La podemos llamar la democracia organizativa o insecticida, por lo zumbona.

   (*) Periodista, escritor, coordinador de Bitácora, director de www.uypress.net. Uruguay