Estas fueron fiestas diferentes. Dos objetos voladores diferentes se apropiaron de nuestros horizontes. Prepotentes, vistosos, enigmáticos. Por encima del pan dulce, los turrones, el lechón, el asado, la sidra y el champagne volaron como nunca los fuegos artificiales y los mensajes de texto.
A medida que la hora fatídica en que además de cambiar la hoja del calendario, hay directamente que tirar un calendario entero y comenzar un nuevo año, el cielo de nuestras ciudades se fue transformando en un gigantesco, interminable, quemadero de colores, de plata y de profundos impulsos piromaniacos o pirotécnicos.
Millones de pesos, toneladas de pólvora y sobre todo un ruido infernal se consumió en la bóveda celeste oriental. Nunca había visto tanto fuego artificial, tanto estruendo en mi vida. Sólo en Valencia, tierra de “fallas” asistí a un derroche de fuego y color superior a la noche montevideana. Y crece todos los años.
Al punto que el Instituto de Estadísticas y Censos está estudiando seriamente incluir en sus mediciones el de “fogosidad de la despedida y de los augurios” para lo cual se utilizarían medidores de ruido, color y luz.
Queda pendiente una compleja discusión académica: ¿Tanto cohete es para despedir el año que se va o es una muestra de optimismo por el año que se viene? Habrá dos interpretaciones, como en todas las cosas de este país, la versión oficial y la opositora.
Algunos proponen que los propios fuegos artificiales incluyan colores simbólicos y leíbles por el INEC.
Cuando los chinos inventaron la pólvora con la secreta esperanza de poder vendernos varios milenios después todos esos juegos artificiales, no estimaron los peligros que una crecimiento exponencial en el uso de los propulsores podrían generar en el planeta. Por suerte las explosiones se suceden con el uso horario evitando un concierto simultaneo que podría sacar de la orbita a nuestro planeta navegante. El problema es que duran tanto que el alún momento podrían superponerse las de todo un hesmisferio...
Lo cierto es que eso de los fuegos artificiales es un desafío. La gente se ha tomado en serio lo de superar la Noche de las Luces y sobre todo se ha tomado más en serio el desafío de una cuadra contra otra de un edificio con el de enfrente. Se estudian para el año próximo líneas de crédito especiales y hasta fideicomisos cubiertos por las expensas comunes.
Y ahora vayamos al gran protagonista de estas fiestas pasadas: el mensaje de texto, el SMS, el Servicio Mental de Salud. Las cifras son abrumadoras, decenas de millones de SMS volando por el espacio celular y saturándolo todo. Hasta las explosiones en el cielo se inclinan frente al teclear de millones de dedos pulgares y de pequeños sonidos todos diferentes que dominaron las casas de todos los humanos. ¿O sólo de los uruguayos?
¿Cuántos de ustedes recibieron el año nuevo sosteniendo en una mano una copa con algo y en la otra un celular incandescente de SMS enviados y recibidos?
¿Cuántos interrogaron su aparatito esperando el mensaje tan ansiado y en muchas oportunidades vieron textos sin firma, sin sentido, sin origen? Y lo peor, de todo les respondieron. Porque son un vicio. Son más adictivos que la cocaína.
En esas pocas líneas generalmente llenas de faltas de ortografía, está todo el amor disperso por el mundo y transmitido a la velocidad de la luz hasta saturar todas las redes.
Mensajes de parientes, de amigos, de correligionarios, de desconocidos, de empresas, de vecinos, incómodos, lacónicos textos con doble sentido que si pesca el marido o la esposa terminan en el juzgado. Andá a explicar, que no conoces a ninguna Helena con “h” o a ningún Ricardo.
¿Y a cuantos se les habrá quedado atrangantado en el buche precisamente el SMS que no llegó?
¿Cuántos de los mensajes recibidos forman parte de una salva incontenible de botellas lanzadas al mar celular con la esperanza que alguien las capture y las devuelva con un poco menos de soledad? Misterio.
¿Qué otras cosas seguiremos inventando los seres humanos para cambiar el calendario en la puerta de la heladera o del aparador?
De todas maneras, es bueno cumplir las formas y desearnos de esta manera arcaica de la escritura los mejores deseos para el año que iniciamos, el famoso 2008. Me olvidaba, lo estoy haciendo en Internet, así que también es parte de la nueva civilización.