Hay quienes advierten, con razón, que una acción bélica sin la autorización de Naciones Unidas significará un duro golpe (uno más) contra el Derecho Internacional. Olvidan que, si algo fracasó en esta guerra civil que ya costó la vida a más de setenta mil personas y expulsó de sus hogares a siete millones, es precisamente el derecho internacional y sus instituciones.
También están quienes proclaman el derecho del pueblo sirio a la autodeterminación en rechazo de una eventual intervención militar de Estados Unidos. Siendo comprensible, tal afirmación soslaya que el país árabe hace tiempo que no es autónomo.
El régimen de Assad se convirtió en una polea de transmisión de la injerencia de Teherán en Medio Oriente, permitiendo que por su territorio pasen las armas con que Hizballah y otras organizaciones terroristas fortalecen sus milicias, alteran la ecuación de poder en Líbano y alientan la fantasía sangrienta de una solución militar para el conflicto palestino-israelí.
Quienes quieran tomar partido honestamente en esta tragedia, deberán evitar una mirada anecdótica o ideológica y considerar el marco geoestratégico: lo que ocurre en Siria es apenas una batalla en la guerra que libran las potencias occidentales (incluyendo a Turquía) y los países árabes suníes (liderados por los saudíes) por detener la creciente influencia militar, política y religiosa del Irán chiíta en la región.
Teherán quiere redefinir la ecuación de poder del Golfo Pérsico (por donde pasa buena parte del petróleo del mundo) de un modo que favorezca su liderazgo político, militar, comercial y religioso. Se trata de un nuevo equilibrio por el que estuvo esperando mucho tiempo, probablemente desde el Siglo XVI, cuando los otomanos conquistaron Irak.
Los iraníes aspiran a que el régimen saudí acepte su hegemonía en el Golfo, en un momento en el que las garantías de seguridad, que antes ofrecía Estados Unidos, parecen resentirse. Los saudíes procuran que Turquía, otra potencia regional no árabe pero sí sunita, los ayude a enfrentar la expansión chiita en Iraq y, por estas horas, a debilitar al gobierno proiraní de Damasco.
¿Y las armas químicas? ¿Y los muertos inocentes? Malas noticias: las armas químicas ya fueron utilizadas por Saddam Hussein contra los kurdos y los iraníes en 1988 sin que despertara la indignación de Washington, por entonces su aliado. Las potencias no arriesgan soldados y pertrechos defendiendo valores sino intereses.
Quienes quieran expresar sus sinceros sentimientos antibélicos, deberían explicar cómo puede lograrse que un tirano como Assad colabore en detener la masacre de sus compatriotas y en promover un gobierno, si no democrático, que al menos respete las libertades individuales, largamente pisoteadas por su padre y por él mismo.
Gerardo Sotelo
Inocentes
Inocentes
La inminente intervención militar contra Siria despertó las reacciones habituales. Algunos quieren creen que un eventual bombardeo de Estados Unidos y sus aliados será el comienzo de una guerra, como si los sirios no estuvieran ya en una desde hace dos años.
04.09.2013
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