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Eduardo Gudynas

Escribe Eduardo Gudynas

Los Cthulhus de nuestra basura

Los contenedores repletos de basuras que se derraman hacia calles y aceras son los nuevos monstruos montevideanos. Mutantes imparables que invaden toda la ciudad sin que nadie pueda detenerlos y sin que nos atrevamos a aceptar su verdadero origen.

12.12.2016 14:50

Lectura: 5'

2016-12-12T14:50:00-03:00
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Cajas, restos de comidas, olores, botellas, electrodomésticos desguazados, ramas y hojas, moscas, sillones destartalados... y así sigue la lista de la basura que persiste como uno de los más graves problemas ambientales de la capital.

Esa basura ya ha adquirido un volumen tan enorme, una presencia tan extendida, que invadió todos los rincones montevideanos, dejando en evidencia que estamos frente a algo que sólo puede ser entendido como un monstruo mágico que resiste cualquier intento de curación. Es algo así como un Cthulhu, la mítica criatura de H.P. Lovecraft, un ser malévolo de una inmensidad verde y gelatinosa, pero que ahora apareció en nuestra ciudad. Es un ente para el cual no había lenguaje que lo describiera adecuadamente.

En Montevideo tenemos Cthulhus gordos, tan repletos de residuos que los vomitan una y otra vez. Los reconocemos fácilmente porque son contenedores con sus faldas rodeadas por bolsas con restos de churrascos o sobras de ensaladas, botellas de plástico o vidrio, restos de las cajas de cartón de mercaderías caras o berretas, esqueletos de muebles o electrodomésticos, ropa vieja, y cosas así.

Hay otros Cthulhus que son vomitadores. Sin arcadas ni ruidos, lo que estaba adentro termina afuera, entreverado, desparramado y oloroso. Devoraron tanta pero tanta basura, sin que se los desagotara en los momentos más necesarios, que terminaron con sus fauces abiertas, incapaces de seguir comiendo los residuos que se acumulan a su alrededor.

Otros contenedores Cthulhus son dragones: escupen fuego, lanzan humo. Pueden arder por horas o incluso por días, alimentándose de la basura que yace en su interior. Los bomberos llegan, pero siempre habrá alguien con una enorme constancia que los volverá a encender.

Algunos dirán que la criatura del Cthulhu, en la obra original de Lovecraft, redactada a inicios del siglo XX, estaba ubicada en alguna remota isla del Pácifico Sur, y que eso nada tiene que ver con Montevideo. Están muy equivocados: solo entendiendo a nuestra crisis de la basura como un monstruo haremos justicia a un problema que se repite por años (¿diez años? ¿quince años?), sin que podamos detenerlo, y que se extiende por todos los barrios capitalinos.

Debemos reconocer que estamos ante un criatura de un poder enorme, incontrolable, para evitar que la aniquilaran después de tantos intentos. Sólo así se puede aceptar que una ciudad mediana, de poco más de un millón de habitantes, padezca estas epidemias de basura una y otra vez. El Cthulhu irradia una perversa magia que lo hace invulnerable.

Esto además explica que uno de los problemas centrales de la política municipal sea cuándo llegan unos camioncitos, si de verdad arribarán la semana que viene o, una vez más, será el mes que viene, si serán dos, tres o cuatro vehículos, o si están correctamente armados o nuevamente la magia de los Cthulhus hace que se confunda la derecha con la izquierda. Esa magia en tan pero tan poderosa que tuvimos que dejar de lado otras cuestiones graves para la vida en Montevideo, como la reforma del sistema de transporte, reparar la lepra de baches en las calles o terminar las obras pendientes para encaminar el agua de los chaparrones. Nuestra clase política está totalmente dedicada a buscar el exorcismo que pueda desinflar este maleficio.

Mientras las autoridades de la intendencia están entreveradas en esos problemas, los trabajadores municipales parecen incapaces de lidiar, otra vez, con esta embestida de los Cthulhus. Sin duda ellos tienen muchas explicaciones y excusas, seguramente todas entendibles, pero algo sucede porque la basura avanza y avanza. Algunos se preguntan si el poder de los Cthulhus también no estará afectando la conocida solidaridad y seriedad uruguaya, desembocando en trabajadores que ya no soportan el horror de atacar a los contenedores, y no tienen más remedio que declararse enfermos, trabajar a desgano o llamar a una nueva asamblea para volver a discutir qué hacer.

Alrededor de esas cuestiones dan vueltas y vueltas los políticos, los sindicalistas, los medios y unos cuantos periodistas, y vaya a saber cuánta gente más. Pero ayer descubrí el verdadero origen de esta maldición: a media mañana, en el Cordón, pude ver con toda claridad a un joven, que no era ni un adolescente rebelde, ni un "marginal", ni un "requechero", que se acercó al contenedor de la esquina de su casa, con una bolsa y una caja repletas de basura. Se paró ante el contenedor, metió la bolsa plástica hacia adentro (bien hecho, pensé), pero la caja de cartón la dejó caer afuera (el embrujo del Cthulhu otra vez, me resigné). Y se sumó a otras cajas y bolsas que se desparramaban por la vereda y acera. No le importaba ensuciar su propia cuadra, ni invitar a otros que lo imitaran.

Es que, al final de cuentas, ese monstruo de la basura, estos Cthulhus montevideanos, somos todos nosotros. Creamos y alimentamos a la criatura, nosotros tiramos la basura de cualquier manera y en cualquier sitio, nosotros toleramos las incapacidades de los políticos y los municipales. Claro que hay excepciones en todos los barrios, pero esa criatura que reproduce la inmundicia en toda la ciudad está en muchos, pero realmente muchos otros, en el joven que tiró aquella caja en la vereda, en la señora de la esquina que rebolea la bolsa de residuos desde lejos hasta que estalla contra las baldosas, y en el veterano de aquí a la vuelta, que siempre deja la poda desparramada alrededor del contenedor.

El monstruo de la basura en las calles de Montevideo, es al final de cuentas, el reflejo de nuestros propios monstruos interiores.