En efecto, podría reconocerse que estamos ante dos posturas. Desde unas tiendas se entiende que la IM no ha podido manejar los residuos sólidos. Esto incluye los aspectos más visibles como los problemas en manejar los contenedores, lo que a su vez responde a factores tales como si su número es correcto o si sus tipos son los más adecuados para nuestra ciudad, la frecuencia en que son desagotados, el estado de los camiones, etc. Hay otros problemas menos visibles, pero igualmente graves y que también son de responsabilidad municipal, como la disposición final de esos residuos, la efectividad en los intentos de separar o reciclar basuras, etc. Y de allí, se avanza sobre la eficiencia del personal municipal, o la capacidad de los jerarcas en lidiar con todo esto.
La otra posición afirma que en lo esencial el problema es responsabilidad de la ciudadanía. Son los vecinos que arrojan basuras que no corresponden a los contenedores, o que simplemente la dejan a sus a sus pies. Desde voluminosas bolsas de escombros a poda de jardines, desde las enormes cajas de las TV plasma que no se molestan en reducir, a muebles viejos. No es raro encontrar al pie de contenedores viejos televisores, y no falta quien invirtió su tiempo en la tontería de romper la pantalla y el tubo de imagen para dejar toda la calle y la acera repleta de vidrios.
Las dos posiciones tienen parte de razón. Podrían resumirse entre un gobierno municipal incapaz de gestionar los residuos, y unos vecinos desaprensivos, rebeldes y sucios. Hasta ahora el debate ha oscilado entre esas dos posiciones.
A mi modo de ver el asunto, las dos posturas son en buena medida correctas. Esto no es raro en ecología política, donde algunos problemas ambientales públicos se agravan por una combinación de inacción estatal y falta de apoyo ciudadano. A su vez, cada uno de esos dos factores potencia al otro: el gobierno municipal no recoge adecuadamente los residuos, lo que hace que más vecinos tiren la basura en cualquier sitio. Por lo tanto, la lección es clara: ya no tiene sentido seguir discutiendo quién tiene las mayores culpas, si la IM o nosotros los vecinos. La situación es tan grave que debe asumirse que hay responsabilidad de los dos lados.
Sin duda que han existido intentos municipales de lidiar con el problema, tales como el Plan Director de Residuos Sólidos de 2005, o el Plan Director de Limpieza de 2011. Pero es evidente que el saldo neto es negativo. Pero no pasa desapercibido que los planes ya tienen años sobre espaldas; por ejemplo, ya en la primera Agenda Ambiental de Montevideo, del 2000, se advertía que la basura capitalina era un problema mayor que, si no se atendía adecuadamente, desembocaría en situaciones todavía más graves.
Cuando la gestión ambiental está estancada por una simbiosis negativa de este tipo ocurre otro fenómeno. En situaciones donde un problema ambiental como la basura se arrastra por décadas, en lugar de imponerse soluciones de fondo, puede ocurrir que mucha gente se "acostumbra" a convivir con los residuos, y por otro lado que la referencia que tienen las nuevas generaciones sobre cómo es un entorno limpio o contaminado van cambiando.
¿No estamos frente a esa circunstancia? Parecería que hay muchos montevideanos que no "perciben" la suciedad en las calles o veredas. Caminan rodeados de papeles, botellas, bolsas, todo tipo de basuras, y no se inmutan. No "sienten" la suciedad, no la "ven", no la "huelen". Esta situación solo avanza hacia condiciones todavía peores: como cada vez se tolera más basura, las reacciones para revertir la situación tienen menor demanda ciudadana. El resultado está a la vista: hasta ahora, los montevideanos no han castigado a los partidos políticos responsables del manejo de la basura.
Es duro llegar a esta conclusión, y seguramente más de un lector se sentirá incómodo. Pero piénselo por unos minutos y verá que sin duda estamos atrapados en ese abrazo que reproduce los problemas de los residuos montevideanos.
La tarea urgente es romper esa dinámica de echarse culpas mutuamente. ¿Dónde debe iniciarse ese cambio? Sin dudas tiene que comenzar por el gobierno municipal. Allí están las capacidades institucionales y los instrumentos normativos para poder manejar la basura montevideana. Pero, paradojalmente, para ello hace falta justamente lo que los jerarcas municipales le reclaman a la gente: un cambio de actitud.
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