Por el contrario, la sociedad civil se despega del mundo de la política.
Es un tema que requiere un análisis profundo y extenso que dejamos para otra oportunidad. Una de las expresiones de esa crisis es la falta de líderes mundiales, de hombres y mujeres que sean un punto de referencia para las sociedades, para su propio país y trasciendan fronteras.
Más pronunciada aún es la crisis de liderazgos. No existen hoy en el mundo líderes de importancia, referencias políticas, ideológicas, morales de una cierta importancia. Hay uno que se perfila y uno que se extingue. Me refiero a Francisco y a Nelson Mandela. Son las únicas personalidades que destacan.
A Barak Obama se lo tragó la historia y el sistema, al hacer la lista de sus fracasos y sus renuncias, además de cargar con el peso de su nación y su vocación imperial innegable. Europa es el mayor desierto. La política y gobernante más influyente es Angela Merkel, quien tiene hoy en el viejo continente más poder que Hitler en su apogeo militar, y no movió un soldado, ni un tanque, ni una idea. Su poder es el de los euros, nada más, el mercado en su forma más despiadada, el sistema bancario devorador. Merkel es el azote de los países en crisis, que son muchos y que están hundidos hasta el cuello.
Putin no es ni siquiera referencia dentro de Rusia, a la que le devolvió un cierto protagonismo internacional y es la máxima expresión del poder puro y total, pero nadie en el planeta lo toma como referencia política y menos ideológica o moral.
Si alguno de los lectores sin ayuda de Google recuerda los nombres de los tres principales líderes políticos chinos, es una casualidad. El país con los más espectaculares resultados económicos y sociales, no tiene líderes carismáticos que se proyecten. El último fue Deng Xiaoping, pero por múltiples motivos quedó confinado a en sus límites nacionales.
En el mundo musulmán no emergen figuras, las revoluciones triunfantes, frustradas, derrotadas en muchos países, muestran una comunidad de naciones dispersa, una cultura profundamente fracturada, democracias que no terminan de nacer, revueltas contra tiranías sustituidas por otras y un grupo de monarquías o califatos anclados en el siglo XII. Los billones de petrodólares no generan por cierto liderazgos sino deudas y favores, nada más.
En América Latina, hay cambios importantes, figuras que lideran sus procesos nacionales, pero ya no existen las figuras con proyección universal, lo más parecido pero lejos es Lula. En África queda Mandela. Nada más, ni siquiera aquellas figuras anticoloniales y representantes del africanismo que fueron expresión de la revuelta de un continente oprimido y explotado por otras naciones.
Como puede observarse, se trata de un verdadero desierto mundial, al que hay que agregar un aspecto: la falta de tensión, de contradicciones, que son el clima propicio para el surgimiento de determinados líderes. El fin de la guerra fría, de las aventuras revolucionarias y su sustitución por una red de guerras localizadas y del terrorismo no genera por cierto grandes liderazgos, ni cerca. Y no hablo con nostalgia: compruebo.
En ese cuadro creo que hay que analizar el papel emergente del papa Francisco. En solo 4 meses de pontificado ha logrado concentrar una gran atención de los medios y de la gente. Lo primero para emerger como un referente, un líder, en este caso espiritual.
Hasta ahora la Iglesia Católica estaba sumida en esa misma crisis de referentes que la política y los gobiernos, y se parecía más a un reino transnacional con un mensaje evangélico que a una religión que se concentra en los valores, en el pueblo de Dios, en atraer con el ejemplo y con las virtudes que predica y en muchos casos no practica.
Envuelto en escándalos financieros, de pedofilia, de intrigas palaciegas, mantenía el núcleo duro de su inmenso aparato mundial, pero cada día más alejado de los problemas de nuestro tiempo, de sus fieles y de su propio ejército de sacerdotes. Un reino aquejado de casi los mismos males que los países donde nació la institución, en Europa. Era más el Vaticano que la Iglesia Católica. Y llegó Francisco.
Parecía guiado por la frase de Corintios 1, atribuido a Pablo de Tarso "El reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder",
Como Francisco se define, es un cura de la calle. Y la elección como Papa lejos de alejarlo de sus prácticas como arzobispo de la Argentina, lo afirmaron en esos aspectos. Al principio fueron detalles, pero en estos más de 100 días los fue afirmando y confirmando. No son solo los zapatos comunes con los que recorría las calles de Buenos Aires, o la valijita con sus objetos personales cargándola al subir a un avión común y silvestre de Alitalia, o su negativa a vivir en el cerco de su real apartamento en el Vaticano. Es mucho más.
