Los episodios protagonizados por José Mujica en los últimos días han desatado todo tipo de cálculos electorales y especulaciones políticas. No es para menos. Desde los politólogos a los asesores, pasando por la desconcertada dirigencia frentista y hasta la agradecida cúpula opositora, todos hacen cuentas sobre los efectos que las declaraciones del candidato oficialista puede tener sobre el electorado. En el Partido Nacional no pueden creerlo: se encontraron con un formidable presente, de esos que no suelen darse a un mes de las elecciones, y cuando la campaña venía complicada.
Aunque es difícil de estimar, es casi seguro que las inoportunas opiniones de Mujica no van a beneficiarlo. En todo caso, el veterano dirigente tupamaro pudo haber comprometido el triunfo frentista en primera vuelta y la mayoría parlamentaria. Un castigo severo para el oficialismo pero que, en rigor, nadie se anima a predecir.
No faltan quienes celebren la brutal sinceridad de Mujica como una singularidad positiva de su ya peculiar carisma. Tampoco en este caso resulta fácil de calcular. ¿Cuánta gente le festejaría a un presidente de la República una sinceridad que no esté morigerarla con la no menos virtuosa práctica de la prudencia?
Cuanto más días pasan y más se piensa en las reflexiones incluidas en sus "coloquios" con Alfredo García (un libro escrito por un periodista de irreprochable compromiso frenteamplista y editado por un antiguo compañero de militancia y cárcel de Mujica) mayor dimensión adquieren. Y esto, al menos por cinco asuntos: 1) sus dichos dañaron la imagen de probidad del elenco frentista en el ejercicio del gobierno con su referencia a la presunta avidez de los socialistas por los cargos, 2) liquidaron de un plumazo la discusión sobre el mito de la revolución cubana (perdurable para la izquierda latinoamericana) al afirmar que "se cae a pedazos", 3) mostraron falta de lealtad con gobernantes extranjeros a los que recurrió en más de una oportunidad a pedirles favores, 4) sembraron dudas sobre su capacidad de ser prudente y discreto, atributos cardinales de un presidente, y 5) pusieron en riesgo el triunfo del oficialismo, cuando las encuestas lo colocaban en el umbral de la victoria. Casi nada.
Si alguien tiene dudas sobre la dimensión del problema, ahí están las declaraciones del presidente Vázquez en Nueva York para laudar el diferendo. Mientras en Montevideo la dirigencia frentista reaccionaba con perplejidad, Vázquez volvía a mostrar la talla de su liderazgo. Se separó de los dichos de Mujica, lo puso en su lugar y de paso, le trasmitió a los votantes frentistas quién es que está al mando, como para que superen la crisis y el estupor. No es para menos.