La fábrica de los lamentos
La fábrica de los lamentos
20.01.2009
La mejor, la más cómoda y barata de las actitudes políticas actuales y en muchas décadas a la redonda fue sumarse a la gran fábrica de los lamentos. No me refiero a los reclamos sociales, a los gritos a veces inaudibles de los que se quedaron del otro lado de la brecha y cuesta tanto trabajo cruzarlos, me refiero a los que han hecho del lamento su cultura, su ideología, su razón corporativa.
Si hubiera proporciones, si los decibeles de los lamentos o los ríos de lágrimas fueran proporcionados, los sectores sociales más débiles, los trabajadores que estuvieron tanto tiempo desocupados, los que no tienen o no tuvieron acceso a un nivel de vida decoroso -comparados con los de ciertos sectores empresariales lamentosos-, este país sería inhabitable por el fragor de los gritos y porque viviría sumergido en un mar de lágrimas.
El llanto es uno de los principales productos de consumo nacional. No puede exportarse porque a nadie le interesa, pero hubo un tiempo no muy lejano y con otros gobiernos, que por nuestra permanente actitud de gemir nos llamaban en la región “el enano llorón” ¿Lo recuerdan?
Comencemos por allí, por nuestra imagen y nuestra actitud internacional. Hace más de dos años que bloquearon los puentes, los piqueteros nos amenazaron con todas sus furias, nos vaticinaron contaminaciones medioambientales bíblicas y recurrieron a todas las prepotencias. Incluso con ayuda de alguna organización internacional muy mediática que ahora guarda silencio absoluto ¿Cómo podían los “enanos llorones” soportar tanta presión, de parte de un enorme país con toda la fuerza de su estado, con toda la indiferencia de sus autoridades frente a los piquetes y con todo el “ingenio” de Greenpace? Éramos pan comido.
Han transcurrido muchos, demasiados meses, y combinando tres factores esenciales: firmeza en la defensa de nuestra soberanía; paciencia y confianza en nuestras acciones y en nuestros controles y, astucia, (pero astucia de verdad no la que se declama, la que se nota con los resultados. Ah, y nada de andar llorando en los rincones), cambiamos la situación.
La planta de Botnia está funcionando desde hace un año, alcanzó el record de producción entre todas las empresas de la firma finlandesa (una de las mayores del mundo), superó el millón de toneladas, no se ha registrado un solo indicador de contaminación del suelo, del agua o del aire. Tuvimos años record de turistas, hemos ampliado el mercado a nuevos países y seguimos recibiendo con respeto y cariño a los buenos amigos argentinos.
Los piqueteros están más aislados que nunca, más encerrados en sus cuevas y sin salida a la vista y con el rechazo creciente de la sociedad argentina y de las propias autoridades. Y nosotros no derramamos una sola lágrima, aunque fuimos cautelosos y respetuosos de la historia y del futuro. Pero sin teatros y declamaciones lacrimógenas.
Lo mismo – pero en un plano mucho más amplio y nacional – sucede con la economía. La derecha y sus partidos nos vaticinaron el desastre más completo, en realidad nos dejaron todo pronto para un gran fracaso. La lista de minas explosivas en la economía que vagaban por el país es interminable, comenzando con una deuda pública agobiante y una deuda social todavía peor.
Nadie duda que hemos superado no sólo esa situación sino que el país alcanzó en todos los indicadores económicos y sociales resultados extraordinarios. Ahora que hace un año que el resto del mundo entró en crisis, ellos aguardan vaticinan, esperan y como no podía ser de otra manera, lloran y organizan grandes y plañideras lloradas generales.
El gobierno y el país están atentos, a través de su política cambiaria, monetaria, del manejo de las inversiones privadas y públicas, a las complejas y diríamos dramáticas situaciones que vive el mundo más desarrollado y en general todo el planeta producto de la crisis global. A eso se le agrega una sequía muy severa. Y a ellos les sirve todo, antes lloraban porque había bonanza y no se ahorraba lo suficiente, ahora lloran a mares e impulsan la gran industria de los pañuelos-sábanas.
El Estado debe resolver todos los problemas. Ese mismo Estado que quieren que no tenga recursos, que no recaude, que tenga una DGI que durante décadas fue el agujero negro de la evasión, o un BPS que competía en materia de informalidad y pasiva contemplación frente a las ilegalidades, ese mismo Estado debe socorrer a todos, a pequeños, a medianos y -faltaría más- a los grandes.
