En política, desde que existen las encuestas y las previsiones, la prospectiva se hizo mucho más acotada, más limitada: no podemos especular a todo terreno, estamos restringidos por las grandes tendencias que ya se conocen. Y si nos basamos en ello, podemos decir que la proyección debería ser sobre un improbable triunfo de Luis Lacalle, pero no cambia mucho si gana Pedro Bordaberry.

En ambos casos, para poder gobernar necesitarán el apoyo íntegro del otro partido, de todos sus legisladores, de la otra fracción de su propio partido (batllistas o wilsonistas) e incluso del Partido Independiente. Esto no lo puede negar nadie. No existe la más remota posibilidad de que pueda gobernar y lograr una estrecha mayoría parlamentaria sin el apoyo de todas estas fuerzas. Esto en el hipotético caso de ganar un balotaje, que no aparece en ninguna encuesta. Pero de todas maneras conviene que analicemos esta posibilidad.

Es tarea inútil estudiar -como hice yo los programas de ambos partidos tradicionales y del Partido Independiente- un eventual gobierno de ese tipo. Deberá negociar todo, absolutamente todo, porque no dispondrá de los votos necesarios para impulsar una iniciativa que no surja de una negociación interpartidaria e intrapartidaria. Si algún analista, algún periodista, algún dirigente político, algún marciano quiere refutar esta realidad, adelante, tiene abiertas todas las puertas y tribunas.

Esta realidad es absolutamente INEXORABLE. Excepto aquellas cosas que se puedan aprobar por decreto del Poder Ejecutivo, que son muy limitadas, todo, absolutamente todo lo demás dependerá de negociaciones y acuerdos a todos los niveles. Aprobar, por ejemplo, el Presupuesto Nacional, o cada Rendición de Cuentas, ni que hablar alguna reforma fiscal, algún ajuste fiscal, privatización de empresas o servicios, derogación de leyes existentes, etc., etc., etc., todo estará sujeto a esa negociación.

Y si todos fueran iguales, parecidos o tuvieran la misma orientación sería difícil, muy difícil, pero no imposible, pero hay muchos temas en los que las diferencias programáticas y de orientación general son importantes y se han acentuado en estos años de gobiernos progresistas. También los partidos han cambiado. ¿Qué los unió, qué los une? La oposición al Frente Amplio y tendríamos que preguntarnos si no influyen incluso ciertos errores que cometimos. Pero hay muchas, demasiadas cosas que los dividen.
La historia parlamentaria de muchas décadas atrás y en particular desde la salida de la dictadura -período en el que ningún presidente tuvo mayorías parlamentarias- es un claro ejemplo de esas dificultades, pero en este caso se multiplicarían por diez.

No hablan de economía, eso está muy claro. ¿Por qué? Es cierto, porque los resultados obtenidos por los gobiernos de izquierda son realmente superiores a todas las expectativas y sobre todo a los vaticinios trágicos que ellos hicieron antes y durante el transcurso de los dos gobiernos progresistas. Pero no es solo por eso, es PRINCIPALMENTE porque las diferencias entre ellos son tan profundas que no quieren exponerlas. Sería una declaración adelantada de su seguro fracaso y del caos en el que hundirían al país.

Sobre el sistema tributario, algunos hablan tímidamente de sacar el IASS y modificar el IRPF. No lo menean demasiado, porque la pregunta elemental que surge es: ¿con qué van a recaudar esos recursos perdidos? ¿Van a subir nuevamente el IVA al 23%? ¿Van a volver a una larga lista de impuestos de todo tipo, como la catarata de impuestos que existía antes? ¿Quién le va a votar esos impuestos?
También por eso no hablan de economía. Cruz diablo.

¿Qué tiene que ver la visión sobre los derechos ciudadanos entre el herrerismo "joven", el bordaberrismo y el Partido Independiente, o el wilsonismo y el batllismo? Casi nada, o directamente son contradictorios.

¿Qué punto de contacto -considerando los antecedentes que existen- tienen en materia de relaciones laborales esos mismos partidos y sectores? ¿Se imaginan tratar de imponer nuevamente el empleo, el sueldo y por ende las jubilaciones como variable de ajuste, como sucedió durante muchos años, juntando esas moscas partidarias y sectoriales por el rabo? ¿Se imaginan el caos en el que puede precipitarse el país?

Y esta realidad no la cambian ni los discursos, ni las buenas intenciones, ni las caras angelicales, ni las páginas de programas con algunas cosas interesantes y rescatables pero sin ningún fundamento político y sobre todo económico, y por lo tanto los programas aparecen como buenos, bonitos, esplendorosos, baratos, juveniles y bastante alejados de la realidad.

Todos aprendimos en estos años de gobierno progresista. Nosotros, en la dura tarea de gobernar, de chocar con la realidad nacional, regional y mundial y con la herencia, con sus cosas buenas y constitutivas de nuestro país y nuestra sociedad y las cosas pesadas y malas. Aprendimos acertando y equivocando, marchando al ritmo necesario y con lentitudes negativas. Aprendimos.

Otros aprendieron a ser oposición en toda la línea luego de 170 años de turnarse en el gobierno, con una cierta desproporción a favor de los colorados. Pero hay una pequeña distinción: el Frente Amplio tiene sus diferencias, sus matices y sus confrontaciones, pero a la hora de gobernar demostró ser mucho más coherente y actuar de común acuerdo a nivel legislativo y ejecutivo mejor que los partidos tradicionales.

No es muy difícil demostrar esa afirmación, ni hay que ir muy atrás en la historia política nacional para confirmar que los partidos tradicionales se arrancan los brazos, se dejan de a pie en el peor momento de la crisis del 2002, como lo hicieron los blancos dejando a Jorge Batlle con la bomba - que ellos construyeron en el sistema bancario en los años 90- explotándole bajo el sillón.

Por ello, las elecciones del 26 de octubre de este año son también una opción entre un gobierno posible, coherente y con capacidad de manejar la economía, la relación con los movimientos sociales y la política frente a una enorme y desproporcionada aventura hacia lo ignoto. Corrijo: hacia el desastre.