Durante décadas el Frente Amplio, desde la oposición, se vanaglorió de su conocimiento sobre el tema educativo y de que poseía las personas más idóneas para dirigir la educación en nuestro país.

También apoyó todas y cada una de las demandas de los gremios de la enseñanza, mandando señales inequívocas de que, una vez en el gobierno, daría cumplimiento completo y total a las demandas largamente postergadas por los gobiernos de los viejos partidos tradicionales.

Sin embargo, una vez llegado al gobierno, el Frente Amplio demostró una grave inercia caracterizada por la ausencia de propuestas e iniciativas que fueron la tónica de los dos primeros años de gobierno. Justamente, en el segundo año, para superar la inacción, el gobierno impulsó el denominado “debate educativo”, un proceso caracterizado por una convocatoria a la “pseudoparticipación” ciudadana que culminó con un Congreso Educativo que, como era de esperarse, consagró con contundencia todos los reclamos históricos de los gremios de la enseñanza. El gobierno anunció el Debate Educativo con “bombos y platillos” y reivindicó su existencia como el mecanismo más democrático y adecuado para definir el rumbo de la educación. Promovió y gastó recursos considerables en el Congreso Educativo y sus decisiones, obviamente, de acuerdo a la ideología frenteamplista, debían ser un mandato inequívoco para el gobierno que lo convocó.

Como era obvio, tanto el debate como el congreso simplemente reflejaron la opinión militantista, sesgada y corporativista de los dirigentes de los gremios de la enseñanza y desembocaron en demandas ya conocidas de reivindicación de la conducción de la enseñanza en sus propias manos. El Frente Amplio, en su afán por sumar a cualquier precio, además de que los dirigentes gremiales son todos pertenecientes a esa fuerza política, prometió cumplir con los postulados y reclamos indicados. Sin embargo, transcurrió casi un año y medio desde el malhadado Congreso Educativo para que recién entonces el gobierno presentara su proyecto de Ley de Educación. Este proyecto recogió parcialmente los contenidos y resoluciones del referido Congreso, atenuó ciertas demandas y, si bien es una propuesta fuertemente corporativista y de preocupantes decisiones que no harán más que agravar el pésimo funcionamiento actual de nuestra educación, tampoco fue totalmente fiel a las demandas de quienes creyeron “de buena fe” que el Frente Amplio cumpliría su promesa y transformaría en ley lo que el Congreso había aprobado.

Desde esta perspectiva se deben leer los episodios ocurridos durante la votación del proyecto en ambas Cámaras, desde la perspectiva de que el Frente Amplio y el gobierno le mintieron a todos estos activistas que, durante décadas lucharon para adueñarse de la educación del país y creyeron que el Frente cumpliría sus históricas promesas.

El Frente Amplio preso de sus graves contradicciones y conciente de que contemplar todas las demandas gremiales era una locura, decidió quedar a mitad de camino buscando contemplar algunas demandas gremiales y dejando de lado las posturas más extremas. El resultado ha sido este engendro que se acaba de aprobar que no ayuda a mejorar la educación porque aumenta su dependencia de las corporaciones y compromete el funcionamiento del sistema educativo, pero tampoco incluye todas las demandas gremiales que habían sido objeto de las resoluciones del Congreso que el mismo gobierno había convocado.

Así las cosas, los resultados del otro día deben ser leídos desde la óptica de la esquizofrenia que aqueja al partido de gobierno. Durante años, no solo en materia educativa, sino también en materia económica y en materia de relaciones internacionales y tantos otros temas, el Frente Amplio buscó representar demandas propias de la izquierda tradicional, y luego desde el gobierno dejó de lado buena parte de esos postulados para asumir posturas intermedias.

Es por ello que también su Congreso de este fin de semana acaba de aprobar medidas programáticas que nada tienen que ver con las decisiones que esa misma fuerza política ha tomado desde el gobierno. Es por eso que algunos, que han creído que lo que el Frente Amplio decía y sigue diciendo en sus ámbitos orgánicos, iba a trasladarse a decisiones concretas, se sienten estafados y reaccionan con virulencia.

Algún día esta larga esquizofrenia que ha aquejado al partido de gobierno, como toda enfermedad, debía expresar sus síntomas más crudos. Parece que al Frente Amplio le ha llegado la hora de enfrentarse a sus contradicciones y pagar el costo de haberlas cultivado y promovido.