Acostumbrarse a ciertas cosas, a determinados horrores, integrarlos a nuestra observación indiferente de la realidad es una de las cosas que nos degrada, nos hace cómplices y egoístas, con el maquillaje de cierta superioridad.
La otra noche no vi llover, como canta Manzanero, vi estafar a la gente por televisión. Terminó el informativo de última hora de uno de los grandes canales, y casi como una continuación, con una voz que perfectamente podía confundirse con la de un periodista se brindaron amplios detalles del asesinato de un niño de cinco años que se había producido dos días antes por su propio padre que luego intentó suicidarse. Se dieron todos los detalles posibles sobre esa tragedia que impactó en todo el país y en especial en Ecilda Paullier. Me quedé mirando. Sospechando.
Y se confirmó, era una filmación y emisión realizada por esa iglesia que tiene copadas las televisoras nacionales, cuyo templo central está en el ex cine Trocadero utilizando una tragedia, familiar y que nos enluta a todos para traficar sus servicios de chacales de la buena fe y de la fe de una secta.
Dos llamados “pastores”, uno el infaltable brasilero chapurreando en portuñol y el otro, un paraguayo, peroraron durante más de media hora, sobre los ángeles del mal, sobre el diablo que se había apoderado de ese padre y los peligros que todos afrontábamos si nuestro ángel de la guardia no vencía en su batalla eterna contra la oscuridad. Revolvían el estómago.
Una chapucería que con un nivel de un zócalo intelectual y moral y con un lenguaje básico y primitivo convocaban a los creyentes necesitados, a los enfermos de cáncer terminales, los que tienen insomnio, problemas de pareja o económicos a enviar sus nombres para colocarlos en el “arca, el símbolo de dios”, (si, lo escribo con minúscula porque ese dios es sólo un pretexto para currar, es una falta de respeto a los creyentes y a la pobre gente desesperada).
La técnica de comunicación es el miedo, es apelar a la desesperación de la gente y a las promesas más irresponsables. Tres operadoras telefónicas, “tres obreras” como ellos las llamaron tomaban los mensajes y el pastor mastodóntico vestido de blanco recogía los papelitos con los nombres y los colocaba sobre el arca, que reproducía en cartón pintado el “Arca perdida” de “Arca de la Alianza”.
Según describe la Biblia, pues nunca fue encontrada, la gran Arca de la Alianza guardaba las tablas de piedra que contenían los Diez mandamientos recibidos por Moisés, en el Sinaí. El Arca simboliza la unidad entre Dios con su pueblo. Y desapareció con la destrucción del templo de Jerusalem por parte del rey Caldeo Nabucodonosor.
La Biblia es muy precisa hasta en sus dimensiones, medía 2,5 codos de longitud y 1,5 de ancho y alto, o sea 1,31 m de largo por 0,78 m de alto y ancho y sobre la tapa del cofre descansaban dos querubines. Pues el arca trucha y presentada por televisión y en directa por estos charlatanes era mucho más grande, y el “pastor” se encargaba de resaltar su tamaño comparándola con la de su abultada figura, vientre incluido.
Con cara de poseído afirmaba que los dos ángeles del bien que con sus alas se cubren el rostro sobre el arca, eran parte de la lucha contra los ángeles negros, que fueron los culpables de la tragedia de Ecilda Paullier y de las desventuras de todos los telespectadores crédulos e insomnes.
Todo les viene bien, la tragedia de una familia, una reproducción cinematográfica del arca en tamaño gigante y radiante, para impresionar, para demostrar la grandeza de su poder y como culminación convocan a un continuado de misas a partir de las 8 de la mañana en su templo para librarse del mal y ungirse con algún óleo sagrado que seguramente venderán a buen precio. Huele a negocio, a superchería a una organización especializada en explotar los miedos y transformarlos en dinero y en engaño.
En el Uruguay hay libertad de culto establecida en el artículo 5 de la Constitución, esa si es sagrada, y es muy importante por sus contenidos democráticos y de libertad y debemos seguir defendiendo ese derecho de todos a creer en una religión o en un culto, a practicarla y a propagar su fe. Pero esa misma libertad es para que los ciudadanos que asistimos como se aprovechan de la gente de la gente, utilizan los más bajos recursos y mucho, mucho dinero para embaucar a la gente y enriquecerse a su costa es la que invoco para denunciarlos.
Los conozco, los he visto como todos, les doy el mismo nombre que la mayoría de los uruguayos: “Pare de sufrir”, hasta los asumo con cierta sorna, pero todo tiene su límite.
Lo del jueves de noche y en la madrugada del viernes fue una estafa emocional y espiritual practicada por televisión a vista y paciencia de todos, utilizando el más deleznable de los recursos.
Para terminar la transmisión, entrevistaron a una señora que venía de la suma de todas las tragedias y que el dios de estos señores le había resuelto todos sus problemas y ahora vivía en la más absoluta y plena felicidad.
El problema no es individual, no se trata de juzgar a las personas que llenan el templo, pagan y mantienen a ese pequeño ejercito de “pastores”, guardias de seguridad y jefes del marketing divino, el tema es social y cultural: todas las noches pagando cifras seguramente muy importantes tenemos una o varias sectas que en cuasi cadena de televisión nacional, no promueven una fe, o una religión, sino que lucran con la incultura, con la desesperación, con el miedo. Y eso está un poco más allá de la libertad de culto.