El correo electrónico ha universalizado el uso de mensajes anónimos. Antes era mucho más trabajoso, complejo e incluso arriesgado enviar mensajes sin firma o con firmas falsas. Ahora es un boleto. Y detrás de ese boleto se esconden algunas almas buenas y modestas, muchos asustadizos, timoratos y algunos cobardes.
Incluso en el debate político apareció el tema de los anónimos. Si hay un lugar donde el anónimo es más detestable, más cobarde es entre los militares. La denuncia contra el hermano del Vicepresidente de la República, Rodolfo Nin Novoa, llegó a través de un anónimo hecho y entregado por militares. Eso es lo único genérico que se sabe.
Si el que denuncia le tiene miedo a la cadena de mando o a las represalias o a cualquier otro bulto que se menea no merece vestir ningún uniforme, a menos que para los cobardes existan trajes especiales a la medida. Han pasado algunas semanas desde el episodio y todavía no sabemos quien fue el “valiente” anónimo que en un alarde de decencia dio un paso adelante. Eso si, amparado en las sombras protectoras.
Por suerte los uruguayos somos gente medida –a veces demasiado medida– pero si tomáramos esa ruta del anonimato y aceptáramos que es un método válido para denunciar, enchastrar y fomentar los valores cívicos de la decencia, estaríamos muy pero muy jodidos.
En el Uruguay democrático y con este gobierno nadie teme ni debe temer, si quiere hacer sus denuncias donde considere conveniente: a nivel partidario, del parlamento, de la prensa, de la justicia, de los muros. Y el que diga lo contrario que lo demuestre. El que proponga y defienda el anónimo fomenta métodos muy peligrosos y aviesos.
Otra cosa es el tráfico de anónimos en la red, donde diversos personajes sin identificación, en lugar de debatir ideas, opiniones se intercambian insultos, descalificaciones, interpretaciones de personalidades ajenas sin ni siquiera correr el mínimo riesgo de dar la cara. ¿Alguien puede creer seriamente que eso es un debate, que sirve para crecer intelectualmente, personalmente, conocer nuevas personas y opiniones? ¿Alguien cree que estos locuaces corresponsales escribirían lo mismo si firmaran con su nombre y apellido?
Sin duda yo debo venir de otro planeta y de otro tiempo, cuando en las asambleas estudiantiles, sindicales o luego en los comités de base la gente pedía la palabra, opinaba, defendía sus posiciones y se asumían todas las responsabilidades. Debates, duros, difíciles, muchas veces tensos por predeterminación, porque teníamos poca capacidad de escucharnos. Cuánto hubiéramos ganado y nos hubiéramos ahorrado si el papel principal lo hubieran tenido las dos orejas que la naturaleza nos ha dado. Lo único que puedo recriminarme es eso, nos escuchábamos poco, en particular dentro de la propia izquierda.
Recuerdo los tiempos de la polémica en la prensa, en los diarios, las revistas, los semanarios. Con nivel, con exposiciones que nos marcaron a todos, no por la búsqueda de los acuerdos y del aplauso sino fundamentalmente por la valentía de las ideas, el atrevimiento de las cuestiones, el espesor intelectual y cultural. Y además polémicas divertidas, con ingenio, con picardía y muchas veces muy duras. Pero con firma.
Es que el anonimato es vil por naturaleza, venga impreso en un líbelo, en una pintada o en un artilugio electrónico. Por eso me pareció justo asumir mis responsabilidades cuando había dudas sobre un parlante. No me gustan ni las culpas ni los méritos ajenos, ni que otros carguen con las sospechas.
Otra categoría de anónimos son los escribas de cartas que con diferentes nombres y/o seudónimos aparecen en la prensa nacional. Es una variante porque algunos medios exigen la identificación del autor aunque publiquen su seudónimo. Son un poco menos anónimos.
Hay un subgrupo de los anónimos, son los “filtradores”, los que van invitados a reuniones, fiestas, reunión del comité central o de la mesa política o cualquier forma de encuentro y se han especializado en la transparencia total. En la transparencia conveniente para ellos. Seleccionan y ordenan la información de acuerdo a sus intereses más mediatos y concretos. Eso sí, grandes intereses nacionales.
La izquierda actual está llena de esos “filtradores”, algunos tan sutiles y refinados que reciben el premio de sus informaciones a los pocos días con generosas publicaciones de actividades intrascendentes en los medios de la derecha. Y todos nos tenemos que hacer los bobos y gritar entusiastas: ¡viva la información más libre y completa! Algunos ya tienen patentes de “filtradores” profesionales. Bien ganada.
La izquierda tuvo una cierta cultura del secretismo, de la reserva y la conspiración, pero es cosa del pasado. La hemos superado, por algo somos la mitad del país. Pero pensar que los partidos políticos son cajas de cristal, es ridículo. Ninguna institución es una caja de cristal, ni siquiera las familias, imaginemos instituciones que tiene entre sus objetivos principales y explícitos la disputa del poder, como son los partidos políticos. Además, ¿ustedes creen que los filtradores transparentan sus propios grupos y partidos? Son transparentes a la medida. De sus intereses más mezquinos, de los que conviene ocultar.
¿Hay algo que se pueda hacer contra esta plaga? Nada. Sólo opinar y firmar.
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