Es 16 de agosto, me voy de Washington, en un día en el que 300 medios escritos de éste país respondiendo a un llamado del Boston Globe y nucleados por el New York Times deciden coordinar sus editoriales, defender la libertad de prensa y decirle al presidente Tump que ellos no son "enemigos del pueblo".
Trump suele atacar a los medios acusándolos de "ser fake news" haciendo verbo a un término que intenta describir todo aquello que el periodismo serio busca evitar.
Como bien lo describe el editorial del NY Times en un relato sobre Thomas Jefferson y su relación con la prensa, el periodismo y la política tuvieron, tienen y tendrán una relación de amor-odio, de tensión y necesidad.
En estas líneas no voy a hacer lo obvio que es defender la libertad de prensa como lo ha hecho (por unanimidad desde el Capitolio) el propio senado estadounidense. Tampoco voy a olvidar sus errores, omisiones o tergiversaciones. Pero la prensa, el periodismo libre, independiente y fuerte es imprescindible. En cualquier sociedad que se diga democrática.
El nuevo elemento, el que cambia la manera en la que debemos analizar la realidad, es la irrupción de las fake news y la utilización del término por parte de Trump y funcionarios de su administración. Las fake news son contenidos virales en las redes que faltan a la verdad por estar fuera de contexto o ser lisa y llanamente mentiras. Tienen apariencia periodística e intencionalidad política. Son una herramienta propagandística no un elemento del periodismo.
Este tipo de contenidos, por su intencionalidad política, proliferan en tiempos de campaña electoral. Y Trump lo sabe muy bien. Las investigaciones que vinculan la intromisión rusa en las elecciones estadounidenses tienen una primera parte que refiere a la utilización de los datos de los ciudadanos y una segunda, en la que hoy no está el foco, que es el tipo de información que le llegó a esos usuarios en redes. Ahí entran las fake news y un tipo de contenido diseñado con intencionalidad y en función de los intereses o preocupaciones de ese individuo.
El término, que junto con la posverdad describe una época, se ha banalizado hasta el punto de distorsionar su entendimiento popular. Las fake news sirven al presidente de la nación más poderosa del mundo como escudo protector de todo aquello que no quiere aclarar, responder o enfrentar. Es una respuesta acusatoria que se vuelve un loop interminable de desinformación y enfrentamiento. Todo lo que no le gusta es fake news. Y quién lo denuncia es justo quien según una herramienta de fact checking del Washingtong Post dijo un promedio de 4,6 mentiras por día desde que asumió. 4229 afirmaciones falsas o engañosas al 31 de julio de 2018.
Las redes han probado ser una herramienta de empoderamiento ciudadano y de interpelación a la política tradicional. Esas mismas redes hoy han sido utilizadas distorsionando la realidad a "gusto del consumidor" para decir todas aquellas verdades o posverdades o mentiras que sean necesarias con tal de convencer. La política corrompe con su utilización propagandística un espacio de intercambio auténtico y cercano para la ciudadanía.
¿Y el periodismo? Los medios tradicionales también se ven interpelados en estos tiempos porque dejan de mediar, dejan de contar una realidad que los ciudadanos reciben directamente de una fuente como el Twitter del presidente de Estados Unidos, por ejemplo. Además están en una crisis de negocio que los hace contar con menos recursos a la hora de generar investigaciones, reportes, historias relevantes para los consumidores.
Todo esto genera desconfianza y descrédito. En las redes, en el periodismo y -dónde ya no es novedad- en la política. Nadie es dueño de la verdad. Hoy una herramienta como las redes que otorga poder al pueblo se ha visto vulnerada por la irrupción de lo peor de la política.
En estos tiempos, más que nunca, es necesaria una prensa independiente y fuerte. Una prensa que pueda hacer las preguntas que se tienen que hacer, las investigaciones que arrojen verdad sobre la posverdad, medios que generen las noticias que nos esclarezcan las fake news.
Es el histórico sistema de medios tradicionales, en nuevos formatos, el que puede devolver la confianza en los contenidos que circulan por las redes. El periodismo tiene en ello una gran responsabilidad, pero también una oportunidad de reinventarse.
Por Julián Kanarek
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