En nombre de la humanidad y del humanismo se han cometido grandes barbaridades concretas, mínimas, contra los seres con nombre y apellido. La historia es también una gran tensión permanente entre esos extremos: lo genérico, lo enorme, y lo concreto y minúsculo.
Grandes palabras, como histórico, solidario, fraterno, y José Carlos Martínez o Andrea Matiotti muchas veces se dan de patadas.
La política es el principal territorio de ese choque permanente, de esa frontera interminable y profunda como una trinchera entre los grandes valores y los comunes seres humanos, y no hay un recetario. En realidad, una de las pruebas más agudas y contradictorias es precisamente resolver adecuadamente esa tensión.
Cuando la política se transforma en un camino para atender la suma de los problemas concretos de cada persona, como obviamente no puede resolverlos adecuadamente, la simple selección es un acto de arbitrariedad y de empobrecimiento de la política. Las redes de atención a los problemas personales confundidos con la política son un camino seguro hacia el clientelismo y la minicorrupción.
El diseño, aparentemente contrario, de las generalidades heladas, de las ideas abstractas y que casi nunca tocan tierra -o cuando lo hacen poco tienen que ver con la vida concreta de los delicados y sensibles seres humanos y sus tribulaciones- podría ser el otro extremo. Pero no hay un camino del medio: es un proceso extremadamente concreto y que requiere rumbo, principios y un profundo sentido crítico. Desde el poder e invocando a la humanidad se han cometido muchas injusticias con nombre y apellido. En la izquierda tenemos muchas dolorosas experiencias.
El propio discurso originario de la izquierda desde su nacimiento, su retórica y su práctica, y algunas de sus principales vertientes teórico-políticas han derivado muchas veces hacia duros choques con muchos seres humanos concretos, y no precisamente enemigos ni adversarios, sino dentro de filas.
El camino de la construcción histórica tampoco puede considerarse simplemente la suma de las historias personales. Es un complejo proceso en el que las grandes líneas, las grandes tendencias se han alimentado del dolor, del sufrimiento, del sacrificio y también de las ilusiones, los sueños, los ideales de los componentes de esas sociedades en cada época y momento.
No estoy divagando, vengo al hoy. La izquierda conquistó por el imperio de la voluntad ciudadana su tercer gobierno que en menos de un mes estará asumiendo. El nuevo gobierno debe resolver muchas cosas simultáneamente: ocupar las diversas responsabilidades de acuerdo a la nueva etapa del proyecto nacional y a sus prioridades, y considerar las capacidades políticas y técnicas, que no siempre se combinan fácilmente.
Al ser la continuidad de una fuerza política que por tercera vez ocupa el gobierno, el poder debe resolver el cambio, la continuidad y las tensiones que se generan siempre en esas circunstancias. Todos los que han aportado su esfuerzo al actual gobierno, al triunfo del nuevo, se sienten convocados e interpelados a la continuidad o a la renovación. No creo decir ninguna novedad si reconozco que hay muchos compañeros y compañeras con expectativas y con trayectorias. No todas se pueden resolver de acuerdo a sus expectativas.
Si nosotros mismos no nos pusiéramos límites, cometeríamos una gigantesca injusticia, que es hacerle pagar al Estado, a la sociedad, todas esas expectativas. Gobernar es elegir, es optar, y es muy probable que en esas elecciones y opciones se cometan errores y se dejen heridas.
Pero si desde el inicio no hay un criterio general, prioridades claras, definiciones en base a las cuales se explican y se orienta la selección, todo queda librado a la arbitrariedad, a una pirámide de grandes, medianos y pequeños poderes. No estoy haciendo una valoración concreta de la situación actual; me refiero a criterios generales.
Creo que uno de ellos es que todos los que militan en política en la izquierda no pueden ni deben entrar en el Estado, en el poder, y tener asegurada su permanencia mientras la izquierda gobierne el país o un departamento. Eso es un camino seguro hacia una agencia de colocaciones.
No se trata de proclamar la necesidad de que se elijan los mejores, pero... siempre y cuando sean mis mejores o reluzcan en sus virtudes de devoción y fidelidad. Los que lean esto saben muy bien que el poder siempre está tentado de esos pecados y de revestirlos con un manto de sensibilidad. Es más: lo difícil es cuando esos conceptos de elegir a los más capaces nos afectan a nosotros personalmente, a nuestros amigos, familiares y compañeros cercanos.
Eso no quiere decir que vivimos en un limbo celestial donde desde la cúspide caerá la mirada precisa y selectiva que resolverá estos problemas. La cooptación es un sistema muy antiguo de nominación de los cargos por los cargos superiores, e incluso para definir a los que podrán seguir cooptando en el futuro.
En el Imperio romano, durante la época de los Antoninos, los emperadores elegían a su sucesor en vida, legalizando esa situación sin pasar a llevar el principio hereditario, adoptando como hijo a dicho sucesor cooptado. La Iglesia Católica elige quienes serán sacerdotes por cooptación. En algunos países, los jueces del Poder Judicial son elegidos exclusivamente por el tribunal supremo, sin injerencia de los Poderes Ejecutivo y Legislativo, lo que también representa un caso de cooptación.
En el Uruguay hay un santo remedio para eso, que son las elecciones democráticas, pero... no resuelven todo. Definen los cargos electivos, los cientos de cargos dentro del poder nacional, departamental, descentralizado, etc., etc., y se eligen en forma directa.
Cuando culmine el proceso de designación de los cargos, en particular de los que faltan, podremos tener cada uno y de acuerdo a nuestros criterios una opinión en conjunto de cómo se ha resuelto esa visión política de esa terrible tensión entre los intereses generales, los objetivos propuestos al cuerpo electoral, la marcha del proyecto histórico de la izquierda y sus valores y principios, y las miles de aspiraciones, sueños, aciertos, realizaciones, errores, capacidades e incapacidades que tienen obligatoriamente nombre y apellido. Y veremos y seguiremos opinando.
La humanidad y los nombres y apellidos
La humanidad y los nombres y apellidos
Las grandes palabras son imprescindibles en los discursos políticos, en las definiciones ideológicas, pero muchas veces contienen peligrosas trampas.
03.02.2015
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