En América Latina, donde por primera vez en la historia sufrió una serie de grandes derrotas político-electorales a principio de este siglo, naturalmente está tratando de recuperar terreno y ganar la iniciativa. ¿Nadie pensará que se entregaría con armas y bagajes y dormiría el sueño de los justos?
La derecha intenta y practica una ofensiva desde la política, que hoy en día es inseparable de la comunicación, desde la economía, desde la judicialización de la política, desde la ideología y desde la batalla cultural. ¿Y? ¿Acaso nosotros de la izquierda no tratamos de hacer exactamente lo mismo? Por esa vía hemos ganado elecciones, vuelto a ganarlas, gobernado ciudades, provincias, regiones y países enteros, y hemos avanzado por la vía electoral lo que nunca logramos por la vía armada o parecida. Incluso en Colombia, luego de 53 años de guerrilla, se avanza a paso firme hacia la paz y la participación electoral de las FARC, bajo otro nombre.
En Uruguay no nos fue nada mal, pasamos de un escaso 20% a la salida de la dictadura (1984), sin ningún crecimiento electoral en relación a 1971, a pesar de haber sido las principales víctimas y nuestra destrucción el principal objetivo del régimen. Fue un triunfo salir unidos y bien dispuestos para la batalla y en 20 años haber supero el 50% de los votos y volver a ganar con mayoría parlamentaria, es decir superando a todos los otros partidos juntos, en otras dos oportunidades. Nosotros hicimos nuestro papel de izquierda en la oposición y desde el gobierno y ellos, la derecha en todas sus variantes, centro derecha e incluso centro, no lograron sus objetivos.
Lo que resulta ridículo, primitivo y muy pobre como análisis -mejor dicho, como coartada- es descubrir ahora que hay una ofensiva de la derecha, como si recién se despertara, como si durante todo este tiempo se hubiera adormecido. Es falso y menoscaba el papel de la izquierda.
Cuando se avanza y se triunfa es mérito de la izquierda, y cuando se retrocede y afrontamos graves problemas es mérito de la derecha. Una visión no solo falsa, sino muy primitiva y básica de la política.
La derecha se ha fortalecido en muchos países como resultado de los graves y reiterados errores de la izquierda. Su objetivo durante mucho tiempo fue demostrar que todos éramos iguales, que en materia de gestión económica hacíamos casi lo mismo, que todo dependía del viento exterior, y ahora se han concentrado en un tema muy delicado: todos somos iguales en cuanto a la corrupción, la inmoralidad y el uso de la mentira como arma política.
Eso mismo lo han intentado hacer desde hace décadas, con variantes. ¿Qué es lo que cambió ahora? Primero, que la izquierda ha ocupado u ocupa posiciones en diversos gobiernos, y está sometida a la más dura de las pruebas de la política: gobernar, gobernar bien, hacer avanzar a los países o a los poderes locales con más eficiencia, mejores resultados para la vida de la gente, más derechos, más libertad, más honestidad y mejor distribución de la riqueza. No es simple.
¿Cuál es el principal talón de Aquiles que enfrentan hoy los verdaderos gobiernos de las izquierdas (hay varias izquierdas) y los que invocan o invocaron ser de izquierda? La corrupción, la inmoralidad, una forma radicalmente diferente de gestionar los dineros públicos, con otra sensibilidad y otra moralidad y además con otras prioridades sociales; y de defender la verdad, la transparencia, una relación diferente entre el poder y los ciudadanos.
Es en estos frentes que estamos afrontando las mayores dificultades. La derecha se envalentona cuando nuestros gobernantes mienten, falsean la realidad a sabiendas e insisten en sus mentiras. Es impensable que la derecha no concentre toda su artillería política, mediática e ideológica en este frente. No sería ni oposición, ni sería derecha.
La derecha agarra fuerte viento en la camiseta cuando lo que para nosotros era un elemento central de nuestra estrategia de desarrollo, de inclusión, como las empresas públicas, luego de una década de gestión arrojan resultados deplorables en todos los planos. En todos.
Y cuando una sola, la principal de esas empresas, nos explota en la cara, porque acumula pérdidas de cientos de millones de dólares como nunca en su historia. Cuando su plantilla del personal crece en casi 700 personas, cuando todos los nuevos negocios son deficitarios y las inversiones necesarias sin embargo son mal hechas, y con costos que crecen sin control. Cuando existe un clima interno de descontrol, de gastos incontrolados e injustificables en inauguraciones, viajes, publicidad, tarjetas corporativas es natural que la derecha se cebe en esos temas. Y debería ser natural que la izquierda se preocupara y se interrogara a fondo de cuáles fueron las causas, y se adoptaran medidas drásticas y no una sucesión de justificaciones inexplicables. Eso envalentona a una derecha, sin ideas, sin proyecto, pero con grandes y potentes armas creadas por nosotros mismos.
Así que resulta ridículo que ante nuestros errores, ante nuestras inmoralidades, ante una sucesión de mentiras y de explicaciones que no resisten el diario, el semanario o el libro próximo, la única explicación que algunos utilizan es la ofensiva de la derecha.
Se parece demasiado y peligrosamente a la situación en Venezuela, donde la polarización extrema fue la suma de todas las estrategias, donde se ha pasado a violar de manera sistemática y contumaz a la propia Constitución Bolivariana, donde se asesinan en la calle a centenares de opositores, donde funcionan los tribunales militares y donde la economía es una charca infernal que expulsó a más del 70% de sus habitantes hacia la pobreza, la miseria o la emigración. Con esa política, es obvio que la derecha trate de encabezar la sana rebeldía de la gente. Lo haríamos exactamente nosotros.
Cuando de lo que se trata es de no mentir más, de afrontar la verdad, de hacer autocrítica ante los errores y reconocerlos, lo único que atinan algunos es a "sentirse orgullosos" de sus actos y de sus dichos. Los títulos no aparecen, las medallas de oro menos que menos y todos los días nos despertamos con una nueva sorpresa indigna para la historia de la izquierda uruguaya. No alcanza con recordar la existencia de la derecha. En realidad, lo que hay que ser es auténticamente de izquierda.
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