Como Poncio Pilato, nadie. Logró pasar a la historia, a las escrituras, a todas las modalidades de la literatura universal, al arte y la cultura con una simple palangana.
Fue el quinto prefecto romano de la provincia de Judea, pero en materia de limpieza y oportunidad fue por lejos el primero. Aunque estuvo directamente involucrado en el juicio, suplicio y muerte de Jesús de Nazareth, él olímpico. Sólo carga con la culpa de un enjuague presuroso y cómodo.
El acto de «lavarse las manos» no formaba parte del proceso legal: ya no había audiencia ni interrogatorio de testigos. La sentencia estaba implícita. El factor importante no era ya el proceso, sino las presiones que provocaron el resultado del proceso. Los evangelios implican claramente que Pilato se dio cuenta de que no había ningún cargo auténtico contra Jesús, y el lavatorio simbólico de las manos añadido por Mateo viene a subrayarlo.
Este acto quedó en la cultura como símbolo de aquél que, por conveniencia personal, cede ante la presión de otros, al tiempo que pretende desentenderse de un veredicto injusto. El lavatorio de manos implica un acto de purificación vacío de contenido que no consigue en conciencia eludir la responsabilidad, puesto que quien condena a un hombre inocente por presiones no está moralmente muy por encima de los que las ejercen.
Más allá de estos aspectos histórico-míticos hay uno bien concreto: Pilato pasó a la peor historia por lavarse las manos, por darle la espalda a su compromiso, a cualquier compromiso importante.
Los izquierdistas uruguayos tenemos la creciente tentación de inscribirnos en esta gigantesca corriente universal que tiene casi dos mil años de historia. Estamos de malhumor y en muchos casos tenemos razón. Si tuviéramos memoria y le preguntáramos o nos preguntáramos qué esperábamos de nuestros gobiernos antes que asumieran, recibiríamos respuestas diversas, con enormes diferencias y matices, con expectativas muy distintas, pero... no hay dudas que en materia de cifras económicas, sociales, institucionales muy pocos hubiéramos tenido la confianza o la imaginación de predecir la situación que hoy vivimos. Recordemos el 2004. Recuerden uruguayos, recuerden.
Algunos lo atribuirán a la suerte, a los precios de los comodities, al viento de popa, a la alineación de los astros, a la distracción de los demonios, pero lo cierto es que venimos a toda vela en muchas cosas fundamentales. Una, la principal, hace 7 años que gobernamos y somos por lejos el primer partido político del Uruguay en apoyo popular.
Y “apeligramos” de seguir de largo. Como este indicador sintetiza los humores, las opiniones, los balances y las críticas de todos los uruguayos, yo le doy importancia. No me lavo las manos.
Sin embargo estamos cabreros. Y tenemos buenas razones. El gobierno es nuestro por nacimiento, por votos, por historia y también para la inmensa mayoría, por beneficios bien concretos, que no serán fundamentales pero ayudan. ¿O no? Pero el gobierno no lo sentimos nuestro por participación, por compromiso, por enamoramiento, por pasión, por amor y corazón.
Estamos cabreros porque el Frente Amplio del que formamos parte hace mucho tiempo, o un poco menos, pero que lo construimos ladrillo a ladrillo incluso cuando había que ser albañil a oscuras, hoy está cada día más lejos de nuestras vidas cotidianas. Es un tremolar de banderas, una frase, un puñado de recuerdos y una bronca creciente. No estamos ni cerca.
Estamos cabreros porque el poder en sus múltiples variedades ocupa casi todo el espacio. Se habla desde el poder, hablan los que lo tienen, de cómo tenerlo y conservarlo, de las próximas elecciones dentro de tres años. ¿Y nosotros?
Estamos cabreros porque hay cosas que funcionan mal, están ataditas con alambre y nos las explican todos los días y de manera fragmentada, diferente, sin profundidad y sobre todo sin la mínima posibilidad de que podamos opinar. No lo digo por mí, que opino hasta por los codos, hablo en general. Ah, las cuotas nos matan, nos enferman.
Ahora vamos a una elección de la presidencia del Frente Amplio, seis años después de la anterior elección a padrón abierto. ¿Muchos, no? Y para llegar a esta instancia pasamos por un rallador y una picadora fina y afilada. Que nos cabreó todavía más. Ya algunos ni se cabrean, simplemente miran hace tiempo para otro lado, no el de nuestros adversarios, sino hacia otro lado que no es la política. Pero ellos en el fondo están también cabreros. A su manera.
Como dijo Martí tenemos la sensación en política que “Todos los días tengo que reconstruirme en el alma y en el cuerpo antes de echarme a andar”
Pero la vida sigue adelante y si nosotros no nos ocupamos no tengan dudas que otros se ocuparán, y además nos invocarán y nos cabrearemos un poco más, hasta que nos alejemos del todo. Y será peor, porque cuando uno está ausente, siempre es peor.
Por eso los izquierdistas uruguayos que aprendimos que hay diversos caminos para desentendernos, algunos pasivos y otros activos, tenemos que pensar muy bien lo que haremos por estos días. Porque una de las formas más peligrosas de alejarse, es evitar elegir entre las opciones. La política es eso, aún cabreados y malhumorados, es elegir.
Dejar que otros interpreten nuestros humores, es emular con Pilato. Sé que no soy simpático, no me gano amigos – mi gran especialidad – pero al menos no me las callo. Las digo. Es una de las formas que aprendí hace 50 años de subir este largo Gólgota que es la política, sobre todo de izquierda.