Ayer se cumplieron siete años del triunfo en primera vuelta y por primera vez en la historia de un gobierno de izquierda, que terminó con 174 años de gobiernos blancos y colorados. Mejor dicho, colorados, colorados y alguna vez blancos.
El Uruguay tiene el sistema de partidos binario más antiguo del planeta. Hay partidos más antiguos, pero no un sistema que se haya alternado en el poder durante tantos años con algunas interrupciones golpistas, donde por otro lado el origen de los usurpadores era casi siempre colorado. Hablemos claro.
El Frente Amplio no vino a refundar la patria, pero los adversarios levantaron antes y después del triunfo todos los fantasmas, sus sábanas, sus efluvios de azufre y convocaron todos los miedos. Ahora ya nadie se acuerda, pero... de vez en cuando les vuelve la manía e incluso ponen en duda si el FA entregará el poder en caso de perder las elecciones. ¡Que tupé!
Recordemos los miedos que hicieron circular. Primero entre todos por la democracia, la Constitución, las leyes y la pluralidad. Van siete años y fuera de las humaredas que cada tanto levantan por carencia de argumentos, el país sigue ostentando una sólida institucionalidad democrática que se ha fortalecido y diversificado.
Era un miedo fundado porque en la izquierda debemos asumir que teníamos nuestras buenas contradicciones. Habíamos pagado el precio más alto y doloroso en la lucha contra la dictadura, pero tuvimos definiciones y comportamientos ambiguos y dudosos, en relación a varios temas democráticos. Aquí y en nuestra visión del mundo y en otros países.
Siete años son un buen ejemplo de pluralidad, de libertad plena de la prensa, de organización política, social, sindical, de cátedra, de opinión, de lo que se les pueda ocurrir. Va un gobierno entero (el de Tabaré Vázquez) y un año y medio largo de José Mujica y todas las instituciones funcionan. Incluso se le entregó nuevamente al Poder Judicial potestades que inconstitucionalmente se le había sustraído a través de la Ley de Caducidad de la pretensión punitiva del Estado.
La segunda gran alarma, la otra sábana, era sobre la economía. Se agitaba el miedo a que distribuyéramos lo que no había, se afectaran los derechos de propiedad, se hipertrofiara el Estado y se precipitara el país en el caos financiero y económico. ¿Se acuerdan?
Ellos que nos había llevado paso a paso y mucho antes del 2002 al negro pozo de la crisis más profunda y destructiva, que en el año 2004, cuando el país rebotó en el fondo del pozo y comenzó a crecer nuevamente siguió descendiendo por la pendiente social y aumentaron en 50 mil el número de indigentes, que hizo de la emigración una sangría permanente, de la desocupación el peor flagelo social y cultural levantaban los escudos del miedo al desorden económico. Ellos que ahora se preguntan y reclaman “blindajes” y nos dejaron con el segundo país más endeudado del mundo, 107% de su PBI.
La realidad es abrumadora, desde el punto de vista material y también espiritual. El Uruguay creció y crece, aún en medio de la crisis del 2008 y del 2011... a los más altos niveles de toda su historia. Y no sólo crece su economía, sus estadísticas frías, todo esto impacta en la sociedad en forma constante. La desocupación pasó del 13.5% a menos del 6%, la pobreza del 34% al 17% y la indigencia del 4% al 1.7%. Y no estamos conformes, lo que es tan importante como las cifras.
Los uruguayos han invertido luego de 40 años de emigración el signo de sus pasaportes, regresan más de los que se van. Es cierto que la situación en el mundo rico es crítica, pero nadie volvería a algo que se pareciera lejanamente al Uruguay del 2002 y 2003. ¿Se acuerdan?
Los salarios, las jubilaciones, los ingresos familiares no solo se recuperaron y superaron los niveles previos a la crisis y eso se refleja en todo y sobre todo en el consumo nacional y familiar. En todos los países asiáticos e incluso en la mayoría de los de nuestra región que tuvieron crecimientos rápidos, las diferencias sociales se agrandaron, porque cada sector social pescaba en la sopera con cucharones de diferente tamaño. En Uruguay la distribución de la riqueza ha mejorado, no todo ni cercano a lo que pretendemos, pero mejoró en la distribución de los ingresos y sobre todo en el gasto social. Planes especiales, como el de Emergencia, asignaciones familiares, reforma de la salud, inversión en la educación y en vivienda.
Y no estamos conformes, porque somos de izquierda y porque nuestro Proyecto Nacional no avanza con casi 600 mil pobres, hay que incluirlos en un buen empleo, en otros niveles de consumo, en mejor salud, educación y vivienda.
No fueron ni son gobiernos infalibles. No hay infalibles y menos si son de izquierda. Fueron y son los mejores gobiernos que ha tenido el país para las generaciones vivas. Porque además del bolsillo, la salud y muchas otras cosas, nos cambiaron el alma. Ya ningún uruguayo se pregunta si el país es viable, no tenemos el complejo del enano llorón y entregado.
Peleamos, trabajamos, luchamos, protestamos, pedimos más y mejor y avanzamos. Y tenemos claro que el Uruguay es un país maravilloso para vivir y seguir cambiándolo en profundidad.
Hay cosas que no funcionaron y todavía no funcionan como corresponde, como necesitamos para un País de Primera con un gobierno de izquierda. Las arrastramos. Hacemos esfuerzos pero todavía no le encontramos la vuelta al tema de la seguridad pública, ni a la educación, ni al problema de la vivienda popular. Tenemos retrasos en los ritmos de construcción de nuestra infraestructura y corremos detrás de las necesidades que por suerte son cada día mayores.
Y además de todo esto discutimos duro entre nosotros porque estos siete años de ocupar todos los sillones del Poder Ejecutivo nacional y muchos otros cargos de gobierno nacional y departamental nos interrogan, nos interpelan sobre nuestra identidad, sobre nuestra capacidad crítica de mirar la realidad y mirarnos a nosotros mismos. Sobre todo en el Frente Amplio.
La batalla política y sobre todo cultural es uno de nuestros serios déficit, porque hemos renovado mucho más al país de lo que nos renovamos nosotros mismos, como ideas, como programa, como elaboración y como capacidades políticas y de gestión.
Los aniversarios son para hacer balances, y el nuestro es altamente positivo, incluso porque en lo fundamental no perdimos la capacidad de mirar nuestros errores y nuestras insuficiencias.
Pero han sido siete años de grandes y positivos cambios para el Uruguay. Y eso es lo fundamental.
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