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Pablo Mieres

Escribe Pablo Mieres

La pata, la mano y la lata

14.09.2011 12:05

Lectura: 4'

2011-09-14T12:05:00-03:00
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El pedido de procesamiento solicitado por la Fiscalía para Mariano Arana, María Julia Muñoz y Alberto Rosselli debe llamar a la cautela y a la prudencia con respecto al cuestionamiento sobre la conducta de dichos dirigentes políticos. Falta el pronunciamiento judicial y no es correcto asumir la presunción de sus responsabilidades si aun no ha habido un fallo de la Jueza actuante.

No es correcto prejuzgar, particularmente cuando no se posee un acceso directo al expediente judicial y mal se pueden sacar conclusiones categóricas, como si el petitorio del Fiscal tuviera el efecto de cosa juzgada.

Tampoco es correcto cuestionar a la Justicia por la solicitud de la Fiscalía, tal como han hecho diversos dirigentes del Frente Amplio que pusieron el "grito en el cielo" cuando se enteraron del contenido de la solicitud del Fiscal y no ahorraron ataques y descalificaciones absolutamente improcedentes que deben ser rechazadas con energía, en la medida que comportan presiones totalmente indebidas sobre el funcionamiento de la Justicia.

En particular, el ataque al Fiscal es más rechazable aun en la medida que el Ministerio Público, a nuestro juicio equivocadamente, forma parte del Poder Ejecutivo.

De cualquier modo y con independencia del resultado final de las actuaciones judiciales, hay algo que sí es posible concluir. Es un grave error "sacar pecho" de invulnerabilidad con respecto a estos asuntos.

En tal sentido, es famosa por su imprudencia la frase del ex Presidente Tabaré Vázquez cuando, haciendo alarde de una soberbia poco recomendable, sostenía que los frenteamplistas podrán "meter la pata, pero no la mano en la lata". Como si los frenteamplistas fueran invulnerables a la corrupción, como si fueran hechos de una naturaleza diferente al "resto de los mortales".

No es posible "escupir para arriba" porque el resultado siempre es el mismo. Nadie, ningún partido, con independencia de su ideología, de su orientación política y de su trayectoria, puede estar libre de que existan en su seno aquellos que actúen en forma reñida con la ética o con las normas legales. No existen los partidos de incorruptibles, no existen las organizaciones políticas integradas exclusivamente por los "puros".

Por eso, más tarde o más temprano, queda en evidencia que "en todos lados se cuecen habas". Justamente, en el Frente Amplio el invicto ya se perdió cuando procesaron al Cr. Juan Carlos Bengoa por los hechos ocurridos en los casinos municipales. Se trataba de un jerarca de la administración municipal de Montevideo que, además, cuando fue procesado era también jerarca en el gobierno nacional hasta el día antes de su procesamiento.

De modo que, más allá de lo que ocurra en estos casos, los hechos demostraron que ningún partido está libre de estas desgracias.

Por otra parte, esperamos que no se confirme el reclamo del Fiscal porque estas cosas no le hacen bien a la política y porque, además, tenemos aprecio por las personas que hoy están siendo acusadas.

Pero, en todo caso, la cuestión principal no es sostener que los que pertenecen a cierto partido no pueden ser responsables de hechos de corrupción o de acciones indignas; porque de esa eventualidad, como lo indica la historia, ningún partido está libre; particularmente cuando se ejerce el gobierno y se deben designar cientos de personas en cargos de responsabilidad a lo largo y ancho del Estado. Ningún partido y ningún gobernante puede asumir certezas sobre el comportamiento de todos sus colaboradores.

Pero lo que sí debe hacer un partido frente a los casos en que se confirman situaciones de corrupción, es responder con energía no dejando lugar a ningún tipo de titubeo o suspicacia, apartando con convicción a quienes hayan demostrado no ser dignos de la confianza depositada. Es fundamental dar la señal de firmeza contundente para demostrar que no "da lo mismo" una cosa que otra. Ese es el único y auténtico antídoto de los partidos contra los riesgos de las malas prácticas.

El mayor error fue haber pretendido una superioridad moral que, más allá del debate sobre este episodio concreto, es imposible de sostener. Claro que, en su momento, esa actitud de suficiencia pudo haber convencido a muchos incautos y, sin duda, formó parte de la estrategia montada para acumular respaldos a los efectos de acceder al poder. Hoy en día, ha quedado confirmado que, en este aspecto nadie puede "poner las manos en el fuego".