"La libertad es esclavitud", el slogan del Gran Hermano de Orwell se parece mucho a "la desaparición del viejo Cilindro Municipal se festeja como un logro de un equipo de trabajo", por resumir en palabras lo que mostraban las imágenes.
El Cilindro se incendió y se derrumbó; se nos vino abajo. Había un organismo público responsable de administrar esa porción del patrimonio edilicio y cultural de la comunidad pero se le cayó a pedazos. Al menos en principio, hasta un punto en el que no era posible su restauración. Esta vez no hubo llantos ni firmas de almas caritativas ni nada parecido al panegírico habitual ante duelos de esta especie. Y de repente, las autoridades responsables del Cilindro desaparecieron de escena para dar paso a la presidenta de Antel, Carolina Cosse, promocionando un nuevo prodigio arquitectónico y tecnológico.
La caja fuerte del ente da para todo. No sólo aporta a rentas generales las acrecencias que le facilita su monopolio sino que, por lo visto, le sobran algunos millones para casos de emergencia política. Desde Antel llegaría el invento que iba a distraer a los montevideanos y a lograr la transposición de roles e imágenes.
En lugar de una Intendencia omisa, tuvimos un ente telefónico magnánimo y visionario. En lugar de un edificio emblemático en ruinas, nos llenaron el ojo con la maqueta de un megaproyecto "del Primer Mundo" sacado de la galera. Como no se podía negar la mala noticia, se inventó una que operó como distracción, hasta que todo se vino abajo el lunes 12 de mayo.
Allí no había duelo por el patrimonio perdido sino alegría y festejos. El gobierno del departamento se había sacado de arriba los restos de su derrumbe y el país podía festejar el comienzo del Antel Arena. De golpe, Uruguay se asemejó a Estados Unidos, quizás como consecuencia del encuentro entre Mujica y Obama, celebrado en la capital de un imperio que hace volar por los aires estadios y coliseos sin que nadie se mosquee. Por un instante, en Montevideo se hizo realidad la máxima de Mao: "que lo nuevo suceda a lo viejo".
Pero no seamos ilusos. Lo que ocurrió con la implosión del Cilindro no fue un cambio de paradigma. Si no estamos ante una exhibición de la vieja y tradicional manera de hacer política (tapar los desaguisados de los gobernantes con dineros públicos), asistimos a un acto de pura frivolidad o bien a una magistral operación de transposición. De roles, de imágenes y de valores.
Por cierto, el viejo Cilindro Municipal ya no está. Pasó a la historia sin que nadie lo haya llorado. Festejar la demolición de un edificio emblemático de la ciudad, es algo que no registra antecedentes.