Por Gerardo Sotelo
El oficialismo está malhumorado y en algunos asuntos, arrinconado. Por extraño que parezca, no ha encontrado aún el modo de resolver, sin costos políticos razonables, las denuncias de corrupción en las que se ha visto envuelto. Ni siquiera ha podido resolver un asunto menor, como el de la contratación de Fernando Vilar, que derivó en un asunto mayor, al quedar involucrado el Presidente de la República en los pagos alegados por el contratado de manos desconocidas.
Quizás sea por la falta de liderazgo, quizás por su propia naturaleza, el Frente Amplio y el gobierno nacional han visto cómo les estallaban en la cara todas las bombas que llegaron a sus manos, desde el caso Sendic, pasando por las tarjetas de De León, los autoconvocados, el apoyo a Maduro y Lula, el TLC con Chile, el affaire Vilar y aún la estrafalaria referencia del senador Michelini a las "niñas de 15 años". Sus voceros más obsecuentes viralizan gráficas y datos sobre la situación del país, con tanto frenesí como descontextualización, en un intento por maximizar sus logros y minimizar sus errores. En la vida real, el Frente sigue cargando sobre su amplia espalda el precio de transitar su tercer período de gobierno con mayorías propias, y por tanto, con toda la responsabilidad por lo que está mal o muy mal.
Hace unos días me encontré con un destacado profesional que revistió en Presidencia durante algunos años de la gestión frentista. Más allá de su desazón por las oportunidades perdidas, sus augurios sobre el futuro electoral no excluían el triunfo de Lacalle Pou, en la hipótesis de que sea él quien alcance la candidatura presidencial nacionalista.
Puede tratarse de un caso aislado pero también de una señal de que el imaginario colectivo, y aún la academia, están empezando a dar cuenta del desgaste del proyecto progresista y a coquetear con la idea de cambio.
La alternancia entre la "centro izquierda" y la "centro derecha" (las comillas expresan la reticencia del autor sobre la pertinencia de tales categorías) se construye a partir de propuestas genuinas, partidos sólidos y candidaturas consistentes, que expresen el sentimiento del electorado. Lo extraño no debería ser la constatación de lo obvio (algo similar ha ocurrido en todo el continente) sino la debilidad relativa de las señales opositoras hacia la sociedad.
En las elecciones del 2004, el hastío de buena parte del electorado con las alternativas tradicionales pudo canalizarse sin traumas porque el Frente Amplio estaba en condiciones de ofrecerles una alternancia responsable. Si el ciclo progresista estuviera llegando a su fin, ¿puede decirse lo mismo de la oferta opositora para el 2019?
Si el oficialismo no mejora el humor y acepta con sinceridad los problemas y los reclamos, va a dejarle a su fórmula presidencial un escenario más complejo del que necesita. Al menos si cree que es posible (y conveniente) bailar en marzo de 2020 el vals de los 15.