El Banco de la República, más que el banco país, era en realidad el banco de los avivados del país, la gran usina de las carteras pesadas y el mejor ejemplo de una escuela de capitalismo parasitario. Cada diez años los uruguayos - todos sin distinción de credos y recursos- debíamos salir a rescatar al banco del “país de los otros”, el de las carteras pesadas y de los pesados. Hoy alcanza record en ganancias, en depósitos, en resultados. Recordemos cuántos fueron los llorones que querían que el BROU siguiera jugando ese lamentable papel económico-financiero y sobre todo esa escuela de ineficacia empresarial. Y recordemos a todos, no sólo a los de derecha.
La industria, el turismo, la construcción crecieron a niveles desconocidos en la historia del Uruguay desde que se llevan registros, se siguen presentando decenas de proyectos de inversión, por lo tanto hay gente que se la juega, que cree, que se arriesga y que construye empresas, proyectos, genera trabajo y se queja –muchas veces con razón- de la lentitud de algunas estructuras del Estado. Pero están los otros, los llorones. Y que los hay los hay.
Su principal producto es un mar lagrimoso de reclamos para que les bajen los impuestos, les regalen la energía eléctrica, anulen las leyes sociales y -no se animan, pero lo insinúan- comenzar desde ya con los ajustes de sueldos para asegurar su tasa de ganancia. Eso sucede en los diversos sectores de actividad. El turismo es un buen ejemplo. Aunque la primera quincena de la temporada reviente de turistas, hay sectores que se quejan y se quejan. Aumentan los precios y se quejan.
Ya nos hemos acostumbrado, es esa parte gris y mediocre del país que se acostumbró al lamento como el camino más directo hacia los beneficios y las ventajas. Si va bien, el mérito y los resultados son de ellos, si va medianamente mal, hay que llorar y pagamos todos.
Naturalmente que en año electoral – aunque la ofensiva lacrimal viene desde hace años – a los lamentos corporativos se suman los lamentadores políticos, los que siempre piden que los combustibles bajen más, aunque ellos nunca los bajaron, que el gobierno haga llover y sino que se haga responsable de todo, que baje los impuestos, cuando ellos – todos ellos – siempre realizaron ajustes y dolorosos aumentos del IVA o de los impuestos al trabajo.
La peor reacción frente a los lamentosos es levantar un muro de conformismo con la acción del gobierno. Tienta, pero es equivocado. Se ha hecho mucho, en todos los sectores y sobre todo en la política económica y se sigue haciendo, pero nos falta mucho más. Eso si, seguramente no en la dirección de los eternos llorones.
Un proyecto nacional requiere entre otras cosas fundamentales, derrotar definitivamente esa mentalidad llorona y sin nervio que es parte de la derrota nacional de los años 1985 al 2005. En ese período se desperdiciaron todas las energías, los impulsos y las ganas que los uruguayos construimos para derrotar a la dictadura.
Si hubiera proporciones, si los decibeles de los lamentos o los ríos de lágrimas fueran proporcionados, los sectores sociales más débiles, los trabajadores que estuvieron tanto tiempo desocupados, los que no tienen o no tuvieron acceso a un nivel de vida decoroso -comparados con los de ciertos sectores empresariales lamentosos-, este país sería inhabitable por el fragor de los gritos y porque viviría sumergido en un mar de lágrimas.
El llanto es uno de los principales productos de consumo nacional. No puede exportarse porque a nadie le interesa, pero hubo un tiempo no muy lejano y con otros gobiernos, que por nuestra permanente actitud de gemir nos llamaban en la región “el enano llorón” ¿Lo recuerdan?
Comencemos por allí, por nuestra imagen y nuestra actitud internacional. Hace más de dos años que bloquearon los puentes, los piqueteros nos amenazaron con todas sus furias, nos vaticinaron contaminaciones medioambientales bíblicas y recurrieron a todas las prepotencias. Incluso con ayuda de alguna organización internacional muy mediática que ahora guarda silencio absoluto ¿Cómo podían los “enanos llorones” soportar tanta presión, de parte de un enorme país con toda la fuerza de su estado, con toda la indiferencia de sus autoridades frente a los piquetes y con todo el “ingenio” de Greenpace? Éramos pan comido.
Han transcurrido muchos, demasiados meses, y combinando tres factores esenciales: firmeza en la defensa de nuestra soberanía; paciencia y confianza en nuestras acciones y en nuestros controles y, astucia, (pero astucia de verdad no la que se declama, la que se nota con los resultados. Ah, y nada de andar llorando en los rincones), cambiamos la situación.
La planta de Botnia está funcionando desde hace un año, alcanzó el record de producción entre todas las empresas de la firma finlandesa (una de las mayores del mundo), superó el millón de toneladas, no se ha registrado un solo indicador de contaminación del suelo, del agua o del aire. Tuvimos años record de turistas, hemos ampliado el mercado a nuevos países y seguimos recibiendo con respeto y cariño a los buenos amigos argentinos.
