Siempre escribo de política, es como mi segunda piel. Aprovechando este fin de semana me puse a leer los comentarios y mensajes que aparecen en algunas columnas y en la sección especial que habilitó Montevideo COMM para recibir comentarios de todo y sobre todos los columnistas. Interesante.
Admiten muchas lecturas, muchos enfoques y son una expresión selectiva de una parte de la sociedad uruguaya. No hay duda que los que escriben allí se toman el trabajo de leer columnas, noticias y de escribir sus opiniones, algunos con una regularidad y una tenacidad envidiable.
Lo que más me llamó la atención son las ferocidades de algunos mensajes. Y mi pregunta es: si no se ampararan en el anonimato ¿escribirían lo mismo? Si tuvieran que asumir con nombre y apellido algunos insultos, algunas acusaciones sin pruebas, cruces de epítetos y de insultos ¿lo harían de la misma manera?
El anonimato es un fenómeno nuevo, al menos en estas dimensiones, y los mensajes sin identidad son una parte importante de ese mecanismo que merecería un análisis más serio y profundo. El anonimato es sin duda en el mundo actual una estrategia de defensa y de ataque contra la sociedad de la sobre-exposición y del exceso de información. ¿Pero es sólo eso? ¿Dónde nos puede llevar?
Hoy los anonimatos no son una forma de exclusión social, son una respuesta individual y a veces colectiva para enfrentar la lógica del control total. Vivimos un mundo plagado de sistemas cada día más sofisticados de control: cámaras, sistemas de rastreos, aeropuertos y puestos de frontera súper controlados. Cada uno de nosotros estamos sometidos a la mayor vigilancia de la historia. El anonimato puede ser un refugio, un grito de rebeldía.
En la sociedad del consumo vivimos sometidos – como se discutió en un reciente congreso – a la doble condición del anonimato, a ser un código de barras o una tarjeta magnética y a su vez a la exposición más absoluta. La desconfianza creciente hacia la política es parte de la sospecha de la exposición como instrumento de poder y en particular de fuerzas oscuras y ocultas detrás de los sillones del poder. Para oponerse a ese supuesto poder en las sombras se diluye la propia identidad. Por ello han aumentado en forma exponencial los movimientos y las expresiones del anonimato.
Incluso algunos creadores utilizan un seudónimo – por ejemplo Luther Blisset – para expresarse, o grupos musicales que guardan fieramente su identidad: los Bob Log III, Daft Punk o los Residents o narradores que se siguen ocultando al público como B. Traven o T. Pynchon.
Las grandes superficies comerciales o las autopistas son las expresiones físicas de esos lugares del anonimato. En el Uruguay, un país en que por sus dimensiones y su especial socialidad es muy difícil desaparecer, los blogs, los comentarios anónimos son el lugar ideal. Las autopistas de la información anónima.
Nuestro tiempo también tiene espacios de disolución de la identidad mucho más terribles, como por ejemplo los enormes, interminables campos de refugiados, en África, en Medio Oriente. La emigración masiva hacia el norte busca una dilución de la identidad para poder sortear controles y a cambio de un lugar básico en el consumo se diluyen, pierden identidad o tratan de perderla ante las autoridades del Estado receptor.
¿Uno de los precios de la globalización, y en especial de la obsesión por el control de los Estados, será el anonimato creciente?
De todas maneras aún en el anonimato hay rasgos que son inocultables. La ferocidad de ciertos mensajes es la expresión de una cultura del odio, de la descalificación, del rumor en lugar del debate, de la confrontación de ideas y de opiniones. ¿Eso hace crecer la transparencia, refuerza los derechos ciudadanos a criticar el poder; o en realidad hace que todo sea igual y de esa manera banaliza todas las cosas y las reduce a fogonazos de mal humor y de bronca?
Polemizando – y lo hago desde hace muchos años – sé que se pueden decir cosas muy duras. Y no es de ahora; al contrario, ahora somos más respetuosos si lo comparamos con la prensa de hace varias décadas e incluso al principio del siglo, donde los artículos políticos eran realmente feroces y algunos terminaron en duelos y muertes.
Anulada la ley de duelos, vacunados por los años de plomo y odio a no superar ciertos límites que nos llevaron al precipicio, los políticos nos mantenemos dentro de ciertos niveles, pero en la sociedad – o al menos en una parte de ella – hay una ferocidad poco saludable. Y no es simétrica.
No es simétrica porque de un lado hay algunos que consideran que la izquierda usurpa el poder, ocupa un lugar que no le corresponde, pues el poder es de “ellos”, de los “otros”, de los que tienen un derecho divino y eterno a ejercerlo y a lo sumo a intercambiar los coloridos, pero siempre dentro de las familias patricias. A nosotros – la izquierda – no hay éxito, ni buen gobierno, ni resultados que nos proteja ante cierta gente de sus iras frente al sacrilegio de atrevernos a ocupar los lugares sagrados del poder tradicional.
Si consideran que esta es una visión parcial e interesada hagan una comparación. Los resultados de las encuestas que organiza Montevideo COMM, en las que participan miles de personas, y los blogs y sus comentarios en los que participan muchos menos tenaces y feroces opinadores. Verán que nunca coinciden ni el tono, ni la orientación y mucho menos cierto sentido de equilibrio y de comprensión de la mayoría de los visitantes-votantes, con los sarpullidos de agravios de los más tenaces. Es que el anonimato debe ser analizado desde las tendencias sociológicas modernas, pero también desde los corajes y las cobardías. No tengan dudas.
Y para terminar, en esta mi última columna del 2008, el deseo de que el año 2009, que será un año largo, tormentoso y lleno de preguntas, nos sirva para llegar a un buen puerto, a uno de los tantos puertos intermedios, para seguir navegando.
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