Los catalanes que desembarcaron en nuestras tierras nos trajeron muchas cosas, entre ellas una que forma parte de nuestra gastronomía y de nuestro fútbol: la butifarra.

Con la ola del terror al colesterol su consumo ha dejado de ser muy popular. En mi épocas mozas una buena butifarra con un ají catalán era una delicia sin complejos médicos. Lo que ha crecido es el uso y abuso de ese embutido de carne y grasa de cerdo en el fútbol nacional.

Como todo uruguayo me siento un poco director técnico. Apenas. Hace más de cincuenta años que veo fútbol. De todos los colores, de todas las latitudes y en todos los tiempos transcurridos y me atrevo a opinar. Algo, apenas.

El sábado pasado vi el partido de Uruguay con Venezuela. Por televisión, porque en el estadio luego de los goles me quedo esperando el replay. Unos cuantos de mis hijos y nietos fueron a verlo en vivo y en directo. Salieron bufando. Y la frase que me quedó sonando me la dijo uno de mis nietos – que no sabe ni ha probado nunca el embutido catalán de marras – “Tienen menos sangre que una butifarra”.

No estoy tan seguro que ese sea el único ni el principal problema de nuestro fútbol. Lo cierto es que estamos a un partido de quedar eliminados de la copa del mundo de Sudáfrica. Por más que algunos se empecinen en tenernos prendidos a los avatares de la selección con cálculos matemáticos y malabarismos varios. Estamos al borde y a punto de dar un paso al frente.

Lo escribí en otras oportunidades. Para la inmensa mayoría de los uruguayos el fútbol es mucho más que el fútbol. Es como la frase de Malraux, “ El arte esconde mucho más que el arte”. A nosotros nos pasa con el fútbol.

Es el único terreno, la única materia en la que podemos sobresalir o figurar en el orbe. Ya lo hicimos. Somos una animal extraño, con sólo tres millones y medio de habitantes tenemos proporcionalmente a nuestra población más jugadores en el exterior, más copas, más campeonatos del mundo, olímpicos, copas intercontinentales, copas libertadores y copas América que cualquier otro país. ¿Qué fue lo que cambió lenta e inexorablemente?

Una sola cosa. Mientras para la gente el fútbol sigue siendo un gran motivo de alegrías, de ilusiones y también de amarguras y broncas, para algunos de los principales participantes se transformó en una profesión, en un negocio y poco más.

Para ponerle sangre, garra, para sacar desde el fondo de las tripas todas las reservas y jugar cada partido de la selección como una final, hace falta que el fútbol siga siendo un deporte, una diversión y además algo más que el fútbol, un motivo de orgullo y de identidad nacional. Y para unos cuantos ya no lo es. Es negocio.

¿El sábado pasado sólo falto sangre? No, faltó fútbol, faltó golero, faltó ataque, faltaron ideas y sobraron cambios. No todos fueron iguales, pero cuando se juega un partido así, cada pieza es fundamental y cuando más de la mitad de los engranajes no funcionan, la máquina no existe.

Podíamos y debíamos haberle ganado perfectamente bien a Venezuela. No era ni siquiera una tarea titánica. Como lo fue el triunfo de Paraguay ante Brasil o el orgullo que sacó Argentina en el último soplo del partido para empatarle a un gran Ecuador. Lo nuestro era casi de rutina, aunque ahora nos quieran hacer creer que cuando vemos una camiseta morada tenemos que hacerle reverencias.

Yo no voy a hablar de tácticas, de esquema de juego, sino de algo mucho más profundo: de magia, del ángel necesario para ganar y jugar bien. Tenemos buenos jugadores – no hay duda – en la gira previa de amistosos no nos fue nada mal, pero cuando llegan las duras fracasamos cada vez más estrepitosamente. Cuando tenemos que jugar por los puntos y no para la galería o por los frijoles jugamos mal.

Hemos comenzado a descender al último círculo vicioso del infierno. Ya la gente no llena el Estadio. Hace dos eliminatorias fuimos el país del mundo con la mayor presencia del público acompañando a su selección en las eliminatorias, ahora ni siquiera llenamos el Estadio. Que olfato tiene la gente. Una semana antes la hinchada de Peñarol  prácticamente sola llenó el Estadio. No es por el precio de las entradas es por el costo de las frustraciones y las broncas.

No voy a aprovechar este nuevo fracaso para hablar siempre de los mismos vicios de nuestro fútbol. Que cada uno saque sus conclusiones. Pero que algunos jugadores que ya había fracasado estrepitosamente en la gira de amistosos sigan jugando en la selección, es difícil de explicar. Aunque hayan sido hace algunos años, antes de su pase internacional excelentes jugadores. Algunas actuaciones como las del sábado dudo que sean  una buena vidriera para futuros pases. Ni siquiera es negocio.

Vi también el partido de Paraguay y la verdad es que vamos a tener que reconsiderar lo de la garra. Ahora a nivel continental lo que se ve es la garra “guaraní” y la nuestra está bastante embutida a la manera catalana. Si alguno lee esta columna y se enoja y le pone una gota más del rojo y viscoso elemento en el partido con Perú, yo ya me daría por satisfecho. Aunque fuera por la bronca que le produce leerla.