Los piqueteros están más aislados que nunca, más encerrados en sus cuevas y sin salida a la vista y con el rechazo creciente de la sociedad argentina y de las propias autoridades. Y nosotros no derramamos una sola lágrima, aunque fuimos cautelosos y respetuosos de la historia y del futuro. Pero sin teatros y declamaciones lacrimógenas.
Lo mismo – pero en un plano mucho más amplio y nacional – sucede con la economía. La derecha y sus partidos nos vaticinaron el desastre más completo, en realidad nos dejaron todo pronto para un gran fracaso. La lista de minas explosivas en la economía que vagaban por el país es interminable, comenzando con una deuda pública agobiante y una deuda social todavía peor.
Nadie duda que hemos superado no sólo esa situación sino que el país alcanzó en todos los indicadores económicos y sociales resultados extraordinarios. Ahora que hace un año que el resto del mundo entró en crisis, ellos aguardan vaticinan, esperan y como no podía ser de otra manera, lloran y organizan grandes y plañideras lloradas generales.
El gobierno y el país están atentos, a través de su política cambiaria, monetaria, del manejo de las inversiones privadas y públicas, a las complejas y diríamos dramáticas situaciones que vive el mundo más desarrollado y en general todo el planeta producto de la crisis global. A eso se le agrega una sequía muy severa. Y a ellos les sirve todo, antes lloraban porque había bonanza y no se ahorraba lo suficiente, ahora lloran a mares e impulsan la gran industria de los pañuelos-sábanas.
El Estado debe resolver todos los problemas. Ese mismo Estado que quieren que no tenga recursos, que no recaude, que tenga una DGI que durante décadas fue el agujero negro de la evasión, o un BPS que competía en materia de informalidad y pasiva contemplación frente a las ilegalidades, ese mismo Estado debe socorrer a todos, a pequeños, a medianos y -faltaría más- a los grandes.
El Banco de la República, más que el banco país, era en realidad el banco de los avivados del país, la gran usina de las carteras pesadas y el mejor ejemplo de una escuela de capitalismo parasitario. Cada diez años los uruguayos - todos sin distinción de credos y recursos- debíamos salir a rescatar al banco del “país de los otros”, el de las carteras pesadas y de los pesados. Hoy alcanza record en ganancias, en depósitos, en resultados. Recordemos cuántos fueron los llorones que querían que el BROU siguiera jugando ese lamentable papel económico-financiero y sobre todo esa escuela de ineficacia empresarial. Y recordemos a todos, no sólo a los de derecha.
La industria, el turismo, la construcción crecieron a niveles desconocidos en la historia del Uruguay desde que se llevan registros, se siguen presentando decenas de proyectos de inversión, por lo tanto hay gente que se la juega, que cree, que se arriesga y que construye empresas, proyectos, genera trabajo y se queja –muchas veces con razón- de la lentitud de algunas estructuras del Estado. Pero están los otros, los llorones. Y que los hay los hay.
Su principal producto es un mar lagrimoso de reclamos para que les bajen los impuestos, les regalen la energía eléctrica, anulen las leyes sociales y -no se animan, pero lo insinúan- comenzar desde ya con los ajustes de sueldos para asegurar su tasa de ganancia. Eso sucede en los diversos sectores de actividad. El turismo es un buen ejemplo. Aunque la primera quincena de la temporada reviente de turistas, hay sectores que se quejan y se quejan. Aumentan los precios y se quejan.
Ya nos hemos acostumbrado, es esa parte gris y mediocre del país que se acostumbró al lamento como el camino más directo hacia los beneficios y las ventajas. Si va bien, el mérito y los resultados son de ellos, si va medianamente mal, hay que llorar y pagamos todos.
Naturalmente que en año electoral – aunque la ofensiva lacrimal viene desde hace años – a los lamentos corporativos se suman los lamentadores políticos, los que siempre piden que los combustibles bajen más, aunque ellos nunca los bajaron, que el gobierno haga llover y sino que se haga responsable de todo, que baje los impuestos, cuando ellos – todos ellos – siempre realizaron ajustes y dolorosos aumentos del IVA o de los impuestos al trabajo.
La peor reacción frente a los lamentosos es levantar un muro de conformismo con la acción del gobierno. Tienta, pero es equivocado. Se ha hecho mucho, en todos los sectores y sobre todo en la política económica y se sigue haciendo, pero nos falta mucho más. Eso si, seguramente no en la dirección de los eternos llorones.
Un proyecto nacional requiere entre otras cosas fundamentales, derrotar definitivamente esa mentalidad llorona y sin nervio que es parte de la derrota nacional de los años 1985 al 2005. En ese período se desperdiciaron todas las energías, los impulsos y las ganas que los uruguayos construimos para derrotar a la dictadura.
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