Sus tonos y sus discursos son asintomáticos. En lugar de mostrar vergüenza o pena, intentan disimular su responsabilidad detrás de un rictus severo, y aún desafiante.
Una cosa es utilizar un lenguaje que minimice el impacto negativo de las noticias y otra hacer de cuenta que nada grave está pasando, o peor aún, transformar un aumento de impuestos que se supone no iba a ocurrir ("esto lo puedo declarar con total precisión y claridad", afirmaba Astori en la campaña electoral del 2014) en una manipulación sobre cuánto va a pagar un inexistente contribuyente promedio. Nadie le pide al presidente y al ministro de Economía que estabilicen el comercio mundial y hagan aumentar el precio de los commodities en los mercados internacionales. Tampoco que abatan el déficit fiscal dejando en la calle a miles los empleados públicos o suspender el pago de las jubilaciones.
Lo que se le debe exigir, más que pedir, es que actúen con honestidad intelectual, responsabilidad política y sensibilidad humana. El enojo, la severidad y el intento de disimulo que coronó a los anuncios revelan "con total precisión y claridad", el festejo murguero o la simple y llana mentira ("no estamos creando nuevos impuestos", afirmó Vázquez) es lo contrario. El grueso del ajuste es un aumento de impuestos, especialmente a los trabajadores, y una cortina de humo sobre los gastos del Estado, que básicamente, seguirán su inercia. También se le debe exigir que no intenten disimular un incumplimiento con anuncios engañosos de rebajas ni calificar como "modesto aumento" lo que debió ser, de acuerdo a lo prometido cuando pedían el voto, una rebaja impositiva.
Quizás la mayor victoria de los gobernantes uruguayos de las últimas décadas, incluyendo a los del Frente Amplio, es convencernos de que nada puede hacerse contra el gasto del Estado. La falacia de la inelasticidad ha operado siempre como una trampa mortal: no sólo no se reduce el gasto innecesario sino que el volumen de funcionarios y gastos inelásticos no paran de crecer. Algunos integrantes del oficialismo lo disfrazan de justicia social. Sin embargo, aumentar salarios por encima de lo razonable e incrementar las prestaciones en el BPS y el FONASA sabiendo que son sistemas deficitarios, no son actos de justicia si no hay con qué pagarlos. Son actos de demagogia o irresponsabilidad.
No es sólo un problema de comunicación, aunque los gestos y las palabras son también actos. El problema principal es de temperamento y de valores. Cualquier político se sube a un estrado para saludar a las masas en horas gloriosas. Son menos los que se comportan con integridad cuando las cosas van mal. Reconocer el error, disculparse, explicar por qué ocurrió y anunciar que otros deberán pagar nuestros yerros requieren atributos reservados a las personas que, además de conocimientos y liderazgo, tienen grandeza de espíritu. El resto de los mortales intenta disimular el error, minimizar las consecuencias, evitar las disculpas y enojarse o malhumorarse en lugar de condolerse de los perjudicados. Jorge Batlle también debió enfrentar ese patíbulo y tomar decisiones contrarias a su discurso, pero por lo menos lloró.
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