Voy a insistir sobre un concepto complejo, lleno de pruebas y trampas y que los periodistas de opinión o los políticos, no siempre logramos cumplir: la necesidad de mirar la realidad, los cambios y los procesos desde lo más abajo posible, desde el suelo, fuera del palacio y los pasillos del poder o las estadísticas, observar la realidad desde la gente, su cotidianidad, sus sueños concretos y hechos realidad o postergados.
La Semana de Turismo es un buen momento y el punto de observación en este caso es Villa Serrana, un lugar que durante décadas fue una hermosa promesa, congelada en una gran mediocridad, falta de inversiones y de proyectos. Creo que es el único emprendimiento turístico serrano del país.
Hace 25 años que pasamos Turismo en Villa Serrana, que la conocemos bastante bien, que hemos seguido sus cambios, en algún caso su involución, su decadencia aunque siempre con sus inalterables atractivos naturales: es el lugar del mundo donde he visto los cielos más estrellados y hermosos. Y acostumbro mirar para comparar.
Es un lugar agreste, medio campo semiurbanizado, con una combinación justa entre viviendas, hotelitos, paradores y campo, mucho campo y vegetación agreste y las infaltables vacas paseanderas, que deambulan por caminos y terrenos. Ahora con una novedad, ahora se las puede llamar por el número...tienen todas una caravana anaranjada en el oreja.
Desde Villa Serrana se puede apreciar cuanto ha cambiado el Uruguay. Incluso en la ruta de llegada, pasando por Solís de Mataojo, con decena de casas pintadas de colores vivos, con un instituto de educación de inglés con un moderno edificio y con la mayor densidad de lomos de burro del planeta. En la ruta 8 impecable, bien señalizada, hasta en los detalles de los marcadores de los kilómetros y en Minas, donde la cantidad de comercios, la calidad de la oferta, la cantidad de casas pintadas y coloridas, nos llamó la atención. Hay plata, más plata y se nota y se siente la voluntad de mejorar, de prosperar y de vivir mejor.
Villa Serrana es hoy otra cosa, de aquel emprendimiento congelado durante décadas y en profunda crisis, como el resto del país en los años 2002. Se rehabilitó la estupenda construcción en material, madera y quincho de Villamajó, el Ventorrillo de la Buena Vista, con todos los servicios de restaurante, cafetería y cinco habitaciones, se reconstruyó y ya ofrece todos sus servicios el Mesón de las Cañas, estupendo (hace poco tiempo una ruina total), hay nuevos emprendimientos gastronómicos, incluyendo un parador cerca de la represa Stewart Vargas, con la cocina de un chef ampliamente conocido como Ignacio Quesada. En todo eso tuvo mucho que ver el Estado a través del Ministerio de Turismo.
Podría hablar de la ruta que desde el kilómetro 145 de la ruta 8 hasta el parque de la represa está totalmente asfaltada y señalizada, en una colaboración entre el MTOP y la Intendencia y lo que antes era una pintoresca pista de rally ahora es perfectamente transitable con cualquier condición climática, o en la sustitución de la telefonía rural de Vallefuente por los celulares y el acceso 3G de Internet, pero no es allí donde están los cambios más importantes, están en la cantidad de construcciones familiares y en la escuela pública.
Desde los puntos altos de la Villa se ven decenas de nuevas casitas, cabañas y construcciones que expresan un auge que hace muchas décadas no tenía esa zona y que sobre todo demuestra que hay gente con recursos, medios, porque no es una zona de gente rica, que se ha construido o se construye su casita, su casa, su refugio. Ya no solo el Este, la costa larguísima del Uruguay, sino zonas del interior profundo renacen o directamente nacen al turismo y al placer de conocerlas y disfrutarlas por parte de los uruguayos e incluso de turistas extranjeros. Allí en Villa Serrana, los cambios, se notan, se palpan, se viven de manera inocultable. Y son cambios materiales y del estado de ánimo de la gente.
Habrá sin duda personas que añoran la paz de antaño, la soledad y la rusticidad del lugar. Lo bueno de Villa Serrana es que fuera de la Semana de Turismo, mantiene esa tranquilidad impagable, ese equilibrio entre la naturaleza y la cantidad de gente. Desde esas vistas que permiten ver muchos kilómetros de campo y de sierra en todas las direcciones uno logra apreciar una de las riquezas más extraordinarias del Uruguay: su espacio, sus espacios. Uruguay tiene una proporción de espacio para su gente impresionante, único. Incluso en la agitada Semana de Turismo.
El otro cambio notorio es la escuela pública. Hace algún tiempo, todos los años los vecinos permanentes y los visitantes habituales colaborábamos para mantener la escuela. Para comprar las cortinas o darle una única computadora, obviamente sin conexión posible a Internet. Es una escuelita pequeña con pocos niños, pero impecable, que ahora tiene incluso aire acondicionado, todos los niños tienen computadoras del Plan Ceibal, y están esperando con ansias volver a la escuela.
El 22 de abril del 2003, luego de la semana de Turismo, escribí una columna para Bitácora. Reproduzco un fragmento de ese artículo porque sirve para comparar situaciones: “Este es el Uruguay que necesitamos encontrar en estos tiempos de vendavales, en los que la tormenta arrastra tantas cosas, destruye familias, desparrama afectos por medio mundo y hace dudar en los destinos de la Patria. Esta es una escuela rural más, con doce niños a sólo 150 kilómetros de Montevideo, pero en el Uruguay profundo, donde el destino del país se escribió educando, alfabetizando, creando pequeños focos de esa laicidad y ese sentido de la nación que nos ha dado nuestra identidad. Este es el país donde la miseria del estomago y del alma se combate con las mejores armas. Con pan, con cultura, con ideas, compartiendo y ayudando. No habría Uruguay sin esa escuela”
“Y esa escuela resiste, apretada contra la ladera del cerro, con sus tres banderitas, orgullosa de su batalla ganada contra la gran economía, contra la indiferencia, contra las modernizaciones que no tienen en cuenta a los seres humanos. Resiste porque los hombres y mujeres de estos pagos aún en el vendaval de sus preocupaciones, de la falta de trabajo, de las pocas changas con las que van tirando, siguen creyendo que sus hijos, sus nietos, sus alumnos son lo más importante”.
El Uruguay y la escuela resistieron y hoy vivimos otro momento, que se puede apreciar muy bien desde ese rinconcito de la sierras. Esos son cambios duraderos y verdaderos, no son solo materiales, de consumo, de ladrillos, quinchos, pintura o ceibalitas, son cambios en el estado del alma de los uruguayos.
Puede parecer paradójico, pero desde una sierra, los cambios se ven bien de abajo, a ras de la tierra.
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