Caminé un rato por la enorme nave de metal, sobre sus pisos de adoquines, mirando el cielorraso de madera e ingenio, entre frutas y verduras brillantes, libros, ultramarinos, muebles, productos para celíacos, carne y pescado y por una gran plaza de comidas y cafés. Y me emocioné.

Sí, a veces los objetos, incluso los grandes objetos pueden emocionar. Y no estoy en una época de mi vida de emociones fáciles. Todo lo contrario.

Me emocioné porque pude mirar desde el presente un pasado de sueños, de grandes proyectos en el que los uruguayos construían con tanta audacia, con tanto despilfarro de buen gusto y de sentido estético un mercado para vender frutas y verduras. El Mercado Agrícola de Montevideo.

La historia pesa, sin historia no hay identidad. Ese es también el relato de cinco vecinos de Montevideo que donaron el terreno en el año 1903, de todo el proceso que culminó en 1913 con el pleno funcionamiento del Mercado Agrícola. Fue un proyecto de los arquitectos Antonio Vázquez y Silvio Geranio.

En el año 1999, fue declarado Monumento Histórico Nacional, pero era una ruina en un barrio que se tugurizaba cada día, territorio "comanche" que a pocos metros del Palacio Legislativo y de las facultades de Medicina y de Química era la imagen de la decadencia de ciertas zonas de la ciudad. Una ruina que arrastraba y era arrastrado por el barrio Goes.

Me emocioné porque sentado en uno de sus cafés, mirando, oliendo, observando y sobre todo sintiendo los detalles, el buen gusto, una estética de la modernidad con historia, pude imaginarme el futuro de mi ciudad y de mi país desde esa nueva realidad. E imaginar es tener sueños despierto.

Se puede, con el esfuerzo de muchos, pero con los liderazgos necesarios. Y es justo reconocerlos, porque la recompensa no son los reconocimientos, es la obra, es el resultado, es caminar bajo ese techo o mirarlo desde afuera y recordar desde donde partieron, pero es una obligación para nosotros, que solo podemos gozarlo, apreciarlo.

Es un esfuerzo extraordinario de la Intendencia de Montevideo y de Ana Olivera, es de las mejores obras que se han hecho en Montevideo en muchas décadas a la redonda, es el aporte y la tenacidad de Beatriz Silva, que se puso el proyecto al hombro desde su inicial e improvisado escritorio en un baño hasta la magnificencia de la actualidad y es el aporte de un arquitecto de la IM Carlos Pascual que le aportó su capacidad profesional, su profundo sentido de servidor público y su talento. Era el mayor desafío: reconstruir con igual o superior talento que sus creadores, en otro mundo, otra sociedad y otra ciudad. Y lo logró.

El MAM ahora está a la altura de mercados de este tipo en Europa, incluso los supera en muchos aspectos. Y con esta opinión no regalo nada.

Fue desde el inicio un factor de integración social, porque los 20 primeros trabajadores que pasaron al proyecto eran beneficiarios de planes sociales del MIDES y la mayoría de ellos hoy son parte esencial del MAM, de su impulso y de su valor.

El MAM es además un mensaje. Al barrio que lo recogió y comenzó a avanzar en diversos frentes con el aporte y la planificación de diferentes organismos del Estado. Es un mensaje a la ciudad: se puede y se debe rescatar lo mejor del pasado y sobre esas piedras, esas vigas metálicas, esos sueños iniciales, construir los nuestros, desde una nueva estética y una nueva integración con la zona, con las empresas privadas que participan del proyecto y hoy de la realidad.

Es un mensaje de que el progreso siempre fue una vanguardia en la estética, en la belleza, en un urbanismo de calidad y de sentido integrador. Un mercado no es sólo un lugar de transacciones, donde se compra y se vende, es un lugar donde encontrarse, donde compartir, donde sentirse más montevideanos, donde llevar visitantes, donde vivir un momento, un instante mejor.

Me emocionó la recuperación en cada uno de sus aspectos el profundo sentido cosmopolita, que tanto tiene que ver con nuestra ciudad y con ese barrio. Con Goes.

Espero ir con más tiempo, poder mirar más a fondo, respirar más hondamente su atmósfera, escudriñar en sus rincones, observar sus techos maravillosos, apreciarlo desde el exterior.

Federico Fellini, ese creador genial que nos sigue emocionando con sus películas y su personalidad, junto a su "Gelsomina", su Giulietta Masina, dijo un día, que lo que le permitía levantarse cada mañana era la curiosidad. Es muy bueno que un mercado, unas paredes de cemento, vidrio y acero, nos aporten nuevas curiosidades. Son mucho más que un mercado.