Especialmente el Frente Líber Seregni, que representa al votante progresista de centro izquierda, que estaba ya sub representada en el sistema educativo pero ocupaba dos cargos en las jerarquías del ministerio que coordina las políticas educativas.
Pero coordinar no es ejecutar y eso es así por mandato constitucional. La ANEP es autónoma y sus iniciativas no dependen de la ministra Muñoz sino del mandato que recibieron del Parlamento sus jerarcas, quienes por lo visto, no están allí para responder a nadie más que a si mismos. A excepción del presidente del CODICEN, Wilson Netto, que está por pedido de Mujica. Parece evidente que Vázquez sabía que poniendo a su asesor Filgueira como subsecretario de Educación no le estaba dando el poder suficiente para cambiarle el ADN a nada.
Más allá de los fulgurantes anuncios de campaña, da la impresión que el presidente de la República nunca tuvo la intención de encarar los cambios que el deficiente sistema educativo público reclama. Ya sea porque se fue dando cuenta de que carecía del poder suficiente, como dijo acertadamente el ex director de Educación, Juan Pedro Mir, ya sea que nunca lo pensó seriamente, Vázquez es el gran responsable de la parálisis y el desencanto que la salida de los dos jerarcas ha dejado en aquellos que creyeron en él. O en todo caso, Vázquez y Mujica.
La situación es desoladora. El país se encuentra hoy en el mismo punto que estaba hace una década cuando Vázquez, en la cúspide de su poder, convocó a un debate educativo nacional, con cuyos insumos se armó un congreso que arrojó como resultado un menú conocido: los gremios de la enseñanza pública, manejados por docentes mal pagos pero poderosos, le plantaban cara a cualquier reforma que no les concediera más poder y dinero. Obtuvieron ambas cosas, aunque justo es decir que aquel Vázquez no alcanzó a entregar todo el botín político a la corporación docente. Ahora es demasiado tarde.
Arrinconado por los gremios docentes, la central obrera y el eje MPP/PCU, Vázquez decidió mantener el status quo de la educación, quizás para salvar una ecuación de poder dentro del oficialismo que lo mantiene contra las cuerdas pero en la Presidencia.
Ni cambio de ADN, ni recuperación de clases perdidas, ni esencialidad, ni negociación del TISA, ni invitación al Acuerdo Transpacífico ni nada de nada. Los sectores hegemónicos y conservadores de la izquierda frentista van por todo, si no es que lo tienen ya. A excepción de la política económica doméstica, que sigue en manos de Astori y su equipo, el resto de los ejes centrales del tercer gobierno frentista son manejadas por las manos equivocadas.
El Frente se aseguró quince años en el poder con un discurso y un candidato sensatos y moderadamente renovadores. En ocho meses de gobierno, lo que se observa es que el centro gravitacional del poder se aleja cada vez más de esa propuesta.
Tanto la oposición como los sectores reformistas del gobierno saben que no habrá cambio de ADN en la educación sin el coraje político de enfrentar a la corporación gremial y sin involucrar amplios sectores docentes y sociales para que lo apuntalen. Vázquez no construyó las alianzas para lo primero ni para lo segundo.
La pregunta que deberíamos hacernos es si el Frente Amplio puede seguir procesando los cambios que el país necesita sin partirse o si ya hizo todo lo que podía hacer y tendremos otros cuatro años de conflictos internos y resignación. Como sea, ya no está el encargado de cambiar el ADN de la enseñanza pública ni tampoco el que prometía al menos una transfusión. Lamentable.
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