La muerte y su peligro naturalmente tienen impactos muy diferentes en cada época y en cada civilización y sociedad a lo largo de la historia. Estas a afirmaciones son tan generales que ni siquiera rozan el tema y pueden dejar a todos contentos o desconformes, pero cuando se habla de la muerte hay que entrar en punta de pies.
Nuestras sociedades actuales conviven de manera cotidiana y abrumadora con la muerte a través de la información de todo el mundo y a través del entretenimiento (el cine y la televisión). Ahora, para los de corta edad se agregaron, de manera invasiva y permanente los juegos electrónicos, donde una centella que voltea un enemigo es una expresión más de la muerte. Son todas ellas muertes relativamente impersonales y lejanas, que en algunos casos sus imágenes pueden tocarnos el corazón, como el niño refugiado sirio muerto en los brazos de un rescatista en una playa europea. Pero los cientos de miles de muertos semanales en todas las latitudes son unas pocas palabras y a veces una imagen en una pantalla.
Nos hemos acostumbrado a la muerte, aunque a veces parezca que el siglo XXI es más civilizado y sensible. Nos hemos acostumbrado a las muertes violentas.
Los uruguayos tenemos nuestro propio círculo sobre la muerte. Es diferente, por ejemplo al que existe en México, donde la violencia de ciertas muertes está integrada a la vida cotidiana de muchas colectividades. No siempre fue así, hubo un cambio radical a partir de la irrupción masiva del narcotráfico.
En nuestro país la muerte amortigua y exacerba los sentimientos. Por un lado tendemos a ser más generosos, más buenos y sensibles aún con nuestros adversarios que se van, por otro lado los afectos se tensan al extremo. Las despedidas son uno de los momentos más intensos de nuestras vidas y de nuestras muertes.
Las cosas han ido cambiando, no siempre fue así. Hubo tiempos en que a los enemigos se los degollaba, se los acribillaba, se los desaparecía y se regó en abundancia la tierra purpúrea. Algo aprendimos, hoy la política es la actividad más pacífica y civilizada de la vida nacional. Nadie, absolutamente nadie, que no sea un anónimo y cobarde navegante en las redes, se atrevería a vincular la política con la muerte.
Hemos logrado un salto histórico, realmente histórico, paso a paso, construido al salir de la dictadura, más por la práctica y la cultura que fue dominando nuestra sociedad, que por una elaboración ideológica explícita. A veces las sociedades se filtran, se depuran en una gran obra colectiva y silenciosa.
Eso es lo más importante, fue una obra de la que no hablamos mucho, no teorizamos pero es el cambio civilizatorio más importante que vivió el país desde su fundación: erradicar la violencia de la vida política nacional. En el corazón de todo, está el rechazo a la muerte como un recurso de la política.
Este cambio contrasta, resalta todavía más, porque la violencia ha crecido en otros ámbitos de la vida social nacional, en el delito, en la vida carcelaria, en el deporte, en las relaciones de pareja, en la violencia contra la mujer (posiblemente en este caso sea más la visibilidad que el crecimiento real).
La sociedad uruguaya acumuló reservas importantes de sensibilidad para reaccionar de manera muy profunda ante estos otros ámbitos de la violencia y sobre todo de la muerte. Aunque la muerte es hoy otra de las líneas divisorias de la fractura social. La convivencia con la muerte no es igual de cada lado de esas líneas de la división social, los barrios, las zonas pobres y sobre todo marginadas tienen otra relación con la muerte. Y esa es una grave circunstancia.
Asesinan a un vecino que defiende a una mujer en una determinada zona de Carrasco norte y las reacciones conmueven a todo el barrio y a todo el país, y está muy bien, es lo necesario, esa debería ser la norma. Mientras tanto, todos los días la muerte se pasea por ciertos barrios que elegantemente llamamos de "contexto crítico" y no sucede casi nada. Una nota en un informativo, por más truculento que sea el asesinato. Lo grave es cuando esas reacciones se trasladan a la política y nos resignamos que hay zonas que están más allá de nuestra propia sensibilidad. Todas las víctimas son uruguayos, todas las víctimas son nuestros vecinos.
Las redes sociales tienen muchas virtudes que conviven con sus defectos. Uno de ellos es que desnudan las miserias humanas. Es en esas redes que la muerte, la falta de respeto por la vida y la dignidad de las personas y en especial de las personalidades se expresa en toda la cobardía del anonimato y de la pobreza moral e intelectual. No puedo medirlo con otras realidades nacionales, aunque leyendo comentarios en diversos medios de prensa debajo de las noticias, se puede apreciar que ese nivel de ferocidad y barbarie está muy extendido.
En definitiva, la contracara de la relación con la muerte es la que mantenemos con la vida y en estos días el mundo político, comenzando por el propio presidente de la República Tabaré Vázquez y representantes de amplios sectores se han manifestado con sensibilidad ante el accidente que sufrió el ex presidente Jorge Batlle. Y efectivamente creo que esas reacciones no surgen del cálculo político, de medir intereses y conveniencia, sino desde la humanidad de cada uno. Y sumadas esas humanidades hacen un país mejor, que es mérito de todos.
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