Mi generación sabe mucho de eso. Tuvimos a lo largo de nuestras vidas muchos desencantos y sin embargo no estamos vacunados, vuelven, retornan como una ola maldita y feroz. Es posible que la culpa sea toda nuestra o toda mía, por encantarme, por esperanzarme con compañerismos, amistades y proyectos políticos. Si fuéramos más fríos, más lejanos, menos comprometidos, seguramente nos ahorraríamos muchos desencantos. Y muchas pasiones.
No me arrepiento y creo que la mayoría de nosotros no se arrepiente de haber puesto su pasión, su esfuerzo, sus horas y en algunos casos cosas bastante más riesgosas y complejas detrás de nuestras ideas políticas, de nuestros dirigentes, de nuestros sueños. Aunque hayamos tenido que pagar desmoronamientos y las amarguras.
Se amarga y se indigna con los desengaños el que alguna vez tuvo pasión y compromiso, el que se jugó una parte importante de su vida, el que tiene esperanzas y quiere seguir peleando. Los otros, con la misma legitimidad que nosotros, se repliegan, se van a sus casas, a sus familias, a sus vidas y le dan la espalda a la política. A lo sumo rumean sus broncas.
Yo, y creo que unos cuantos compañeros como yo, mejores que yo, con más futuro que pasado, sufren los mismos desengaños. Hay que respetarlos, es lo menos que se puede hacer. Respetar.
Es gente que aportó y que quiere seguir aportando. ¿Quién tiene el derecho, desde lo más alto de la pirámide del gobierno o del partido, de fijar los límites y otorgar los títulos y los permisos para poder opinar? ¿Quién?
No se trata solo de la izquierda, es una reacción de sospecha y descalificación general de los políticos profesionales ya bien instalados, un número importante de ellos le tienen terror a ideas nuevas y mucho más a que alguien se anime a lanzarse a la política desde afuera, como si fuera un pecado desafiar a las estructuras. Los partidos, los frentes, los grupos existentes, no son el límite divino impuesto a toda la sociedad. Esa es la visión más conservadora y anti política que se puede encontrar.
En el caso de la izquierda, algunos parecen tener una memoria corta, muy corta, y se olvidan de cuando empujábamos juntos el pesado y casi imposible carro de disputarle el poder en la capital a los imbatibles colorados, en plena caída del muro, cuando en el Frente Amplio nadie apostaba un cobre por esa posibilidad. Un cobre de ningún tipo, real o imaginario.
¿O se olvidan de cuando nos fueron a buscar porque ocupaban simultáneamente todos los máximos cargos del FA para aportar algo, aportar un poquito a las campañas electorales? A todas, a las del 1999, del 2004 y del 2016. La del 2009, a favor de la fórmula Mujica-Astori, corrió por mi exclusiva cuenta y la de los muchos compañeros que se la jugaron. Y todas trabajadas gratis; no profesionalmente, sino políticamente.
¿O se olvidan de los más de 26 años en que defendimos con pasión y con la poca verba e inteligencia que disponemos la labor de gobiernos municipales y nacionales, aunque a veces no compartiéramos todas sus políticas? Pero así es la política. Éramos y seguimos siendo opinadores, porque nunca, absolutamente nunca, pedimos un cargo, pero a la hora de estar siempre estuvimos. Y seguiremos estando. Por la izquierda, por el progresismo, por sus valores y principios. ¿O acaso para opinar hay que ser funcionarios?
Es cierto: se nos atrofiaron las aletas, se nos desgastaron de ver chambonadas, lentitudes y cosas mucho, pero mucho más graves, que la vida desgraciadamente hace aparecer en toda su enorme fangosidad. Y opinamos.
De algunos recién llegados a la política, cuyo aporte es bastante limitado, lo entendemos. Están haciendo sus primeras armas en la cima de la pirámide del FA y le hablan a su claque y se olvidan del millón cien mil almas ciudadanas que llenamos las urnas hace casi dos años. De todas maneras, es grave su intento de callarnos, de afirmar que opinar es tarea fácil y despreciable. No importa hacia quién dirigieron sus rayos y centellas, muchos nos sentimos "opinadores". ¿Les preocupa tanto?
Pero, cuando se ocupa la cumbre del poder y se han compartido tantas batallas difíciles, es malo, es muy malo, agredir a los compañeros que opinan diferente y se atreven a criticar. Cuando otros que insultaron, destruyeron muchas de las obras que se construyeron en los primeros 5 años de gobierno de izquierda, entreveraron tantas cartas, son tratados con tanta condescendencia y generosidad. Nunca una fuerza política integrante del FA tuvo tanta fuerza y poder en un gobierno progresista como lo tiene el MPP y sus aliados en este gobierno. ¿Es necesario que haga la lista?
¿Es por la cantidad de votos? No, porque el poder es totalmente desproporcionado. ¿Es por la cantidad de cuadros? Lo dejo a criterio de los lectores y reconozco que en estos años hay muchos compañeros del MPP que han crecido política y profesionalmente, pero ese no fue la razón principal del avance sobre los cargos.
La responsabilidad no es de los privilegiados sino de los privilegiadores y de los que nos quieren hacer creer en falsas tensiones y diferencias.
Nosotros no pedimos nada. Seguimos en el trillo batallando y defendiendo ideas de izquierda y progresistas, tratamos de hacer política aprendiendo de los nuevos infalibles de la estructura y del gobierno. ¿Por eso no tenemos el mínimo derecho de opinar?
¿Nadie en las alturas se ha preguntado por qué el camino que venimos recorriendo ha quedado tan repleto de gente buena, trabajadora, inteligente, con opiniones diversas pero valiosas, que quedaron a la vera? Eso sí, si no hablan, si se mantienen en discreto silencio o mascullan su bronca en los rincones, reciben el silencio complacido desde las cumbres.
Nosotros decidimos no callarnos, pensar, hablar, exigir, criticar y no conformarnos con las genialidades diarias del poder. Y vaya si lo hacemos generosamente viendo los resultados y observando el surf actual.
Y tengan en cuenta que los desencantos duelen y dejan heridas.
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