Cada tanto en la izquierda surge una ola renovadora. A veces encalla en nuestras propias limitaciones, otras veces recorre tramos amplios y en algunos casos cala hondo. Ahora el tema ha vuelto al debate. Con nombres diversos, actualización, renovación o como guste.
Lo cierto es que el que una fuerza política que se dice de izquierda deba explicarse a sí misma las razones de una actualización, en un mundo y un país que cambia de manera constante y en algunos casos por la propia acción de la izquierda, resulta algo paradójico. Pero no nos detengamos en los nombres.
En estos tiempos de brechas entre la política y la sociedad y sobre todo a nivel generacional, los debates sobre la renovación o la actualización pueden parecer ejercicios para iniciados, debates teóricos para especialistas y para un reducido mundo de ciudadanos interesados en la política. Es una visión peligrosa.
La renovación de la política, de las estructuras, no es – o al menos no debería ser – un ejercicio puramente intelectual, entre intelectuales de la política y menos aún un coto cerrado para los habitantes o aspirantes a ocupantes del palacio del poder. Debería ser un debate profundamente relacionado con la vida de la gente, de toda la gente.
La renovación de la política tiene que ver con las milanesas, con el precio de la canasta familiar en relación a los ingresos de los uruguayos hoy y mañana y pasado también, con el nivel de consumo, con el respeto y la confianza que los uruguayos le tendremos a nuestro país, con las inversiones y el empleo, con el nivel de cultura y de educación, con las políticas públicas y como se invertirá y gastará nuestro dinero, pero también con las empresas, los empresarios y todo el mundo del trabajo.
La política no es todo, no debe ser todo, pero de una u otra manera tiene que ver con las milanesas que comemos o nos querríamos comer. Es decir, tiene directa relación con nuestras vidas y las de nuestros conciudadanos y familiares.
No por eso tenemos que discutir de carne, huevo y pan rallado, se pueden abordar los temas más complejos, más profundos, no sólo los que tienen que ver con la vida material, sino con nuestros valores y sentimientos.
¿Es el mismo nuestro estado de ánimo, nuestra calidad de vida material y espiritual hoy que en el 2001? Es sólo un ejemplo extremo, pero sirve.
¿Cuál es el concepto de libertad de cada uno y de la sociedad uruguaya? ¿Es sólo el que está establecido en las normas jurídicas o tiene una base cultural mucho más profunda, como la libertad e independencia en el pensamiento, en la capacidad de preguntarse sobre todo y buscar respuestas audaces y propias? ¿Cómo se relaciona la libertad con nuestro tiempo, con nuestro trabajo, nuestra diversión, nuestras relaciones humanas?
Cuando se quiere renovar todo, lo más seguro es que no se cambie nada. Para renovar hay que saber elegir las prioridades, no por ser los puntos más fáciles, sino los más importantes, los que requieren ser actualizados.
Hay una figura que siempre me pareció ilustrativa en este sentido: no hay que buscar el reloj perdido en la oscuridad bajo el farol porque es más cómodo. Seguro que no lo encontraremos. Hay que buscar donde debería estar, donde es complejo encontrarlo.
Y la izquierda uruguaya, que tuvo una muy fuerte elaboración política, cultural, estratégica, hoy está bastante perdida. No porque yo lo diga – faltaría más – sino por un cúmulo grande de evidencias.
Según mi opinión deberíamos analizar nuevamente cual es el bloque político y social de los cambios futuros, de los avances en un programa auténticamente de izquierda y para estos tiempos.
El bloque no depende de nuestra voluntad, depende del proyecto, de los cambios que queremos impulsar y de la batalla cultural e ideal que estamos dispuestos a dar en la sociedad. Esto tiene que ver con una relación indivisible entre gobernar y hacer política desde el Frente.
Esta nueva etapa programática y política y social de acumulación debe considerarse con dos grandes elementos: por un lado los procesos mundiales y regionales y por otro los grandes temas de nuestra época. Que no son inmutables y eternos, cambian.
Para avanzar en esta dirección se necesita una fuerza política y formas, métodos y estructuras para que esa fuerza política se relacione con la sociedad, con los diversos sectores sociales, culturales, de género y de edades y les ofrezca algo y los haga partícipes de algo.
Antes de definir que es lo que debemos conservar de lo actual y lo que debemos agregar sería interesante que analizáramos cómo estamos. ¿Cuántos y cómo funcionan los Comités de Base? ¿Cómo lo hicieron por ejemplo, el pasado 25 de agosto?
¿Qué capacidad de iniciativa política tienen las actuales estructuras del FA a todos sus niveles? ¿Cómo representan al pueblo frenteamplista? ¿Cuáles deberían ser los métodos para cambiar? Siempre y cuando se quiera cambiar algo o simplemente dejar que cambie por desaparición o desmoronamiento.
¿En la izquierda estamos avanzando en esta dirección? Lo que sí podemos estar seguros es que desde que gobierna la izquierda se comen más y mejores milanesas y las come más gente. Eso ni es eterno, ni es un milagro, ni por eso tenemos asegurado el camino perpetuo al paraíso. La gente ya pide otras cosas más complejas. Me incluyo.
PD. El discurso de Fernando Lorenzo de este fin de semana sobre el radicalismo de los resultados lo considero un elemento clave para la izquierda. Midamos nuestras grandes ideas y proyectos, nuestras estrategias y movidas políticas y sobre todo la acción de nuestros gobernantes por la más exigente de las condiciones: los resultados. Sería realmente revolucionario y transparente. Ese sí que es un discurso de izquierda de un ministro de Economía de izquierda.