Estamos a pocos días de las fiestas, todo convoca a los buenos recuerdos, a la placidez, yo no quiero olvidarme de una tragedia. Ingrid Betancourt senadora y candidata presidencial fue secuestrada por las FARC, el grupo guerrillero más importante y antiguo de Colombia el 23 de febrero del 2002. Hoy su caso está en el centro del debate político internacional y en particular en América latina. Y es una vergüenza para todos.
En 1994 fue elegida representante a la cámara donde se destacó por sus denuncias en contra de la corrupción. Junto con otros representantes formaron un grupo llamado «Los cuatro mosqueteros». Incialmente apoyó al presidente Ernesto Samper, pero más tarde sería una de sus más fuertes contradictoras al destaparse el escándalo del proceso 8.000, que revelaba la filtración de dineros de las mafias del narcotráfico en la financiación de la campaña política que llevó a Samper a la presidencia. Durante esta época junto con su grupo político realizó una huelga de hambre en el Congreso de la República para protestar por la conformación de la comisión de investigaciones que absolvió al presidente Samper dentro del escándalo. Betancourt continuaría denunciando en el congreso los vínculos entre la clase política y los narcotraficantes, razón por la cual recibió varias amenazas de muerte.
Para las elecciones de 1998, funda el Partido Verde Oxígeno, afín a los partidos verdes europeos aunque su principal bandera es la lucha contra la corrupción. En 1998 llega al Senado de la República con la votación más alta del país, 150.000 votos, para esta época decide respaldar la candidatura presidencial de Andrés Pastrana con el compromiso de que este realice una reforma política una vez que alcance el poder. Pastrana incumplió su promesa e Íngrid dijo haberse sentido traicionada.
Durante este período escribe el libro La Rage au coeur, (Con la rabia en el corazón), originalmente publicado en francés, sobre su visión sobre la corrupción durante el gobierno de Ernesto Samper. El Partido Verde Oxígeno logra en las elecciones regionales de 1999, entre otras, la alcaldía del municipio de San Vicente del Caguán en Caquetá, parte de la Zona de Distensión en la cual el gobierno celebraba diálogos con la guerrilla de las FARC. Para el 2002, Betancourt se retiró del Senado con el objetivo de aspirar a la presidencia de la república. Como puede apreciarse no es precisamente una "oficialista" del actual gobierno.
Organizaciones de todo el mundo, ciudades, académicos, personalidades de la cultura han solicitado en diversas oportunidades la liberación de Betancourt. En las negociaciones por el posible canje de los secuestrados de las FARC por los guerrilleros prisioneros en la cárceles colombianas han participado diversos gobiernos, incluyendo el sonado episodio del pedido del Presidente Uribe al Presidente Chávez y su posterior ruptura, ahora actúan el presidente francés Sarkosy y el gobierno argentino.
No voy a centrar mi nota en ese complejo proceso tan lleno de marchas y contramarchas, voy a referirme a un aspecto que considero central: el humano. Las imágenes de Ingrid Betancourt difundidas recientemente la muestran al extremo de sus fuerzas. No hay ningún tipo de justificación política, ni lógica bélica alguna y menos revolucionaria para que se deje morir en cautiverio luego de cinco años de prisión a una rehén, que no es acusada y menos condenada por nadie por su conducta o por sus ideas, sino simplemente es utilizada como moneda de canje.
Estamos hablando de cinco años consumidos en la vida de una persona cuyo único crimen ha sido y es, ser valiosa como elemento de presión y de canje por otros prisioneros. Es una injusticia y una violación flagrante a los derechos humanos, se invoquen los objetivos revolucionarios o políticos que se quiera. No podemos ni debemos aceptar en silencio esta situación.
Cuando los derechos humanos se violan de esta manera, no importa que lo haga una dictadura o un movimiento guerrillero, son el mismo horror. No vale apelar a la historia de atropellos y barbaridades cometidas por los paramilitares o por las propias fuerzas armadas. Eso no justifica nada, al contrario, muestra que esa lógica ha pervertido todo, hasta llegar a que se secuestra a un niño de pocos años para pedir un rescate de 750 mil dólares. ¿Hasta donde se puede llegar por ese camino?
Cuando una guerrillera encargada de la custodia de ese niño deserta, camina tres días por la selva con su prisionero, no es una actitud política, es en primer lugar una actitud de decencia, de humanidad. No hay nadie que nos pueda justificar el secuestro extorsivo de un niño.
No es por la proximidad de las fiestas tradicionales o por apelaciones de sensiblerías varias que hay que reclamar por la liberación de Betancourt y de otros rehenes que están en sus mismas condiciones, es porque las FARC están perdiendo toda credibilidad internacional, todo respeto. Una cosa son prisioneros militares y policiales, como parte del conflicto, otra muy diversa estas personas, secuestradas para la extorsión, por dinero o por canje.
Ingrid Betancourt es rehén de dos bandos, de dos poderes ambos responsables de esta situación. Del otro lado tenemos al Presidente Uribe que manipula todo este proceso con frialdad, con premeditación y como piezas de su estrategia política. Allí tampoco se nota la menor humanidad, al contrario.
El episodio de los primeros contactos diplomáticos entre Francia y las FARC conducidos por Pierre-Henri Guignard, director del Departamento de América Latina del Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia y jefe adjunto de gabinete del canciller Dominique de Villepin, su fracaso y las conspiraciones que desde Bogotá se realizaron para que fracasaron son de una evidencia abrumadora.
"No creo en Uribe, busca ganar tiempo, distraer, es inhumano; la zona de despeje que propone es vaga, no son los municipios de Florida y Paredes que piden las FARC. «él apuesta a la solución militar y eso termina con los rehenes muertos, con Ingrid muerta en la selva. Uribe, con gran popularidad y el apoyo de EE.UU., culpará a la guerrilla y el pueblo colombiano lo aceptará". Declara Juan Carlos Lacompte, esposo de Ingrid Betancourt.
La terrible tragedia de Ingrid y de sus familiares es que han quedado atrapados en una lógica perversa entre dos extremos que han excluido totalmente de su horizonte, de sus valoraciones los aspectos humanos. Ambos la tratan y nos tratan a todos como piezas pasivas de un juego perverso y terrible disputado sobre la piel de una mujer inocente.
No está acusada de nada, pero es prisionera hace cinco años, no está condenada a nada pero sigue presa en la selva con creciente peligro para su vida, no hay ningún justificativo ético pero es rehén de dos bandos feroces. Y que no me vengan con la historia de lucha de las FARC y con las gloria de “Tiro Fijo” para justificar como método revolucionario el secuestro de personas inocentes y su lento asesinato. Sean estas mujeres, hombres o niños. Que los hay de los tres.
Que nadie me venga a hablar de las bandas paramilitares o militares colombianas o del imperialismo, porque por ese camino y esa lógica de que todo puede explicarse es que se llega a justificar los peores crímenes. Si se lucha por algo diferente, aún en las condiciones más feroces, no se puede aceptar que se empleen los mismo métodos, las mismas ferocidades, la misma falta de humanidad. O se termina siendo lo mismo, o algo demasiado parecido.
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