No me refiero a las consecuencias institucionales o personales de alguno de los participantes sino a algo mucho más hondo, más doloroso y bastante raro en otras latitudes: el recurso de la crítica en todo el sentido de la palabra.
Todos sabemos qué quiere decir "criticar", incluso en sus complejo significado, de valorar, analizar, opinar sobre los procesos, las ideas las cosas y sobre todo los seres humanos y sus obras, valorando tanto los aspectos positivos como los negativos. No es un equilibrio, no puede ser una tensión entre opuestos. Es el método por el cual han surgido y progresado las ideas progresistas en las ciencias, en la cultura, en la política en el ejercicio del poder.
Es relativamente fácil definir el concepto y muy duro y difícil practicarlo con rigor y consecuencia. Lo puedo afirmar porque durante muchos años tuve una ideología y adherí a una teoría que proclamaba la crítica y la autocrítica y que su mayor derrota fue precisamente la total paralización de ambas. Esa fue la mecha que hizo explotar todo el enorme muro construido con sacrificios y heroísmo y que se proponía liberar a la humanidad de la explotación del hombre por el hombre. El fin de esta historia.
También me tocó la contracara, la necesidad de elegir entre ser fiel a los objetivos, a los ideales, a los valores transformadores y progresistas de la izquierda o entregarme al poder. Les puedo asegurar que las tentaciones son muchas y grandes y no son solo ni principalmente materiales, son sobre todo el temor al aislamiento, al rechazo, a tener que pagar el alto precio de enfrentar a los viejos compañeros, a las viejas solidaridades. Se sufre, lo sé.
Comparado con lo que sufrieron miles de uruguayos durante la dictadura, eso puede parecer una nimiedad. Pero las vicisitudes humanas no siempre se pueden medir por comparación. Es otro tipo de agresiones, otros precios los que hay que pagar.
¿Hay que ser valiente? No, eso no es lo fundamental, no es un problema de arrojo y abnegación, es básicamente un tema ideológico, es volver la mirada y el alma a los orígenes, al profundo sentido racional de nuestros proyectos. Valiente es seguir proponiéndose a cualquier costo, afrontar la batalla cotidiana de luchar por las ideas de la izquierda, atreverse a criticar y cuestionar un sistema que aunque parezca universal e interminable, mantiene el mundo divido tanto en naciones como en sociedades, de un lado una riqueza insultante y del otro una pobreza que agobia.
Es seguir estudiando y aprendiendo pero resignarse a no encontrar nunca un guía infalible, alguien que nos explique todo y siempre y, confiar en el intercambio de ideas, de opiniones y de experiencias como un alimento intelectual y humano fundamental y permanente.
La crítica tiene una componente fundamental, el aceptar como parte permanente de la elaboración, la posibilidad de no tener razón, de equivocarnos, no por la recocida frase de que todos los seres humanos nos equivocamos, sino porque el pensamiento crítico no puede tener la soberbia de asegurarse la razón. Y estamos hablando de política, no meramente de una aproximación teórica, intelectual, sino de algo concreto, palpable que tiene que ver con la disputa del poder, del ejercicio del gobierno o de los gobiernos locales, por lo tanto de la vida de la gente, de la directa relación entre las acciones de los políticos y la calidad de vida, material y espiritual de las sociedades.
La crítica también tiene que ver con otro aspecto fundamental, con la tensión con los propios, con los compañeros y con los adversarios y los enemigos. Es cierto que en Uruguay hemos alcanzado un alto nivel de civilización política hasta transformarla en la más pacífica de las actividades, pero tuvimos enemigos y los recordamos bien.
La crítica a los adversarios es una tarea relativamente simple, pero si se la quiere utilizar como una poderosa herramienta política hay que ganarse la credibilidad ante la gente, ante una parte de la sociedad y para ello se requiere rigor, apelar a la realidad y ser lo más justo posibles. No se puede ser implacables en un sentido y blandengues y opacos en el otro.
No puede haber dos morales en la crítica. El verso de que nuestros enemigos políticos y mediáticos pueden incluso transformarnos en lo que no somos, desmoronar nuestra moral y nuestra ética para enfrentar sus campañas, es asegurarnos una doble derrota, la de la integridad y la del abandono del método crítico.
Los llamados inflamados de algunos, a que hay que defender cualquier cosa, y la suma de muchas cosas falsas y manipuladas para protegernos de nuestros enemigos en campaña, es un argumento de una pobreza total. Es no confiar en nosotros mismos, en nuestras capacidades e ideas y ocultarnos debajo de ciertos "relatos" falsos y deformados. Nunca triunfamos por ese camino, aunque algunos lo hayan practicado hasta el cansancio.
El otro frente de tensión de la crítica es entre la política, la política como profesión, como pasión y como forma de vida y la existencia del resto de los ciudadanos.
Los grandes logros progresistas, los cambios, los avances y transformaciones son siempre, absolutamente siempre obra de las sociedades, de la gente, de sectores sociales y culturales y el principal mérito de la política es crear los marcos institucionales, económicos, sociales, culturales para que los ciudadanos sean los grandes protagonistas. Los gobiernos que se atribuyen a si mismos todos los méritos, si se sienten y quieren ser de izquierda, deben mirar con ojos muy críticos esas actitudes, no llevan muy lejos.
Por ello la relación entre el poder y la crítica, entre el poder y la opinión pública sensible y atenta es una de las construcciones más complejas y pasa necesariamente por la relación con la prensa y por todos los medios de comunicación e información hoy disponibles. La enorme tentación del poder de poner las nuevas tecnologías a su servicio para construir relatos útiles y maleables, solo se combate con el ejercicio constante de la crítica como definición ideológica.
¿Hay espacio para festejar, para sentir y compartir los buenos resultados cuando se utiliza la crítica? Claro, liberados de la liturgia de la infalibilidad del poder los avances lucen en sus verdaderas dimensiones, en el equilibrio de sus verdaderos méritos y pueden recibir el reconocimiento más valioso, el de la gente, no como beneficiarios, sino como constructores.
Criticar es duro, es difícil y hay muchos en el poder que te lo hacen sentir de mil maneras. Es posible que por ello mismo sea más valioso. La crítica es un clavo ardiente e incómodo no solo para el que la recibe sino también para el que la elabora.
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