Aunque habría festejarse esta marcha atrás, no se puede dejar pasar que los asesores en comunicación del candidato mandaron una clara señal: para ellos el fin justifica los medios, y esto incluye faltar a la palabra, causar perjuicios sin dar explicaciones, disciplinar a quien se rebela contra sus desaguisados, faltar a la verdad y chantajear periodistas pidiendo delaciones de fuentes a cambio de entrevistas.

Nos consta que buena parte de la cúpula frenteamplista y de los comunicadores que allí trabajan no comparten tales procedimientos. "A esta altura, nada de lo que me digas me sorprende", me confesaba una figura de la coalición cuando le conté cómo el comando de campaña se desentendió de un compromiso asumido mucho tiempo con Dicho y Hecho, a pocos días de emitirse el programa. "Lo que pasa es que se sienten impunes porque, hagan lo que hagan, ganamos igual". Pero el problema no es determinar si las macanas de los asesores de Mujica afectan su desempeño como presidenciable. Lo importante es saber qué garantías tenemos de que este tipo de prácticas no van a convertirse en el modus operandi del próximo gobierno.

Las campañas electorales no son juegos de muñecas. Como tienen reglas que no siempre resultan justas, al menos deben transcurrir en un marco de respeto mutuo. En los países de primera, los candidatos se rodean de expertos en comunicación política, porque el costo de improvisar entre compañeros puede resultar muy alto. Por razones difícilmente explicables, el Frente Amplio ha retrocedido considerablemente en una materia estratégica.

El triunfo de Tabaré Vázquez en 2004 fue el resultado de muchos éxitos confluyentes. Uno de ellos fue el manejo de la comunicación mediática. A diferencia de Mujica, siempre pródigo en vincularse con los medios de comunicación, Vázquez ha tenido una relación distante y desconfiada. En manos de Esteban Valenti, su campaña respondió a esas características personales, pero en el marco de un sentido profesional y previsible que hoy brilla por su ausencia.

Aconsejado por sus asesores, Mujica iba a ``borrarse`` de una decena de entrevistas ya pactadas con medios nacionales y extranjeros, en un plan que incluía apenas un par de paseos por el idílico mundo de la televisión oficial. Por increíble que parezca, a esas cabezas se les ocurrió convertir al más mediático de los políticos uruguayos en un fantasma.

Quizás alentaban la esperanza de que el operativo pasara inadvertido. Quizás calcularon que cualquier costo iba a ser menor que la locuacidad del candidato. La presión de los periodistas y del propio entorno de la cúpula, logró desarticular una estrategia destinada al fracaso. Algunos nos quedamos sin entrevista por decir lo que los asesores de Mujica no quieren oír, pero mejor así.