El estudiante suizo de medicina Víctor Frankenstein se decidió a desafiar las leyes de la vida y la muerte y reconstruir con partes de diferentes cuerpos humanos un ser monstruoso, que al final resultó un enorme fiasco. Es una historia bastante conocida para gastar espacio en desarrollarla. En el Uruguay del 2009 un avezado político - ex presidente de la República - ha decidido violar las leyes básicas de la institucionalidad democrática: Luis Alberto Lacalle y su poco entusiasta asistente, Jorge Larrañaga.
Como perdieron por una importante mayoría las elecciones en primera vuela - con más de 20 puntos de diferencia con el Frente Amplio y que ni siquiera sumando la “recomendación” muy poco entusiasta de los colorados superan a la izquierda y lo que es mucho, pero mucho peor, no pueden de ninguna manera revertir la mayoría parlamentaria que el actual oficialismo tiene en ambas cámaras -, ahora en su desesperación por alcanzar una porción del poder inventaron la teoría del “equilibrio”.
Comencemos por lo más ridículo, lo más absurdo, de acuerdo a la novel teoría del equilibrio, si blancos y colorados hubieran tenido juntos la mayoría parlamentaria, ambos partidos ahora, ¿estarían haciendo campaña a favor de la fórmula Mujica- Astori, para garantizar el equilibrio?
Mentira, es una de esas volteretas absurdas que ciertos políticos son capaces de hacer para tratar de justificar lo injustificable. Imaginen por un instante si la situación fuera inversa, la andanada de agravios, ataques y diatribas que blancos y dirigentes colorados nos estarían propinando por proponer ese disparate.
Un parlamento con mayoría del Frente Amplio y un gobierno compartido por los sectores minoritarios de blancos y colorados es el caos. Así de simple. Es la garantía de un país paralizado, empantanado en eternas negociaciones y discusiones sobre todo, mientras el mundo avanza y los uruguayos nos desbarrancamos en una crisis social, política e institucional. El que quiera eso, ya sabe a quién votar.
¿Cómo haría Lacalle para aplicar su política económica sin leyes, sin presupuesto? Sus políticas sociales, culturales, educativas, de la salud, que son diferentes, muy diferentes a las que impulsó este gobierno y que no son diferencias de gestión son diferencias de fondo, de proyecto. Eso, se llama parálisis y tensiones permanentes.
Como dijo Astori entrevistado por Raquel Daruech el domingo pasado; le pongan el nombre que quieran, las diferencias entre las políticas y la estrategia de un gobierno progresista y un gobierno de Lacalle son totales. Es la diferencia entre Frankenstein y un proyecto nacional.
Un gobierno no es la suma de capítulos, no es la acumulación del hospital de ojos, del plan Ceibal, del Cardales, del plan de salud bucal, o del sistema único de salud, es un proyecto, es la coherencia de una política económica y social con sensibilidades diversas. Esa es la diferencia radical entre la izquierda y la derecha, entre las políticas fracasadas y los éxitos de este gobierno. De lo contrario, comenzaríamos a pensar que algunos creen que esto es el resultado de las casualidades y de la buena gestión.
Sin un gobierno que tenga coherencia, capacidad de negociación con las fuerzas sociales y políticas, el país va hacia una crisis muy grave. Irreversible.
No retrocedamos mucho, tengamos un mínimo de memoria. El Partido Independiente propuso en el período pre electoral formar comisiones de negociaciones sobre políticas de Estado, el FA aceptó de inmediato, el Partido Nacional rechazó la propuesta. El Frente propuso cuatro grandes temas nacionales para acordar políticas, pocos días antes de las elecciones. El Partido Nacional nos dio un portazo en las narices. Y fue antes de tener mayoría parlamentaria.
Ahora a Lacalle le salió el sarpullido negociador y de paso se tuvo que engullir meses y meses de argumentos tanto de blancos y colorados a favor de una reforma constitucional, la de 1996, la que creó el ballotage, en la que fundamentaron a favor de los gobiernos con mayoría parlamentaria. Un tiro por la culata, crearon un Frankestein y ahora lo quieren cabalgar.
¿Quién es además el paladín de la negociación perpetua y durante cinco años? Nada menos que un dirigente que durante su gobierno asumió con el 38% de los votos y se fue con el 30%, es decir con un balance claramente negativo de su gestión. ¡Un ex presidente que eliminó los Consejos de Salarios, que redujo los salarios y jubilaciones al comenzar su gestión - que en todo sus cinco años aumentaron 3%...! contra el 25% de aumento en el gobierno de izquierda - y que por lo tanto va a chocar de frente contra el movimiento social. Lacalle es garantía de desorden institucional y seguridad de choques sociales permanentes. Caos por todos lados.
¿Quién es el gran espíritu del equilibrio nacional? ¿El de la motosierra? ¿El de los “atorrantes” beneficiarios del Plan de Emergencia?, ¿el que propuso bañar y perfumar a los pobres? ¿El que considera que una chacra en la zona rural de Montevideo es una cueva? Naturalmente, comparada con su casita…
Cuando se tiene ese desprecio, esa visión de clase de los pobres, de amplios sectores sociales y de la izquierda - a la que considera una usurpadora de “su” poder patricio y divino, que le viene de las altas cumbres de la providencia -, no se es el mejor negociador. Lacalle elegido presidente por segunda vez es un peligro nacional.
¿Alguno de los lectores escuchó, leyó, soñó con alguna autocrítica de parte de Lacalle? ¿De la venta del Banco Pan de Azúcar y del Comercial y de toda la liberalización de controles del sistema bancario? ¿O de su política de privatización y liquidación de las empresas públicas?, ¿escucharon la mínima revisión crítica? ¿Alguno escuchó en estos muchos años algún análisis crítico de la feroz reducción de los salarios policiales, de la única huelga policial de la historia nacional, o de que los espías de Pinochet se movieran como pericos por su casa en el Uruguay y el presidente constitucional del momento no pudiera hacer nada de nada y al episodio lo llamaran “el golpe técnico”?
¿Ese es el gran sacerdote del uso de la autoridad? Si ése es el modelo de autoridad, los uruguayos estamos fritos, bien fritos.
Las argumentaciones de Lacalle - y las del mucho menos convencido de Larrañaga -, me hacen recordar a un famoso episodio parlamentario, en el que Martín Recaredo Echegoyen un senador blanco de triste fin como faldero de la dictadura, se pasó una hora entera argumentando en contra de un proyecto de ley, mientras afuera se negociaba. Le llegó un breve mensaje y el senador dio una vuelta de campana y se puso a argumentar a favor de la ley. Lo que se dice un triple salto mortal.
Lo malo del salto hacia a atrás de la formula blanca, con discreto acompañamiento colorado, es que los que deberíamos desnucarnos somos todos los uruguayos.
Si la alternativa hasta el 25 de octubre era seguir avanzando o retroceder hacia políticas fracasadas, ahora la alternativa es entre un país sereno, sólido institucionalmente, con espacios de posible debate y negociación o el caos y el desorden social, político e institucional. Un país de tercera.
Ese es el Frankenstein que nos propone la fórmula Lacalle-Larrañaga. Una historia de terror durante cinco años.