En unos días se irán a vivir a Valencia, España, la hermana de Selva, Esther, y su esposo Julio, y una de sus hijas, Flavia, ya está allá. Es, sin duda, una de las noticias cotidianas que le suceden a muchas familias; para mí es una derrota, política y personal.
Tenemos una gran familia tanto por mi parte como por Selva y nos vanagloriamos de ello, es uno de los principales regalos de nuestras vidas. Ayer recibimos a uno de los pocos que vive en el exterior, a mi hijo Pablo, que vino invitado a una conferencia. Nos juntamos y hablamos hasta por los codos.
Pero con excepción de mi hijo Pablo, su esposa y sus dos hijos menores y mi nieta Romina que vive en Estados Unidos, yo me jacto de que la inmensa mayoría habitamos este país, la trabajamos, la estudiamos, la luchamos, la vivimos a la uruguaya. Tengo también dos ex consuegros, Carlos y Anee, que viven desde hace varios años en Noruega. Estuvieron exiliados allí y luego de unos cuantos años, tuvieron que volver. Muchos conocen de las incesantes donaciones que Noruega hace de material sanitario, mi amigo Carlos trabaja en forma voluntaria en impulsar junto con noruegos y uruguayos este aporte a nuestros hospitales.
También un sobrino, el hijo de otra hermana de Selva, Graciela, vive en Valencia.
Ahora, se van Esther y Julio. Tenían - porque la acaban de vender - una hermosa casita en el corazón del Cerro a tres cuadras del liceo. La arreglaron en todos los detalles, era una vieja casa de la familia. Él es ingeniero y ha trabajado en diversas empresas en Uruguay y en el exterior, ahora está sin trabajo desde hace dos años. Pero ni siquiera creo que ese sea el motivo principal de su emigración. Se van porque se desilusionaron, le perdieron apego al país y al barrio, aunque lloren porque se tienen que ir, rompieron ese hilo sutil y poderoso que los unía al Uruguay.
Tenían ilusiones, expectativas que se han ido sumergiendo, esfumando y el Cerro, su decadencia, su degradación desde hace muchos años también influyó. Lo hemos conversado y yo lo he compartido con ustedes.
Y bueno, es parte de las alternativas de la vida, pero yo quiero, a esta altura compartir mis sentimientos.
Me duele que se vayan, lo siento como una derrota personal, porque últimamente varias personas y familias me han planteado esa posibilidad. El viernes estuve invitado en una especie de asamblea y varios me plantearon que sus hijos o conocidos por razones diversas piensan en emigrar. Para cualquier país eso es muy malo, para el Uruguay es terrible.
A pesar de que tenemos algunas decenas de miles de personas llegadas de Venezuela, Cuba, República Dominicana y otros países que en los últimos años han venido a vivir a Uruguay, uno de los resultados humanos más importantes de los cambios por los que yo he luchado, es que los uruguayos se quedaran y sobre todo volvieran al Uruguay.
No se trata de hacer un análisis demográfico, hablar de la relación entre los jubilados y pensionistas y los que trabajamos, que es cada día más preocupante, se trata de hablar de cosas humanas, de relaciones, de personas que este país necesita y que no se pueden retener ni por ley y decreto ni por desprecio o ignorándolos.
Cuando esas familias parten nos dejan a nosotros, los que nos quedamos, los que compartimos con ellos sus aventuras vitales, un hueco, un dolor irreparable.
No son las empanadas de Esther o las protestas de Julio, o el humor de Flavia, o el patio desbordado de plantas en el fondo de su casa, ni las discusiones o esos fugaces momentos donde se comparten cosas en un cumpleaños, es la sensación de que nos disgregamos y hay cosas que nunca se podrán recomponer.
Mirando el mundo de los 65 millones de refugiados por guerras y por hambre, esto parece una nimiedad, una pequeña anécdota menor. Pero los desgarramientos humanos no se pueden vivir por comparación, se viven, así simplemente.
El cambio más grande, más profundo que introdujo la izquierda en su primer gobierno fue lograr que una pregunta dramática que se había adueñado de la sociedad uruguaya, tuvieran una respuesta positiva. ¿Se acuerdan? ¿Si el Uruguay era viable?
Se demostró que sí que era muy viable, que era un país lleno de posibilidades y que todo dependía de nosotros mismos, del entusiasmo, el trabajo, la confianza que depositáramos en el Uruguay. Y nos pusimos en marcha.
Estos últimos años demuestran que los cambios y los avances nunca son garantizados y sanforizados, hay que mantenerlos, profundizarlos y que los cambios piden más y mejores cambios. Y no lo estamos logrando, hay demasiada gente haciendo la plancha, flotando a la deriva esperando que nos caigan de arriba otros 5 años de gobierno.
Hay también de los otros, de los que se levantan todas las mañanas y empujan el carro con todas sus energías y sus capacidades, es por ellos, por nosotros, por los nuestros los que hay que seguir remando con fuerza y con un profundo sentido crítico.
Por Esteban Valenti
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