Primero fue la luz, el deslumbramiento, la nueva economía que producía valor a partir de la nada, luego vino la etapa de las cantidades siderales que crecían exponencialmente, después comenzó a manejarse la preocupación por la “brecha” , más adelante explotó la burbuja digital en el año 2000, o mejor, la llamada la burbuja de las “punto com” y ahora explotó la crisis mundial. ¿Hacia dónde vamos en el mundo digital y de las telecomunicaciones?
De esa pregunta podrían derivarse otras muchas interrogantes: ¿la globalización ha cambiado de tendencia? ¿Sigue vigente o se la llevará la especulación y la crisis? ¿Internet sigue siendo una supercarretera o los nuevos tiempos pueden revertir el proceso? Digamos que algunas industrias de punta que parecían intocables para todos los vaivenes del mercado están sufriendo la crisis en todo su dramatismo: la venta de computadoras y componentes electrónicos; los plazos de renovación de los teléfonos celulares; la información, con diarios de primer nivel en los Estados Unidos que comparten contenidos para bajar los costos, son algunos indicadores. El tsunami no deja títere con cabeza.
En medio de estos vientos huracanados, cuando lo que peligra es la comida, el trabajo, la salud, las cosas básicas para miles de millones de seres humanos ¿vale la pena preocuparse por la brecha digital? Una de las formas de que esta crisis sea pagada por los sectores más débiles y pobres es que el avance tecnológico se haga todavía más clasista y discriminatorio. Por ejemplo en el acceso a Internet y en las oportunidades de alfabetización digital de sectores muy amplios.
El desarrollo de las telecomunicaciones, los avances tecnológicos siguen su curso y sus ritmos y esto implica el peligro de que el ancho de la brecha sea cada vez más profundo, ancho e insalvable. Ya no se trata de tener acceso a Internet y algunos rudimentos básicos del uso de una PC, no se trata sólo de cuantos se quedan del otro lado de la brecha, sino de la calidad de los conocimientos, las capacidades que pierden inexorablemente los excluidos. La cantidad de los que quedan del otro lado de la brecha digital y el ancho de los conocimientos y por lo tanto de las oportunidades que se pierden han cambiado de calidad al problema.
La clave es precisamente el de las oportunidades. Las nuevas tecnologías en su evolución permanente, en su impacto sobre las formas de producción y acceso de elementos culturales y educativos y de herramientas de trabajo, de estudio, de esparcimiento generan oportunidades incomparables para otras épocas y por lo tanto los excluidos pierden esa capacidad inmensa de acceder a esas oportunidades. Un mundo de pobres y desfavorecidos obligados a vivir en un ambiente en el que nunca podrán salir porque deberán pegar un salto desproporcionado para sus fuerzas.
En Uruguay tenemos la experiencia todavía en sus inicios del Plan Ceibal (una computadora para todos los niños de la escuela pública y sus maestros con acceso a Internet) y ahora el Plan Cardales, acceso a Internet y a canales cable educativos, de esparcimiento y comunitarios con precios al alcance de la inmensa mayoría de las familias en todo el país.
Cuando este proceso alcance sus máximos niveles, los cambios, los balances no deberíamos hacerlos fundamentalmente desde la conectividad, desde las cantidades y las proporciones sociales, de la educación, de la formación profesional, de la integración social, desde el impacto en toda la vida social y cultural del país. Pero en particular en los sectores más desfavorecidos y en los niños y los jóvenes.
Si todo el proyecto se detuviera en lo relacionado con el acceso a Internet y a las nuevas tecnologías sería importante, pero rozaría el problema o mejor dicho la potencialidad. La brecha ahora hay que situarla en el terreno de los contenidos, de la producción de excelencia educativa a través de Internet, del aprendizaje profesional permanente, del teletrabajo, del acceso a contenidos especialmente diseñados para la nueva situación. Es el mismo mundo interminable que se abrió con el invento de la imprenta de tipos móviles pero multiplicado por millones.
La brecha digital según Pipa Norris implica en la actualidad tres aspectos principales: la brecha global (que se presenta entre distintos países), la brecha social (que ocurre al interior de una nación) y la brecha democrática (que se refiere a la que existe entre quienes participan y quienes no participan de los asuntos públicos en línea).
