El pedido de disculpas del presidente de la República por su exabrupto sobre el control a las mujeres no satisfizo a nadie. Acaso sin proponérselo, su respuesta desnudó lo que José Mujica piensa sobre las relaciones entre adversarios pero también sobre los resguardos a que obliga su investidura.
No es la primera vez y no será la última en la que Mujica desprecia públicamente lo que entiende apenas como formalidades del cargo. Se trata en realidad de sus dimensiones simbólicas y aún fácticas, universalmente aceptadas para jefes de gobiernos y otros altos dignatarios.
El comunicado deja la sensación de que Mujica se disculpa ante la constatación, que consigna sin emitir juicio de valor, de una ley no escrita según la cual "los presidentes no tienen el humano derecho ‘a calentarse' ante improperios", sino que deben actuar como si fueran "de mármol como las estatuas. Así las cosas, estamos ante un sarcasmo, una ironía o un reconocimiento a desgano de una regla en la que no cree, pero no ante una sincera disculpa.
Deberíamos preguntarle a Mujica qué pasaría si no fuera presidente y cuál cree que sería una conducta aceptable en un hombre público o un ciudadano cualquiera, enfrentado a la misma situación que pretextó su respuesta. Recordemos que el lío comenzó cuando el periodista Martín Lees de Subrayado le preguntó qué opinaba sobre el pedido de renuncia del presidente del BROU, Fernando Calloia, hecho por los nacionalistas, entre otras razones por la designación de Gonzalo Fernández como su abogado defensor. ¿Cuál es el "improperio" que alega haber recibido, que justificaría su iracunda respuesta?
Si Mujica no fuera presidente, ¿sería aceptable que contestara del modo en que lo hizo, sólo porque no comparte una línea argumental? ¿No hemos sido testigos de la violencia verbal de Mujica en otras oportunidades y ante las más variadas preguntas y circunstancias? ¿Cómo pedirle a las barras bravas que no insulten o amenacen a sus rivales si el presidente se disculpa invocando una ley inexistente y aplicable, en teoría, sólo a los presidentes?
El "derecho humano" a calentarse tiene como límite el derecho de cualquier individuo ("señora" o "señor") a no ser insultado, y esta regla de conducta corre tanto para mandatarios como para ciudadanos. Lo que ocurre con los mandatarios es que, además de tener que respetar esta elemental regla de convivencia, deben cuidar lo que hacen o dicen porque sus conductas tienen consecuencias que implican, en algunos casos, poner en riesgo la seguridad, estabilidad, reputación o convivencia del país.
Mujica no debió responder como lo hizo porque la mala educación y la intemperancia son conductas reprobables; más aún si en ellas incurre un presidente y mucho más todavía si están dirigidas a quien no tiene arte ni parte en la discusión. Como si esto fuera poco, su respuesta dejó la sensación de que no está sinceramente arrepentido ni convencido de haber violado ambas reglas, lo que nos deja, a él y a toda la comunidad, peor de lo que estábamos.