Los uruguayos descubrimos esa anomalía anatómica de los ojos revirados que supera la mitología griega de Polifemo durante el debate sobre la ley de impunidad y, sobre todo, sobre los crímenes de la dictadura, por allá en los años 1986 en adelante.

Tener los ojos en la nuca era un pecado triple mortal, sobre todo de los que tenían profundas heridas de torturas, desapariciones, muertes, cárcel y exilio al por mayor. El reclamo insistente al olvido llegaba desde el poder, desde el gobierno y sus aliados que nos reclamaban a todos olvidar, perdonar, hacernos los distraídos y no revolver en el pasado.

En el mundo hay toneladas de literatura, de la buena y también de la otra, que habla de este tema, y sobre todo, de que todos aquellos que quisieron ocultar u olvidar el pasado nunca lo lograron. Vuelve, de mil maneras, vuelve.

El paradigma de los ojos en la frente, mirando al porvenir era España, según los exégetas de esa nueva Biblia óptica. Pasaron los años y un conflicto que supuestamente había terminado en 1939 (la guerra civil) y varias décadas de crímenes franquistas reaparecieron con toda su fuerza, con investigaciones judiciales, libros, debates, etc. Y los vernáculos promotores del olvido se quedaron sin argumentos.

Voy a tomar otro ejemplo, que me atañe directamente, los que se hacen los distraídos sobre la caída del muro. He leído declaraciones de dirigentes comunistas de otros países, incluso algunos que conozco, lavándose las manos, como si hubiéramos sido engañados y no tuviéramos ninguna responsabilidad. Miserable visión del mundo y de nuestra propia historia.

El pasado hay que afrontarlo, no por aquella banalidad de que nos enseña y nos evita repetir errores, sino porque es nuestra identidad y más profunda es nuestra identidad y nuestra sensibilidad de acuerdo a cómo afrontamos nuestro pasado y el pasado en general. Cuando se lucha por una causa, la primera gran responsabilidad es asumir sus consecuencias, todas ellas con sentido crítico. Poncio Pilatos es un personaje nefasto de la historia.

Toda esta larga introducción en la que traté de asumir el tema en primera persona para que algunos sensibles no crean que hablo solo de terceros, es porque en estos días ha vuelto al ruedo de manera maciza una parte de la historia de los años 60, 70 y algo de los 80, la de los traidores. Porque los traidores han sido siempre parte de la historia, su parte pornográfica, el recuerdo de las miserias humanas, de sus debilidades. Y no hay manera de ocultarlo, no hay que ocultarlo.

Hay muchas maneras de mirar el pasado, tanto por parte de los protagonistas directos de esos hechos, como de las diversas generaciones que los vivieron o los observan en la actualidad. Naturalmente con extrema indiferencia, como si se tratara de hechos ajenos por completo a nuestras vidas. Es respetable, esos temas a veces cansan, agotan, pero hay que recordar que son cosas que le sucedieron a seres humanos próximos, compatriotas, amigos, compañeros, vecinos. Hay que siempre poner por delante una mirada de humanidad. Nos ayuda a nosotros mismos, el egoísmo es siempre empobrecedor.

Otra es la obsesión, es anclarse en esos hechos hasta transformarlos casi en el presente. Es otro error, el tiempo enseña, la experiencia enseña y sobre todo la perspectiva más amplia brinda la posibilidad de mirar todo con mayor profundidad y sentido de equilibrio y de justicia. En este sentido los uruguayos hemos dado - en la inmensa mayoría de la sociedad - una lección de gran equilibrio, aunque algunos "interesados" hubieran preferido un olvido total y absoluto.

Hay otra variedad, los que creen que el pasar de los años, lejos de mejorarnos la perspectiva, la capacidad de razonar y entender; tiñen, deforman y permiten traficar gato por liebre. En estos días asistimos a una gran operación de ese tipo. Sobre mi opinión de fondo sobre las declaraciones y la conducta del traidor Amodio Pérez, no voy a abundar; ya escribí una columna: "Anoche vi a un traidor". Me quiero referir a una mirada más general.

La necesidad de integrar incluso estos intentos "desinteresados" y "espontáneos" de aportar "otra visión" de la historia al análisis. Las 12 páginas de declaraciones de Amodio Pérez, sus anteriores cartas y lo que seguirá, es tan evidente, tan burdo, que no merecería más comentarios. Pero más que ser la voz de un traidor auto desaparecido, que durante 40 años guardó silencio, se trata de agregar confusión, de embarrar a otras personas, de acusar nuevamente por cuenta de sus dueños, de sus mandantes, de sus actuales socios, los que están presos en la cárcel de Camino Mendoza y otros que todavía siguen libres.

Amodio Pérez no quiere sólo entreverar su papel de traidor en el pasado, quiere sobre todo ensuciar algo más en el presente, ser una referencia, ganarse el derecho a aportar nuevas traiciones a la distancia.

Sus casi nulas referencias políticas al pasado, sobre el pasado y en particular sobre el presente son el camuflaje para seguir supurando veneno sobre el presente. Es cierto que abruma la absoluta falta de sentido de la política que relata sobre aquellos años, como si todo fuera un problema de planes militares, el Hipólito, el Tatú, y otros, sino que esa misma lógica es la quiere introducir en el análisis crítico del pasado y por lo tanto del presente.

Es que los verdaderos, los peores traidores, son aquellos que asumieron plenamente la lógica de sus amos, se transformaron en sirvientes en cuerpo, alma e ideología.