El Papa y la seguridad más férrea y total era casi un sinónimo luego del atentado contra Juan Pablo II en la plaza San Pedro. La inseguridad y el contacto directo con su pueblo, con los fieles y con los otros, que son convocados por este personaje nuevo y renovador, son una constante. En Roma, en Río de Janeiro, en cada aparición. Y el peligro de dejar la protección del Papamóvil blindado, de viajar en medio de potentes autos oscuros en su autito gris entre las multitudes de Brasil, ya han construido no sólo una imagen sino una épica. El Papa se arriesga, confía en la gente, y que pase lo que Dios quiera. En un mundo de miedos extremos, de dirigentes blindados, él se expone. Será muy difícil bajarse ya de esa actitud y no creo que Francisco tenga alguna intención de hacerlo. Le está dando excelentes resultados y tiene además una sólida trayectoria en ese sentido.
Pero donde más se ha expuesto el nuevo Papa es en sus discursos, en sus declaraciones a la prensa. No sólo desde las Encíclicas habla un Papa, lo hace de manera mucho más contundente en su vida cotidiana y en sus contactos permanentes con el mundo, en sus misas y sus discursos. Y Francisco no pierde oportunidad de comunicar. Ya no son mensajes, ya no es una postura, es toda una visión lo que transmite.
Esa combinación de su vida personal, de sus gestos, de su renuncia a los oropeles y las imágenes del poder terrenal, con su discurso constante y permanente a favor de los más débiles, de los pobres, de los que protestan y no se resignan a la injusticia, a favor de la UTOPÍA...en un mundo de realismo feroz y no precisamente mágico, son un mensaje muy fuerte. Como es un fuerte en la historia de la Iglesia el pronunciamiento sobre los homosexuales. Ocupa las primeras páginas de la prensa por su osadía.
Francisco declaró que se fue a vivir al mismo alojamiento donde residen los visitantes que llegan al Vaticano la Casa Santa Marta, donde pernocta pero además desayuna, almuerza y cena, porque de esa manera habla con los obispos y los sacerdotes y siente el pulso de su iglesia, es un método y un mensaje. El pequeño cambio introducido en las potestades de la otrora todopoderosa curia romana y en particular del secretario de Estado, de que ahora los obispos se dirigirán directamente al Papa, sin pasar por ningún filtro, es una reforma profunda y radical.
El Papa salió a disputar los corazones, las almas y la moral de millones de personas en el mundo, en particular de los jóvenes con un mensaje de valores, no solo proclamados como evangelio sino como una forma de vida.
Yo soy ateo, he sido católico practicante, no coincido con visiones de la iglesia católica sobre la vida familiar, social, sexual, las diversidades y es posible que esas diferencias se mantengan, pero prefiero mil veces un mundo donde una gran institución y un líder se destaque por su sensibilidad social, por promover valores de hermandad, de solidaridad, de fraternidad entre los seres humanos, que un mundo donde todos nos precipitamos por el tobogán de la decadencia de todos los valores. Y Francisco se destaca en forma constante desde hace cuatro meses, con un discurso con una sensibilidad social progresista. Y no por ello hay que apropiarse de lo ajeno, es el mensaje original de la iglesia católica en sus orígenes, pero también fue un impulso que se fue agotando, dispersando, confundiendo en los oropeles del poder.
Prefiero mil veces a Juan XXIII que a Pío XII o incluso que a Ratzinger. No por simpatía, sino porque el mundo necesita tensiones morales. Prefiero discutir, disentir desde la izquierda, desde una visión laica que lucha por un mundo más justo, más hermano, más decente que convivir todos en el lodo bien revolcados. No me gusta el consuelo de la decadencia compartida.
Tendremos que preguntarnos si la propia izquierda no debe retomar la calle y salir bastante del palacio. La calle del contacto con la gente, la calle de la audacia en sus ideas y en su búsqueda en la realidad, pero también en los sueños milenarios de un mundo más justo. El mensaje de Francisco es también contra la resignación, todas las resignaciones.
Millones de jóvenes y no tanto, recibieron, recibimos en estos días una catarata de mensajes papales con un sentido franciscano, de su fundador, del poverello de Asis y, el mundo político, los que detentan el poder, los que le temen a las hojas y a las muchedumbres cuando se agitan, los que se hablan dentro de los palacios deben estar incómodos. Yo no me siento incómodo en absoluto, todo lo contrario.
Me gusta, me desafía intelectualmente, me da esperanzas. Para algunos será la voz de Dios, y tienen todo su derecho, para otros es la voz de un hombre, que desde un trono eligió ese camino, ese lenguaje, esas actitudes y nos interpela a todos.
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