La sociedad de la información por su propia definición debería incluir y no excluir, debería incorporar los temas de la participación social y de las diversas naciones como elemento clave. Y esto no se logra solamente con políticas comerciales de telecomunicaciones, esta es parte esencial de una estrategia de desarrollo.
Sectores frágiles y discriminados que deben formar parte de los proyectos nacionales de desarrollo deben incorporar el uso de toda la amplia batería de las nuevas tecnologías. Las mujeres, los niños, los jóvenes, las diversas culturas es decir un amplio espectro de variables socio demográficas, entre ellas el sexo, raza, niveles educativos, etnias y lugares de residencia. Luchar contra la brecha digital hoy implica incorporar el concepto de territorio y globalización, de identidad y por lo tanto de contenidos y acceso a las redes globales.
Uno de los aspectos más recientes que han sido analizados sobre la brecha digital, tiene que ver no solamente con el acceso a Internet, sino con la calidad de dicho acceso y la disponibilidad de conexiones de banda ancha que permitan acceder a contenidos multimedia en tiempos y costos adecuados al contexto de los usuarios. Eso tiene directa relación con las potencialidades laborales de Internet. Internet y la producción.
De forma específica, el investigador holandés Jan van Dijk identifica cuatro dimensiones en el acceso: la motivación para acceder; el acceso material; las competencias para el acceso; y el acceso para usos avanzados (o más sofisticados). Plantea que la brecha digital está en constante evolución, dado el surgimiento de nuevos usos tecnológicos, que son apropiados más rápidamente por aquellos que tienen el acceso en forma más permanente y de mejor calidad, determinado por dicho ancho de banda.
Sigue habiendo en nuestros países una desproporción entre la inversión en telecomunicaciones, en tecnología y en la promoción plena de su uso y de sus potencialidades. ¿Qué va primero?
Es obvio que un niño una computadora, una familia un acceso a Internet y conexiones a los canales cable dan un fuerte impulso a todos los demás temas, pero hay que crear los ámbitos internacionales, regionales y nacionales para discutir, para elaborar estrategias y para involucrar a todos los diversos actores. Ese rol de articulación es del Estado.
Las potencialidades son ilimitadas pero no son espontáneas. No fue espontánea la lucha y los avances contra la brecha digital, no fue espontáneo el crecimiento de Internet. Los aportes del sector comercial son importantes, la investigación y el desarrollo del área académica también, pero hace falta protagonismo de la sociedad civil y del Estado.
La correntada de la crisis puede tener un impacto inmediato sobre las inversiones de los Estados y de la propia sociedad civil y naturalmente de las empresas en sus políticas de responsabilidad social que arrastren los esfuerzos y las acciones tendientes a democratizar el acceso a la sociedad digital y de la educación. ¿Se pueden separar hoy en día estos conceptos? Retroceder en el mundo a formas tradicionales de acceso a la información, a la educación y grandes fuentes de cultura sería extremadamente grave. Y el peligro existe.
Lo peor es que las grandes empresas de telecomunicaciones sufrirán algo la crisis actual pero retomarán su incontenible avance tecnológico y comercial por lo tanto la brecha podría ensancharse no sólo en la cantidad de excluidos, sino en la calidad de esa exclusión. Y ese es un problema de civilización para nuestro mundo actual.
El gobierno electrónico, concebido desde el acceso del ciudadano a la información, a los servicios, a la comunicación con el Estado y sus diversas dependencias es parte imprescindible del proceso de reforma democrática y de lucha contra la brecha digital.
Si las tecnologías no son neutras, mucho menos lo son los contenidos y allí la lucha contra la brecha digital asume dimensiones político, culturales e ideales mucho más agudas y apremiantes. Las TICs no tienen sólo un valor instrumental deben verse en toda su complejidad, en las barreras culturales, lingüísticas y en las relaciones de dependencia que pueden generar y que generan a nivel planetario y dentro de las propias sociedades.
La eficacia, la importancia de la inclusión digital también dependen de las posibilidades que tengan los propios usuarios de utilizarlas para sus objetivos de desarrollo, para sus valores e intereses de las diversas comunidades y no para ayudar a un mundo homogéneo, plano y uniforme.
(1) La brecha digital se define como la separación que existe entre las personas (comunidades, estados, países…) que utilizan las Tecnologías de Información y Comunicación (TIC) como una parte rutinaria de su vida diaria y aquellas que no tienen acceso a las mismas y que aunque las tengan no saben como utilizarlas.