Hay un momento mágico e insustituible en la vida de todos los seres humanos: cuando soñamos despiertos. Cuando imaginamos cosas posibles, lejanas, cercanas, imposibles, confesables e inconfesables. Sueños grandes y diminutos. Sin ese ejercicio de proyectar nuestra existencia más allá de la realidad, la vida sería muy poco. Pueden ser sueños individuales, familiares, grandes delirios o sueños colectivos. Creo que la mayor diferencia entre los seres humanos y el resto de la naturaleza está precisamente en soñar.
No sé ni puedo adivinar cuales son los sueños mayoritarios de los uruguayos. No hay encuestas. A veces ni siquiera se sabe cuales son los sueños profundos de cada uno. Imaginemos, pero voy a arriesgarme, sobre todo en este año nuevo tan cargado de incógnitas, dudas, preguntas y alternativas. Y hablaré de mis sueños, sin ninguna pretensión totalizadora.
Creo que el sueño más extendido es que el Uruguay – no como entidad abstracta o jurídica sino como fueguito donde calentarse la vida - siga mejorando, nos siga brindando posibilidades de trabajar, de estudiar, de discutir, de investigar, de enseñar, de invertir, de arriesgar y que en general nos vaya bien. Que al ciclón que todos anuncian y que por ahora solo nos ha rozado, sepamos capearlo con inteligencia y con mucho trabajo y constancia. De eso nada más nos salva.
Aunque estemos cerca, lejos o en el medio de la política todos soñamos con elegir bien, con tener capacidad de razonamiento y de previsión, recuerdos y expectativas sobre el futuro que nos permitan elegir lo mejor para la mayoría. Nunca será lo mejor para todos. Asumamos, que hay partes de la sociedad que tienen intereses diferentes, y que eso no dejará de existir porque invoquemos a los santos y los demonios. Yo sueño con que elijamos que siga bajando la pobreza y desaparezca la miseria, no sólo porque me quema verla, y arruina algo muy importante de mi vida y la de los míos, sino porque creo que es un lastre para que el país despegue, crezca y se desarrolle.
Que elijamos bien pensando en un futuro concreto, tangible, y no en palabras que se lleva el viento. Hay que tener sueños grandes para no transformarse en reptiles culturales y nacionales, pero tienen que tener raíces bien plantadas en la tierra, para poder germinar. Yo sueño con un país que tenga todas las muchas virtudes que tiene el Uruguay y supere sus taras, sus miedos, sus negativismos, sus pequeñeces y recupere algo que fue señero en nuestra historia: un poco de locura, mucha más imaginación y audacia. Somos chicos tenemos la obligación de soñar grande.
Sueño con un país más seguro, no sólo para dormir más tranquilo cuando alguno de los míos llega tarde, o cuando escucho los informativos, sino porque sería una sociedad más vivible, más confiable. Y sé que ese es un sueño que no se arregla con buenos deseos, sino con cosas duras y difíciles de recordar en Navidad y Año Nuevo. Pero igual las sueño, por las víctimas, por los que viven de su trabajo y de su honestidad.
Sueño con un país más culto, más educado. Y no sólo en los grandes hitos, en los teatros maravillosos que tenemos, en sus escritores, pintores, músicos, escultores, sino en las cosas más terrenales; en sus educadores, en sus estudiantes, en sus jóvenes y sus niños. Sin esa educación y esa cultura ninguno de los sueños anteriores será posible. Además, soñar en cultura y educación no tiene límites, sobre todo en el Uruguay.
Sueño con un ambiente intelectual más vivo, menos complaciente, más creativo y más arriesgado, en el que no nos limitemos a describir la realidad y sobre todo a quejarnos de ella, sino que propongamos, que recuperemos la irreverencia y la audacia. No es una virtud sólo de los jóvenes con su cultura y su arte, es una condición general de los seres humanos, igual que la comodidad, el aplanarse y dejarse mecer por las corrientes. Mi sueño es agitado y tormentoso, al menos trato de alimentarlo con preguntas sin límites. No sé si seré capaz de la audacia de responderlas. Pero sueño.
Sueño con seguir construyendo compañerismo. Desde hace 46 años vivo de esa materia prima, aunque a veces se haya transformado en amargura y dolor, nunca renegaré de ella. Y los uruguayos de las más diferentes condiciones y visiones, tenemos una buena y saludable tendencia al compañerismo. Sólo cuando el odio nos cegó y nos precipitó en la ferocidad dejamos de ser uruguayos y nos transformamos en otra cosa. Yo, este año más que otros, quiero seguir soñando en utilizar con la misma convicción la palabra compañero. No tengo una visión idílica; me he peleado, he discutido, me enfrenté a otros compañeros y adversarios con los que tengo buenas relaciones humanas, pero se que es una palabra demasiado importante en mi vida y en la de muchos uruguayos para quemarla en una hoguera de vanidades de circunstancia.
Mis sueños no tienen límites. Así son los sueños, por eso me atrevo a soñar con un mundo diferente, en el que miles de millones de seres humanos no estén sometidos a los vaivenes de una ruleta infernal en la que unas pocas decenas de personas y corporaciones se jueguen los destinos del planeta, disfrazando esas perversiones de normal funcionamiento del mercado. Este será un año duro, mucho más duro para esos hermanos que en todas las latitudes sufren en lo básico y se aferran con desesperación a sus vidas.
Sueño con que llueva en Uruguay, porque sé perfectamente que los sufrimientos de los productores y de todas las familias rurales, desde la más previsora a la más despreocupada, nos afectarán a todos. Y sueño con que el cambio de gobierno en los Estados Unidos, por lo menos aporte un poco de sensatez en un tema vital para la especie humana: frenar el cambio climático aun a costa de la avaricia y el lucro.
Sueño con que una ola casi imposible de cordura recorra al mundo, y que la ferocidad de las guerras que marcan con sus cicatrices regiones, países y sociedades de paso a la búsqueda de otras vías para resolver los conflictos. Es un sueño imposible, ese viento helado de la muerte sopla desde intereses y visiones demasiado poderosas e implacables. Desde el poder supremo e imperial y desde el fanatismo religioso y del desprecio a la vida, incluso a la propia. No logro soñar como se pueden siquiera atenuar esas pasiones sin límite.
Y de los grandes sueños paso a los más pequeños a los que caben en mi familia y mis amigos. Soy de una generación cuyas pasiones se superpusieron a todo, incluso a los padres, a los hijos, a las familias. Y lo admito: los sueños mentirosos son los peores. Este año no podría concebir mi vida y ni siquiera mis sueños, sin ellos, sin mi compañera, mis hijos, mis nietos, mi familia toda y mis amigos. ¿Qué sería de la vida sin ellos, de que valdrían los sueños?
Un buen año de sueños y realidades.