Cuando en el mes de mayo del próximo año se elijan los intendentes de los 19 departamentos, el proceso electoral comenzado en el Uruguay en octubre-noviembre del 2008 habrá cumplido los 18 meses continuados. Es una excelente receta para que la vida de un país vaya por un carril y la política en su momento crucial – las elecciones- circule por otro.
Nadie cree que podamos concentrar las principales energías nacionales durante 18 meses en una campaña electoral. Eso sucede en un país como Uruguay en el que la vida política es intensa en todo momento, hay debates, interpelaciones parlamentarias, acciones y declaraciones gubernamentales, y las más variadas formas de intercambio político entre los diversos partidos.
Eso es positivo, los uruguayos de una u otra manera somos protagonistas de la vida política e institucional, pero no por ello tenemos que resignarnos a 18 meses de campaña. Es una forma de que las ideas se desflequen, que los argumentos se acumulen sin criterio, como una calesita incansable, donde los personajes políticos se desgastan y los ciudadanos lleguemos al límite del aguante.
Es cierto que las tandas publicitarias liberadas de las restricciones ficticias y formales duran cuatro semanas, pero son interminables. Es difícil decir algo nuevo, contribuir a una reflexión seria y profunda. Es por la simple razón de agotamiento. Ya llegamos todos cansados y angostados.
Primero son los congresos o convenciones que deben definir los precandidatos, luego la campaña de las internas, luego las elecciones nacionales y eventualmente un balotage y para terminar 19 elecciones municipales. ¿No será hora de pensar una ayudita para los uruguayos?
Si alguien cree que esta carrera de obstáculos interminable y agotadora es un gran ejemplo de democracia, está profundamente equivocado. Es un invento, una obra de arquitectura institucional-electoral inventada por los dueños del poder para barricarse, porque consideraron en su momento que era una buena protección para perpetuarse en el poder. Cuando llega la hora, no hay barrera, invento, artilugio que lo pare. La hora llegó, la izquierda ganó las elecciones y ahora estamos todos subidos a esta galera de 18 remos en la que tenemos que cinchar para alcanzar un resultado electoral que podría conseguirse de manera mucho más simple y más breve.
Es una campaña electoral, larga, costosa, tediosa y que irá empeorando. No debemos resignarnos. Hay que adecuarla a la experiencia de estos 15 años desde la anterior reforma. Para resolver un absurdo sistema que permitía acumular bajo un mismo lema a propuestas e ideas totalmente diferentes y hasta enfrentadas, nos tenemos que sorber una interminable y tediosa campaña. Porque es tediosa – entre otras cosas – porque es interminable.
No hay manera de que los candidatos y los partidos mantengan la atención de los ciudadanos, con sus discursos, sus proyectos y su comunicación durante tanto tiempo. No lo logra ni la mejor telenovela. Por eso es una boa que se enrosca y se repite sistemáticamente.
Si alguien se toma el trabajo de leer, de estudiar los argumentos enunciados desde octubre del 2008, encontrará que hay una repetición permanente y que los cambios son de tono, o lo que es peor, son intentos de colocar algo en la agenda. Y es esa necesidad de decir algo nuevo, algo diferente, algo que titule en la prensa lo que expone a los candidatos a ciertos resbalones. Repetir no vende y no convence.
Esto no quiere exculpar a nadie, quiere culpar a un mecanismo infernal cuyos engranajes nos aprisionan a todos. Simplifiquemos uruguayos, simplifiquemos.
Me imagino el hartazgo de un candidato que ya fue candidato en otra elección, debe ser como tomar una purga en dosis industriales. No hay voracidad por el poder que soporte semanas y semanas de hacer actos, asamblea, reportajes, reuniones, filmaciones y de nuevo comenzar el largo, interminable espinel. Es duro.
Es posible que en esta visión de la campaña se filtre mi propia experiencia personal. Hace más de 20 años que hago campañas electorales, pero como esta, ninguna.
No se trata de sumarse al lamento generalizado sobre el nivel de las propuestas y de los proyectos, suena todo a demasiado obvio. Hay propuestas, hay planes, hay proyectos, hay ideas, lo que sucede es que lo que restalla es el fulgor de los conflictos y de los resbalones, todo lo demás se lo devora la espesa mufa de una campaña eterna.
Como todas las cosas de la vida el problema es de proporciones, un vaso de agua quita la sed una piscina ahoga, pues un intenso intercambio de ideas y de propuestas genera atención, interés, entusiasmo, un torrente interminable de palabras satura al más pintado.
Tenemos el carnaval más largo del mundo e hicimos el asado más grande del mundo, pero una cosas es escuchar tambores y murgas, otra comerse un buen pulpón y otra diferente es digerirse 18 meses de palabras. Es demasiado.